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Sortilegio para un amigo


Al final, se ha impuesto la muerte, amigo mío./ Estábamos confiados, con fuerza, incluso creímos,/ por un momento, que nunca nos alcanzaría».

Estos versos pertenecen a un poema de Kirmen Uribe y fue la primera idea que me vino a la cabeza cuando su compañera me dijo que Txusta, José como le gustaba que yo le llamara, había fallecido esa madrugada. Además de todas las buenas cosas que se han escrito estos días sobre él, era mi amigo desde hace muchos años y, como ocurre con las amistades de toda la vida, una piensa que nunca se van a ir; que siempre habrá un encuentro inesperado, una comida, una conversación llena de coincidencias y complicidades que mantendrán vivo el cariño de tantos años. Por eso me identifico tanto con las palabras de Kirmen. Al fin y al cabo, los sentimientos son así, se parecen unos a otros y no necesitan mucha explicación. Antes de que llegara la pandemia, solía encontrarme con él en un bar de su barrio. Sentados ante un café y un vino, hablábamos de las últimas noticias y luego, a nuestro estilo, hacíamos un balance de los años vividos. Al final, nos dábamos cuenta de que, a pesar de los momentos difíciles, de las tristezas o las derrotas, fueron los mejores años de nuestra vida, tal vez porque los padecimos o disfrutamos con la intensidad de sentirnos siempre jóvenes, como agarrados a un sortilegio donde nunca podríamos morir.