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Seísmos geopolíticos y carreras por la energía sorteando abismos


Para intentar entender la patinada diplomática y económica española con Argelia hay que remontarse, por supuesto, a la pendiente descolonización del Sahara, pero, más cerca en el tiempo, se trata del penúltimo capítulo del terremoto geopolítico que supuso la iniciativa de los EEUU de Trump de impulsar la normalización de los regímenes árabes con Israel.

Tras sumarse a los Emiratos y Bahrein en los «Acuerdos de Abraham» y traicionar la causa palestina, Marruecos logró que EEUU apuntalara sus para entonces preferentes relaciones bilaterales, lo que provocó malestar en los países vecinos, sobre todo en Argelia, rival histórico.

Ello abrió una carrera en Europa por la normalización de las relaciones con la monarquía marroquí. Tras el Estado francés, adelantado desde hace decenios, Alemania comenzó a coquetear con el sátrapa alauí con inversiones en renovables a cambio de reconocimiento.

El Gobierno español, chantajeado por Rabat con las periódicas entradas de migrantes africanos por las fronteras de Ceuta y Melilla, y con la amenaza del yihadismo de origen magrebí y los fantasmas de los atentados del 11M, vio disputados por Berlín sus intereses económicos y energéticos en Marruecos.

Y decidió sumarse a la carrera, cortar por lo sano y consumar la traición al pueblo saharaui, al que le debe históricamente, en calidad de antigua metrópoli, la autodeterminación.

La pugna por la energía y los recursos se ha visto, asimismo, reactivada por un segundo seísmo geopolítico, la invasión rusa de Ucrania.

Con Alemania buscando alternativas desesperadamente e Italia implorando a Argelia más gas para reducir su también importante dependencia de la energía rusa, Argel calcula que no le faltarán compradores.

Y juega con un Estado español que, pese a que ha reducido de un 45% a un 22% su dependencia del gas argelino mientras paga más caro el GN que llega de su hoy principal suministrador, EEUU, y busca nuevos exportadores como Qatar, tercer productor mundial tras Rusia e Irán, pero cortejado a su vez por todo Occidente, necesita la inyección gasera argelina para sortear el próximo invierno.

A este paso a Sánchez le va a faltar gas para poder pagarlo al precio político -excepción ibérica- arrancado a Bruselas.