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Energía, ingenuidad y diplomacia


Con su destitución, el ministro argelino de Finanzas, responsable del organismo que la semana pasada anunció la congelación de las relaciones comerciales con el Estado español, se convierte en cabeza de turco del Gobierno argelino tras la advertencia de la UE.

Creer que el ministro Abdelrrahman Raouya y la Asociación de Bancos de Argelia pueden tomar semejante decisión estratégica sin recibir la orden desde arriba es desconocer no ya la dinámica del régimen argelino sino incluso los rudimentos de la política.

El problema para Argel es que Madrid decidió acudir a su «primo de Zumosol», que advirtió de que esa congelación unilateral vulneraría el Acuerdo Euromediterráneo de 2006, una suerte de asociación económica preferente entre la Comunidad Europea y el país magrebí.

Presionar al Gobierno español por su traición a la causa saharaui es una cosa y enfrentarse a la UE, otra.

Y no oculta su irritación con la maniobra española, que en menos de una semana ha dado frutos. Sería también ingenuo ignorar la influencia en la decisión del jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell, no solo connacional sino que comparte partido (PSOE) con el ministro de Exteriores español, José Manuel Albares, quien anuló el vuelo a la Cumbre de las Américas para acudir raudo a Bruselas.

Eso explica la inquina con la que la prensa oficial argelina ha arremetido contra él. Eso y las declaraciones de otros miembros del Gobierno apuntando directamente a Rusia detrás de la crisis sin precedentes entre Argel y Madrid.

Y es que, con esas acusaciones, el Gobierno español trata de echar balones fuera y de escenificar que esa crisis no es bilateral y no tiene su origen en el giro por el que la vieja metrópoli deja en la estacada a la población saharaui.

Pero sería, por tercera vez, pecar de ingenuidad pensar que Moscú, aliado histórico de Argel, no tiene nada que ver con las derivadas de esta crisis. Siquiera a la hora de avalar, cuando no de impulsar, la amenaza energética argelina al suministro español.

La guerra en Ucrania, con todo su drama humano, vive, en paralelo, una guerra energética no menos feroz en términos económicos. Y que todos los días genera movimientos en el tablero de ajedrez. Los últimos, la decisión de la UE de engancharse al gas egipcio e israelí pasando por encima, otra vez, de la cuestión palestina; y Rusia, que sigue jugando al gato y al ratón que con los países de Europa Occidental. Si el martes anunció la reducción en un 40% del suministro de gas a Alemania por su decisión de no abrir el Nord-Stream II, ayer rebajó en un 15% el grifo a Italia.

Berlín y Roma participan en la carrera interna en la UE para hacerse con ventajas energéticas en el Magreb.

Todo ello afecta al Estado español. Pero este debería cuidarse muy mucho de señalar públicamente al régimen argelino como si fuera poco más que una pieza de Rusia.

Una cosa es no caer en la ingenuidad. Otra, desafiar los usos de la diplomacia. Y más cuando a Argelia le queda el recurso de encarecer ad infinitum el precio de su gas.