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Destinos cruzados entre los encerrados en el Parlamento iraquí

Funcionarios, madres, campesinos o activistas... en Bagdad, los manifestantes que han venido de todo Irak para ocupar el Parlamento exhiben las mismas reivindicaciones, pero sus caminos divergen aunque su discurso siga el modelo de la retórica de Moqtada al-Sadr.

Un grupo de mujeres encerradas en el Parlamento. (A. AL-RUBAYE | AFP)

Las reivindicaciones de los manifestantes encerrados en el Parlamento de Irak a instancias del clérigo chií Moqtada al-Sadr siguen su modelo y van acompañadas de demandas sociales como la reforma del sistema político y la erradicación de la corrupción, pero también reclaman puestos de trabajo para los jóvenes y servicios públicos eficientes. Sus exigencias son reflejo de su diversidad.

Ali Mohamed Oklah, de 43 años, dejó a su esposa y sus tres hijos en casa y condujo cuatro horas desde el sur de Irak hasta el campamento del Parlamento. «Me rebelo para liberar a mi país de las garras de los corruptos», dice desplegando todo su virtuosismo lingüístico como profesor de Educación Islámica en la universidad. También quiere una nueva Constitución y un régimen presidencial. «Los sadristas -repite- hemos invadido» cuatro veces la ultrasegura Zona Verde, sede de instituciones gubernamentales y embajadas, en 2016 y ahora. Afirma estar orgulloso de haber participado en todas estas acciones subrayando la «ideología revolucionaria» del grupo.

Instalada en una de las grandes salas de reuniones, Oum Ali, de 47 años, llegó al Parlamento para manifestarse junto a su esposo, hermanos y sobrinos. «Todos los días, hasta que el Sayyed nos diga que nos retiremos», promete esta ama de casa y madre de siete vástagos, haciendo uso del título honorífico de descendiente del profeta de Al-Sadr. En su regazo, un retrato del clérigo Moqtada. «Es el único honesto», asegura esta residente del barrio de Sadr City, en Bagdad. En un país rico en hidrocarburos, pero azotado por la corrupción, se moviliza para «recuperar la patria. Todo el país ha sido robado». «No hay trabajo para los jóvenes. Incluso aquellos con títulos superiores se convierten en porteadores o jornaleros. ¿Es eso lo que les corresponde?», pregunta.

Cambiar la realidad

Rassoul Achour, de 20 años, llegó al Parlamento en su tuk-tuk. Recorre la larga avenida que conduce a la Asamblea para transportar a los manifestantes y evitar que caminen a 48°C por 30 centavos de dólar, cuando los paseos en tuk-tuk le generan un poco más de diez dólares al día, lo suficiente para mantener a su esposa y su hija de un año. Como él, hay decenas de movilizados. «Todos estos jóvenes no tienen trabajo», lamenta. «Queremos empleos. Que me den trabajo, y que me manden a donde sea, incluso (a mantener) la frontera con Siria», suplica. Denuncia el estado de las calles mal pavimentadas y los cortes diarios de luz, y pide levantar la prohibición de trabajo de los tuk-tuk entre las 18:00 y las 06:00.

Moustafa, un ingeniero informático de 29 años que aprende francés en su tiempo libre, dice que no pertenece al movimiento sadrista. Al igual que un puñado de manifestantes, su primera lealtad va hacia el gran levantamiento contra el poder que sacudió a Irak en el otoño de 2019, en el que también participaron los sadristas. Viene a diario a participar en la sentada «para cambiar la realidad» de Irak. «Tienen millones y miles de millones, aire acondicionado, casas, villas en el exterior -dice de los políticos-. Y nosotros no tenemos nada».