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CRÍTICA: «LA CONSAGRACIÓN DE LA PRIMAVERA»

Un sutil despertar a la vida y las emociones


Tras competir por la Concha de Oro en el 70 edición de Zinemaldia, llega a nuestras pantallas la tercera película de Ricardo Franco, un autor dotado de una exquisita sensibilidad y que, tal y como nos descubrió en “La herida”, es un cineasta al que le interesa desarrollar el retrato sicológico de personajes que pasan por situaciones emocionales que se revelan como una encrucijada vital.

En “La consagración de la primavera”, nos volvemos a topar con un nuevo retrato íntimo y sicológico que parte de la odisea vital y física de una joven que abandonó su pequeña localidad para trasladarse a Madrid e instalarse en un Colegio Mayor para estudiar la carrera de Químicas. Sola y casi sin dinero, intenta adaptarse a su vida universitaria mientras lidia con sus inseguridades. Su vida está en un nuevo cruce de caminos cuando, una noche y por casualidad, conoce a un joven con parálisis cerebral que vive con su madre.

Valeria Sorolla y Telmo Esnal interpretan estos roles con gran solvencia, poniendo de manifiesto una gran química, lo que permite que, a partir de este encuentro en el que se pone de manifiesto una relación de confianza plena y mutua, fluya una serie de situaciones en las que se aborda la necesidad de superar complejos y afrontar una nueva etapa hacia la madurez. Emma Suárez es el tercer personaje sobre el que asienta este relato de iniciaciones y despertar a la vida y las emociones, y lo hace desde una muy meditada madurez interpretativa, muy necesaria para que el conjunto no se resienta. En su conjunto, es una obra de la que emana una gran fuerza liberadora y un muy necesario y conmovedor halo de luz. Franco vuelve a demostrar lo bien que se desenvuelve en las distancias cortas.