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AZKEN PUNTUA

La bicicleta de hilo


Se acercaba al centenario y, mi madre, en los duermevelas de las tardes hilvanaba lamentos y nostalgias. Como si no fuera solo con ella el fragor de su memoria, hurgaba recostada en el sillón alguna guerra patria a la medida de un pañuelo blanco y perfumado en el que rendir las quejas.

Regresaba a la tierra si se le pasaba la mano por los hombros hablándole al oído. Cuando respondía, tres palabras podían ser suficientes para la explicación más exhaustiva, y era su voz un acertijo, un imposible enigma, una sopa de letras.

Un día, sin embargo, reiteró su demanda, la enfatizó, la grito y la siguió enarbolando, rueda tras rueda, hasta el día siguiente y también al otro día. Quería andar en bicicleta.

Ninguno de sus hijos fuimos testigos nunca de sus rondas ciclistas, ni hay constancia de que hubiese en casa de mi madre una bicicleta. Lo más parecido que le hemos conocido fue una Singer en la que, dedal en ristre, pedaleaba los veranos como los inviernos doblando forros y recosiendo agujeros pero, porque a esa edad la memoria vuelve a vestirse de corto, sé que la hubo, mucho antes de que incorporase a su expediente los cargos de esposa y madre, antes de ser viuda, cuando solo era Esther, y que aquella bicicleta no era de hilo.

(Preso politikoak aske)