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CRÍTICA: «PARQUE SALVAJE»

Un frenesí visual


Al comenzar la proyección de “Parque salvaje” nadie advierte al espectador de que debe abrocharse el cinturón de seguridad, medida necesaria ante el vertiginoso encadenado de secuencias que nos depara esta producción animada china, que supone la sexta entrega en formato largo de los Bonnie Bears, dos osos de conducta muy humana cuya hábitat es Pine Tree Mountain, un enclave natural en el que nos topamos con un pequeño guía turístico que tiene como misión mostrar el frondoso bosque a grupos de niños.

Por otro lado, también descubrimos otro enclave muy opuesto al habitado por los Bonnie Bears, un parque temático que atiende al nombre de “Vida salvaje” que, gracias a su singularidad, se ha convertido en un multimillonario fenómeno social. Dicha particularidad radica en que sus visitantes reciben una pulsera que permite al recién llegado transformarse en el animal que deseen y mientras dure su visita. La pulsera, tal y como dictan los tiempos actuales, es un artefacto de ingeniería genética que suple la magia de la imaginación.

A este lugar acude el guía de Pine Tree Mountain para participar en un concurso cuyo premio en metálico le permitirá relanzar su enclave natural. Nacida de una serie de televisión que goza de gran popularidad y que comenzó en 2012, la saga de los Bonnie Bears siempre se ha caracterizado por su caótico y frenético discurso visual, todo ello aderezado con multitud de gags y un mensaje de fácil degustación y servido a través de una historia muy sencilla.

Leon Ding, un director prolífico y curtido en el campo animado, es el firmante de esta propuesta que entretiene y que tiene en su atractivo exceso visual uno de sus principales defectos, debido a que es tal su ritmo que, por momentos, puede llegar a apabullar a los espectadores más jóvenes.