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CRÍTICA: «EL GRAN MAURICE»

De los astilleros a los campos de golf


El gran Maurice” (2022) supone la consagración de Craig Roberts, gracias a que logra plasmar un perfecto ejemplo de la ya de por sí pujante comedia social británica, y repitiendo con la maravillosa Sally Hawkins en el reparto. Aunque figure como la coprotagonista, en es realidad el alma de la película, ya que Maurice no sería nada sin ella, ni mucho menos grande. Resulta vital en un momento clave para su marido, cuando tiene que reiventarse a sí mismo, cambiando la crisis personal por la realización de un sueño imposible. El diseño del grupo familiar está completado con igual acierto, y tanto el hijo mayor que sigue los pasos laborales del padre, como los hermanos gemelos con su pasión por el baile, forman un excéntrico clan por demás divertido.

Ya se sabe que no hay papel que se le resista a Mark Rylance, y menos aún estando tan bien arropado, por lo que se hace sin problemas con la figura real de Maurice Flitcroft, que aparece en los títulos de crédito finales. Rylance borda la caricatura obrera de un deporte como el golf en los duros tiempos de la reconversión industrial. Ante los inminentes despidos en los astilleros de la ciudad costera de Barrow deja su puesto de operador de grúa e intenta convertirse en golfista profesional.

El salto que pretende dar es tan vertiginoso que se tendrá que enfrentar, no ya a otros jugadores mucho más experimentados que él, sino a los directivos de los clubes, periodistas deportivos y organizadores de torneos prestigiosos.

Pero lo bueno es que rara vez su ánimo decae, y lejos de desmoralizarse trata de tú a tú al mismísimo Severiano Ballesteros de los años 70.