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KOLABORAZIOA

La politica neoliberal, la guerra contra la vida


Por sus afecciones mediambientales, los proyectos mineros de las multinacionales Highfield Resources-Geoalcali (Muga) australiana y el de la francesa Roullier (Magna) en Navarra interpelan a ecologistas, pero también a antiimperialistas, anticapitalistas, personas que defienden la soberanía alimentaria y el kilómetro 0, que están en contra de las macrogranjas y de la agricultura industrial (ambas inviables sin los fertizantes a base de potasa y de magnesita). De ahí la importancia de que todas las luchas en defensa de la tierra deban llevarse a cabo no solo en conexión con otras luchas que atacan los sistemas de dominación, sino también aceptando ser atravesadas por ellas, para que tengan sentido y un impacto real. Me parece muy acertado que en Baztan, además de la oposición a la destrucción del territorio, se defienda el comunal contra la intención de privatización por Roullier. Pero también todo lo que significan los bienes comunales para unas formas de vida y costumbres que, hoy en día, aunque muy debilitadas, permanecen aún vivas.

La experiencia de años de lucha nos avisa que confiar en la participación política democrática, o en el derecho -más cuando está en juego la economía- nos lleva al fracaso, por inaceptable que nos parezca el proyecto a realizar. El delegado del Gobierno de Navarra lo ha dejado meridianamente claro al prohibir las consultas populares. Los baztandarrak no tienen el «derecho a decidir». Aunque sí tenemos todas las personas el poder de autodeterminarnos. Y es que, cuando las clases dominantes admiten parte del problema llamándolo «crisis» o «emergencia ecológica», y no «el problema» -el colapso de los sistemas medioambientales ya ha comenzado-, no es con la intención de resolverlo. Simplemente, esperan declararse los únicos competentes para afrontarlo. Su respuesta será la misma que la que han dado a todas las «crisis» habidas hasta ahora, sean estas económicas o sanitarias: libertades restringidas, violencia como coacción y cada vez mayor centralización del poder político. No hay razón para creer que con la crisis climática será diferente.

La política neoliberal nos lleva a la guerra. El capital sin control sigue su marcha adelante destruyendo todos los obstáculos que encuentra en su camino. Ya sean estos ecosistemas o personas. Y en estas últimas, son obstáculos todas aquellas que no son rentables o explotables. Desde los pobres a los discapacitados y dependientes, pasando por los jóvenes o los ancianos sin recursos. Lo hemos visto en la última «crisis sanitaria» al dejar morir a ancianos y enfermos.

Nos tratarán de todo porque nos oponemos a sus proyectos, nos preguntarán por nuestras alternativas... No las tenemos, ni sabemos; pongamos, por ejemplo; cómo vamos a vivir sin la producción actual de las macrogranjas, la agricultura industrial o la electricidad. Lo que sí tenemos claro es que de momento dependemos de ellas, pero eso no nos impide oponernos a todos sus proyectos destructivos. Nuestra forma de vivir la catástrofe que viene como la insurrección que la acompaña será aceptar ir hacia lo desconocido. Nuestra respuesta pasa por el desmantelamiento de la sociedad tecnoindustrial generadora de sufrimiento y muerte, por no permitir ni un solo proyecto destructivo más, por la exigencia de reparación de todo el daño causado. Y empezar a ir revirtiendo lo que empezó con la caza de brujas y que se concretizó en expropiar, explotar, en destruir los saberes y organizaciones sociales autónomas como el batzarre, el auzolan, el artelan, etc., en borrar cualquier símbolo, mito o rito que cuestionase la propiedad privada, las creencias oficiales o el individualismo.

Devolución de los bienes comunales robados a sus auténticos dueños, los vecinos y vecinas de pueblos y valles. Recuperación de las expresiones autónomas de organización (batzarre), trabajo colectivo (artelan) y de apoyo mutuo (auzolan). Tierra y libertad para poder hacer un auténtico tránsito ecológico.