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LA INFAMIA PARA JUSTIFICAR LA GUERRA

Colin Powell y el frasco de la mentira que cambió la Historia

El 5 de febrero de 2003 el secretario de Estado estadounidense presentó en la asamblea de la ONU la madre de todas las pruebas contra el líder iraquí Saddam Hussein: «Está preparando armas de destrucción masiva como esta». Era falsa, pero ya nadie iba a evitar la segunda guerra en el Golfo en la que, según la revista médica “The Lancet’, habían muerto 650.000 personas entre civiles y militares.

(Timothy A. CLARY | AFP)

Es una de las frases más conocidas sobre los conflictos: «La primera cosa que muere en una guerra es la verdad». Se le atribuye a Esquilo, uno de los principales autores de teatro de la Antigüedad. Allá donde silban las balas y otras armas, entre propaganda y noticias, de hecho, la diferencia es muy sutil.

Cuando Colin Powell, secretario de Estado de EEUU, tomó la palabra en la Asamblea General de la ONU el 5 de febrero de 2003, hace 20 años, sabía que tenía que convencer a un público, no decirle la verdad: Saddam Hussein, dictador de Irak, era una amenaza para el planeta y había que atacarle cuanto antes porque tenía una conexión, según todos los altos cargos del Gobierno estadounidense, con Osama Bin Laden, responsable de los atentados que habían derrumbado las Torres Gemelas el 11 de setiempre de 2001.

Y si el jeque saudí había utilizado aviones de línea a modo de proyectil, las armas de Saddam eran bacteriológicas. Powell solamente necesitaba pruebas, y por lo visto las había encontrado, como ya había anticipado el día anterior en un detallado artículo en “The Wall Street Journal”. «Ofreceremos evidencias claras y simples de que está ocultando sus armas de destrucción masiva».

«Liderazgo»

El mundo se detendría durante unas horas hasta la comparecencia de Powell, general del Ejército durante tres décadas, de Vietnam a la primera guerra en Irak. Alguien que por curriculum no podía acudir a decir chistes, que figuraba en titulares de manuales de estrategia militar junto a todo un padre de la patria: “El arte de mandar desde George Washington hasta Colin Powell”.

Y así, todo un listado de otros ensayos con títulos muy parecidos: “Los secretos del liderazgo de Colin Powell”, de Oren Harari; o, del mismo autor, “Los princìpios de Powell: 24 clases de Colin Powell, un líder de leyenda”; o las dos autobiografías del general, “A la manera de un soldado”, y la más reciente, “Para mí ha funcionado, en la vida y en el liderazgo”, publicada en 2014, siete años antes de su muerte.

Fortalecido por este curriculum, que nadie pensaba mínimamente cuestionar, Powell tomó asiento en sala de la ONU a las 10.36 de Nueva York y, durante un discurso de una hora y 7 minutos, con toda tranquilidad sacó un frasco y señaló: «No cabe ninguna duda de que Saddam Hussein está preparando armas de potencial destrucción masiva».

Fue un gesto teatral espectacular. Powell se mantuvo firme, los brazos cruzados por encima de una montaña de hojas de papel. Detrás de él, dos tipos que parecían guardaespaldas, uno con corbata azul y otra de rayas amarillo-negras. Parecía que nadie estuviese respirando siquiera.

Se había equivocado...

El mundo miró aquel objeto y pensó que estábamos ante una «pistola humeante», con forma de arma bacteriológica. Así se explicaban los ataques en muchas oficinas norteamericanas con antrax, aquel polvo blanco potencialmente mortal. Fue un crescendo hacia la guerra en contra del enemigo público número uno, que efectivamente estallaría el 20 de marzo y se alargaría hasta 2011; ocho años.

Nadie tuvo la mínima duda. Por ejemplo, sobre de dónde había salido aquel frasco, porque teóricamente lo habían encontrado los servicios secretos estadounidenses, que no podían fallar. Entre los más dispuestos a apoyar a EEUU estaban Tony Blair desde el Reino Unido, el italiano Berlusconi y el presidente español, José María Aznar. Este último, junto a la vicepresidenta de la Comisión Europea, Loyola de Palacio, con la que Powell mantendría una estrecha amistad hasta la muerte de la política de origen vasco en 2006. Otros, como París, Berlín o Moscú, contestaron muy levemente a las palabras del general, pidiendo otras investigaciones. Pero nadie se atrevió a protestar ante aquella puesta en escena.

De hecho, volviendo a los libros sobre el secretario de Estado, se pueden encontrar frases realmente punzantes en ‘Los secretos del liderazgo’: «En estos momentos, Powell es el más importante militar y estadista de EEUU. Pero por encima de todas lo demás, es un caballero». ¿Y quién se pondría en contra de un caballero?

Pequeño detalle: todo lo que había declarado era falso. Ya en 2004 se demostró, y en 2010, en una especie de discurso «al revés» en la CNN, Powell terminó admitiendolo: «Lo siento mucho por lo ocurrido». Volvió a decirlo con toda calma, mientras en Irak habían muerto 650.000 personas entre civiles y militares, según las investigaciones de la revista médica “ The Lancet”.