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El amor sabrá


Cada segundo de nuestra vida algo nos dice al oído te amo. Por eso al diablo le gusta el ruido», escribe Jesús Montiel en “Canción de cuna”; y también: «Dios es un rey que vive de incógnito. Aunque no nos demos cuenta, a cada instante pasea delante de nosotros. Es verdad todo el horror que hay en el mundo, pero el amor lo acorrala, ¿no te das cuenta?». En “Un número finito de veranos”, Aurora Luque escribe: “Los paganos decimos oraciones/ cuando la vida urge, arrolladora./ Rezamos al presente los paganos./ La nieve será pétalos y frutas,/ ciruelas amarillas, madreselvas. No va mucho más lejos/ nuestra oración pagana, pero la vida breve/ recoge con más brío/ la emoción no abarcable/ que fructifica al cabo del invierno./ Este canto a la vida que me entona la nieve,/ bella y alta, en la sierra,/ cuando paso, en el coche, preguntándome/ qué frutos traerá el verano amado, cómo el amor sabrá/ regir siempre los tiempos,/ a su manera, artística y hermosa,/ y libre y desquiciada». Y otro poema de este libro comienza: «Supe que amaba cuando/ me descubrí queriendo cuantiosamente al mundo,/ el júbilo en su abrirse ante mis ojos». Y en “Agua y jabón” Marta Riezu escribe: «Con la edad uno pule su relación con lo inútil. No sólo entiende su importancia, sino su papel redentor. Ante el horroroso afán de lo rentable elijo caminar del bracete con lo que no tiene valor». «Mi vida es una niña abriéndose camino entre hombres de negocios», escribe Montiel. Y yo no he encontrado palabras más justas ni más precisas para expresarlo.