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JOYLAND

Los fantasmas y las visibles


En las primeras secuencias de “Joyland”, su director, el debutante Saim Sadiq, deja claro su compromiso con la fuerza evocadora del simbolismo.

En dichas imágenes, topamos con unas niñas que juegan al escondite con la complicidad e una sábana, un elemento este que vuelve a asomar en secuencias posteriores y que nos recuerda el concepto fantasmagórico o invisible de algo que se intuye prohibido.

El filme nos hace ser testigos de la mecánica cotidiana de una familia de clase media paquistaní. En dichas secuencias descubrimos que su concepto religioso no es en absoluto radical. La cámara se centra en uno de los protagonistas, el cual está casado pero no tiene hijos, y se encarga de los trabajos que desde siempre han sido asociados a las mujeres mientras su esposa trabaja en una peluquería. Todo cambia para nuestro personaje cuando encuentra un empleo como bailarín en un club.

De esta forma, la cámara nos guía a otro espacio diferente, la noche y sus ambientes queer, un microcosmo en el que topamos con el otro personaje destacado del filme, una cantante trans de la que se enamorará el protagonista. Con estos mimbres, Sadiq construye un fascinante y muy evocador filme repleto de lirismo y una gran fuerza emocional. Un filme tan doloroso como poético elaborado a través de un discurso visual arrollador y colorista. Las muy bien calibradas escenas gozan de un acabado técnico impecable y en el que destaca la sutileza de una crónica íntima de gran crudeza.

La sombra prolongada de una sociedad patriarcal se revela en las historias que se entrecruzan a lo largo de un metraje conmovedor y que orbita en torno a esa extraña y muy peculiar feria de atracciones, en la que se dan cita las mujeres que buscan un milímetro de libertad en dicho entorno.