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EL CAFTÁN AZUL

La tangerina Maryam Touzani lo borda


El cine intimista tiene a una nueva maestra en la tangerina Maryam Touzani, que domina el arte de contar historias en las distancias cortas y con una filosofía “slow”. En su ópera-prima “Adam” (2019) ya ensayó a rodar con tres personajes principales, con la diferencia de que se trataba de mujeres. Le era suficiente para mostrar una galería intergeneracional de la problemática de la mujer marroquí, discriminada ya por ser soltera embarazada o viuda que no desea volver a casarse. En su segundo largometraje “El caftán azul” (2022) hila todavía más fino, repitiendo con la actriz Lubna Azabal como protagonista de una relación triangular que completan dos hombres, los cuales también sufren en su país de la férrea moral pública que obliga a mantener la homosexualidad oculta a los ojos de los demás. Por lo tanto el espacio privado se convierte en un área reservada para los sentimientos y pulsiones que, aún estando a flor de piel, han de mantenerse dentro de la contención y la sutileza de los gestos silenciosos y las miradas furtivas.

Touzani trabaja con material sensible, y lo borda. La creación artesanal se presta de lujo a su descripción de unos personajes tan delicados como las telas que cosen a mano. Hay un mimo y un cuidado especiales en la exaltación del detalle costumbrista, tanto en la confección de prendas representadas por el caftán tradicional del título, como en la vida doméstica en general, con el cocinado de los platos que se dirían sacados de un bodegón. Así de pictórica es la fotografía de Virginie Surdej, hecha de los claroscuros que envuelven la existencia de Mina, su marido Halim y el joven aprendiz de sastre Youssef.

Se podría pensar que el estilo introspectivo de Touzani viene provocado por la censura, pero ella actúa con la libertad autoral de quien prefiere la serenidad al ruido, la poesía visual al drama desaforado, la belleza estática de los cuerpos a la acción física. Es respetuosa y muy tolerante.