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CRÍTICA: «LOS REYES DEL MUNDO»

La ruta del caballo blanco


La Concha de Oro que cosechó en la última edición de Zinemaldia ha permitido a la cineasta colombiana Laura Mora que su película haya entrado por la puerta grande en diferentes certámenes internacionales y, sobre todo, haya tenido una más que merecida distribución en salas. Mora, reincidente en el certamen donostiarra tras la Mención Especial del premio Kutxabank de la sección New Directors que logró con su ópera prima “Matar a Jesús”, demuestra a las claras un gran talento a la hora de combinar una poética dolorosa y un cine social que coquetea con un estilo lindante al género documental. En su declaración de intenciones, lo que encontramos en “Los reyes del mundo” es una muy saludable propuesta en el que la libertad se intuye en cada tramo de unas secuencias que arrancan en las convulsas calles de Medellín. Un epicentro telúrico del que parte la huida hacia adelante compartida por Rá, Culebro, Sere, Winny y Nano, cinco chavales criados en una escenografía que se revela como una especie de callejón sin salida pero que, a través de la cámara de la directora, adquiere cierto tono onírico gracias a la fuerza evocadora y simbólica de un caballo blanco que se convierte en figura totémica del filme. La vida de este grupo de supervivientes adquiere un nuevo rumbo cuando uno de ellos se convierte en heredero de las tierras de su abuela, de esta manera, se abre la puerta para ese anhelo de libertad que comparten unos personajes acostumbrados a sobrevivir en las calles y que se trasladan a un entorno selvático que oculta un tesoro. A través de secuencias dotadas de una gran fuerza, la película rebosa naturalidad y un encanto sutil que jamás elude la crudeza del propio relato.