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Balsa


El pasado sábado varios miles de manifestantes volvieron a sacar a la superficie la problemática de la vivienda que los abertzales de Ipar Euskal Herria de la década los setenta ya anticiparon y que en este medio siglo no ha hecho más que empeorar, sobre todo en la franja del litoral, con precios que no dejan de escalar, donde se ha incrementado no solo el número de los alojamientos de alquiler vacacional sino también el de las residencias secundarias que compra gente con recursos como Gérald Darmanin, indignado con el «terrorismo intelectual de extrema izquierda» que envía a los ciudadanos a manifestarse ya sea a las calles como al campo, como en Sainte-Soline, donde estas últimas semanas cerca de 30.000 personas se han atrincherado como única manera de detener la construcción de unas balsas de agua que alimentarán la agricultura productivista agotando los recursos hídricos del subsuelo y con ellos un futuro que, tras la violencia desmesurada demostrada por los cientos de antidisturbios enviados por el propio ministro del Interior, ya es preapocalíptico. Como con la reforma de las pensiones, pretenden someter, imponer y que todo siga tranquilo, como una balsa de aceite. Y cuando esta prende fuego, los pirómanos son otros, los que se ahogan en una desesperación que rebalsa por todos lados.