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RENFIELD

Cine adictivo, cine que vampiriza


La Universal está en deuda con Nicolas Cage, porque ni con mil películas habría logrado una antología de sus Dráculas como la que le regala el siempre generoso actor en “Renfield” (2023). Si alguien se molesta en contabilizar los minutos que aparece en pantalla, que no deben ser muchos, teniendo en cuenta que es un secundario y la cinta dura la hora y media de rigor, se dará cuenta de la forma en que el genio coppoliano aprovecha cada plano, cada instante de puro cine de terror. No hay gesto, ni mueca, ni expresión corporal que no tenga una intención, que no conlleve un guiño cinéfilo. Desde la introducción en que su rostro es insertado en blanco y negro en el cuerpo del Bela Lugosi del “Drácula” (1931), de Tod Browning, se dedica a brindar homenajes a los maestros del género, ya que los extiende al Lon Chaney de “Garras humanas” (1927) y al Max Schreck de “Nosferatu” (1922). Así que su inagotable repertorio va del expresionismo al gótico, todo ello cohesionado por una estética pop-art warholiana.

Su compañera de reparto Awkwafina no se queda atrás, ya que sobre la actriz de origen asiático recae el liderazgo de la parte consagrada a la comedia de acción. Es como una versión “gore” y sangrienta de las peleas del cine mudo de los Keystone Cops, o de las locuras animadas de Looney Tunes. Por algo el productor y argumentista de la película es Robert Kirkman, creador de la serie “The Walking Dead”, y que aquí exhibe su inspiración en el mundo del cómic.

El trío estelar lo completa Nicholas Hoult, encargado de la dimensión sicologista de la película, que la tiene, a pesar del escaso espacio que queda dentro del ajustado metraje para las disgresiones mentales. Encarna a un moderno Renfield que, si en la novela de Bram Stoker era carne de siquiátrico, ahora lo es de terapia de grupo. Y en esas sesiones confiesa su adicción y su dependencia de una manera alusiva, porque de ser más concreto y preciso no le creerían.