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EDITORIALA

Gernika, símbolo vasco que hereda la humanidad


Ayer hace 86 años Gernika fue completamente devastada, quedó reducida a cenizas por los bombardeos de los aviones de la Legión Cóndor que actuaron en apoyo al dictador español Francisco Franco. Por primera se atacaba desde el aire a una población civil. Aquello fue, además, el bautismo de fuego de la maquinaria bélica de la Alemania nazi, un bombardeo de terror y un experimento de guerra, de un horror desatado, de una brutal minuciosidad. El ataque se produjo en varias oleadas. Gernika era un enclave ideal para estudiar el efecto de las bombas incendiarias de la Luftwaffe, a la que siguieron aviones más ligeros que tenían órdenes de ametralllar a la población. Tras esto, llegó otro bombardeo pesado, que finalizaría con el golpe de gracia de otro bombardeo ligero combinado con fuego de metralla. El ataque a Gernika representó un cruel anticipo de la Segunda Guerra Mundial, sembrando las calles de cadáveres; fue un experimento de armas y tácticas de combate, de destrucción y muerte.

Además de experimento bélico, el bombardeo también persiguió destruir símbolos para atacar la moral de los gudaris y milicianos, para eliminar la resistencia vasca. Con el uso desproporcionado de armamento letal, buscaron la muerte de personas desarmadas e inocentes, en vez de la destrucción de instalaciones de interés militar. Conocían bien cuál era el profundo significado cultural de Gernika, en el que hunde sus raíces el pueblo vasco, cuyo roble es símbolo temprano de sus libertades. Sabían que a su sombra se juraba respetarlas y defenderlas, que el ataque ultrajaba el sentimiento vasco.

El roble quedó intacto y sobrevivió al horror. Como la famosa obra de Picasso, que magistralmente fijó Gernika para la eternidad, es un buen recordatorio de la verdad como memoria necesaria, que muchos negaron o tergiversaron. Y a la vez, un alegato contra la barbarie. Es reivindicación ante Madrid a favor de una justicia ya tardía para las víctimas inocentes, de un concepto elemental de empatía. Es una advertencia para las generaciones venideras. Es, en definitiva, un símbolo universal de libertad que ya ha heredado toda la humanidad.