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Ranas


En un poema del último premio Cervantes titulado “Entrevista”, Rafael Cadenas escribe de un viejo poeta que llegado en sus últimos días a la Gran Incertidumbre siente que ha perdido su vida, porque “el arte / es ofrenda / o vanidad”. “Yo no soy nadie ¿Quién eres tú?”, dice el primer verso de un breve poema de Emily Dickinson, esa poeta casi ermitaña que apenas publicó en vida tres o cuatro poemas de los cientos que su hermana encontró en un cajón cuando ella murió. “¡Qué aburrido ser alguien! / ¡Qué ordinario! Estar diciendo tu nombre, / como una rana, todo el mes de junio, / a una charca que te contempla”, escribe en los últimos versos de ese poema. Las librerías están llenas de ranas, de libros escritos por gente que no tiene nada de escritor. Un periodista le preguntó una vez al novelista rumano Mircea Cartarescu qué haría si muriera el último lector sobre la tierra; “seguir escribiendo”, respondió.

Un escritor es aquel que seguiría escribiendo aunque nadie le leyera, aunque no le publicaran; el escritor, por tanto, no piensa en los lectores. Daniel Barenboim acaba de publicar el libro titulado “La música despierta el tiempo”; escribe en él el director de orquesta argentino: “El sonido es un desafío contra la fuerza de atracción del silencio, que intenta limitar su duración”, y a continuación distingue entre el sonido que interrumpe el silencio y el sonido que surge del silencio. Libros hay también demasiados que surgen del ruido y casi en nada se diferencian de él. Ranas croando su nombre.