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Mounia Meddour
Cineasta

«El cuerpo de la mujer es blanco preferente de todo tipo de ataques»

Hija del cineasta argelino Azzedine Meddour, nació en 1978 en Moscú, de donde es originaria su madre. Hasta los 20 años vivió en Argelia, de donde se tuvo que ir en plena guerra tras las amenazas de muerte que recibió su padre. Residente en el Estado francés, ha desarrollado una notable carrera como documentalista. Estrena ‘‘Houria’’, su segundo largometraje.

(Nacho LÓPEZ)

Mounia Meddour debutó en la ficción con ‘‘Papicha, Sueños de Libertad’’ (2019), filme que le valió el César a la mejor ópera prima y donde evocaba sus años de juventud a través de la historia de una joven en rebeldía contra el dogma islamista que fue abriéndose paso en la vida política argelina durante los años 90, en plena guerra civil. En su segundo largometraje, ‘‘Houria’’, que acaba de llegar a las pantallas, Meddour traslada su mirada a la juventud actual, a esas mujeres que, sin haber vivido la guerra, padecen en primera persona las derivas de aquel conflicto.

Esta película está muy conectada con su ópera prima, en ambos casos habla de mujeres que ven frustrados sus sueños al ser golpeadas por la cultura del patriarcado. ¿Diría que se trata de dos filmes complementarios?

Sí, en cierto modo ‘‘Houria’’ es una película hija de la anterior. ‘‘Papicha’’ parte de una historia personal, ya que evoca unos hechos y una época que yo viví en primera persona antes de dejar Argelia; los años de la guerra, una guerra que dejó casi 150.000 muertos. Decidí contar aquella experiencia desde el punto de vista de las mujeres, que son las grandes olvidadas de la Historia. Cuando acabé aquel rodaje, sentí la necesidad de seguir explorando la situación de estas mujeres en un entorno fragilizado. Me pregunté: ¿veinte años después de los hechos que narré en aquella película, qué es de Argelia? ¿qué luchas están asumiendo las mujeres? ¿cuál es el contexto en el que se mueven las nuevas generaciones? Así que me propuse responder a todas esas preguntas a través del personaje de una bailarina que, tras ser atacada, lucha por recuperar su voz y su movilidad, es decir, su capacidad para expresarse libremente. En este sentido, hay una conexión clara entre ‘‘Papicha’’ y ‘‘Houria’’, ambos filmes conforman una suerte de díptico donde proyecto mis recuerdos y mis sensaciones sobre Argelia.

En «Houria», de hecho, el cuerpo de la protagonista resulta una proyección del propio país, un territorio golpeado, devastado y que cuando parece que vuelve a emerger libre es para sucumbir, de nuevo, ante los ecos de una violencia atávica. ¿Qué le interesaba de esta metáfora?

Fundamentalmente que tiene un alcance universal. A mí me sirve para hablar de Argelia pero, desde hace siglos, el cuerpo de la mujer es blanco preferente de todo tipo de ataques, y lo es en todos lados. Pensemos en la legislación antiabortista de EEUU o en las 33 mujeres que han muerto en Francia desde principios de año víctimas de la violencia machista. Las mujeres siempre ponen su cuerpo por delante a la hora de luchar y de superar todo tipo de obstáculos. Para mí lo importante, en el caso de la protagonista de mi película, es el modo en el que ella sale engrandecida de esa lucha.

Una idea en la que usted incide, tanto en esta como en su anterior película, es la de que las mujeres argelinas sufrieron las consecuencias de la guerra civil de un modo más acusado que los hombres. ¿Lo cree así?

No, yo creo que tanto hombres como mujeres sufrieron las consecuencias de todo aquello. Lo que ocurre es que mi punto de vista, inevitablemente, es un punto de vista femenino y por eso he elegido contar esta historia a partir de la experiencia de un grupo concreto de mujeres, pero no quiero que se perciba que, a través de ellas, hablo de una experiencia colectiva. Más bien hablo de sensaciones individuales, sensaciones que son las mías.

Hay una frase en la película en la que Sonia le dice a Houria con un asomo de ironía: «Tuvimos suerte de no haber vivido la guerra». Pero lo cierto es que, sin haberla vivido, su generación es víctima de la precaria situación en la que quedó el país después de aquel conflicto. ¿Hay pocas esperanzas para las jóvenes argelinas de hoy?

En ‘‘Papicha’’ quise reflejar la situación de un grupo de mujeres en Argelia durante la guerra civil y aquí, sin embargo, la clave de la película está en esa frase que mencionas: hay toda una nueva generación de mujeres que, sin haber vivido aquel conflicto, son víctimas directas de él. Aún hay muchos fantasmas de aquella época que sobrevuelan sobre la sociedad argelina y muchas veces carecemos de mecanismos para enfrentarnos a ellos, porque la mayoría de intelectuales y artistas argelinos o bien fueron aniquilados o bien tuvieron que exiliarse. En la Argelia actual falta la herramienta de la cultura; sin ella es muy difícil que las nuevas generaciones abran un nuevo capítulo en la historia del país ya que, en cierta medida, siguen siendo prisioneras de un pasado que ni siquiera han vivido. Y es una pena, porque la juventud argelina de hoy tiene una energía tremenda, son una generación con grandes inquietudes, muy creativa y con mucho empuje, pero les faltan instrumentos para encauzar todo eso y, sobre todo, les faltan oportunidades.

¿Usted es pesimista u optimista en este sentido?

Yo creo que mi punto de vista queda reflejado en la propia película y en el personaje principal. Houria es una joven bailarina que ha sido educada en los rigores del ballet clásico, un arte bastante rígido. Pero, sobre la base de ese aprendizaje, ella es capaz de crear una coreografía libre con una fuerza y una singularidad muy acusadas, un ballet nuevo, bastante orgánico y enraizado en la cultura de su propio país. Se trata de un mensaje positivo y lleno de esperanza sobre el camino que han de tomar las nuevas generaciones argelinas a la hora de buscar su propia voz dentro de sí mismas, sin imposiciones. No obstante, en esta idea tiene un gran peso el colectivo porque, cuando Houria está sola, se siente muy frágil. Sin embargo, su inspiración empieza a funcionar cuando está acompañada de esas otras mujeres que aparecen en la película.

En la relación entre Houria y su amiga Sonia aflora el debate sobre si para las jóvenes argelinas es preferible quedarse y luchar, dentro de los estrechos límites que se les concede a las mujeres para expresarse, o huir. Usted parece tomar partido por la primera opción. ¿Es así?

No es que defienda esa idea a título personal, es que me parece mucho más interesante narrativamente hablando porque una persona que decide quedarse y luchar ha de hacer frente a toda una serie de obstáculos. Desde este punto de vista, como cineasta, me parece mucho más atractivo poner el foco en un personaje que se esfuerza por buscar aquellos recursos que le permitan resistir, que hacerlo en alguien cuya única meta es huir.

En su anterior película la protagonista se refugiaba en el mundo de la moda. Houria hace lo propio en el mundo de la danza. ¿Son el arte y la creación uno de los pocos escenarios que encuentra la mujer en Argelia para expresarse en libertad?

Es algo de lo que estoy plenamente convencida, cualquier actividad creativa representa un espacio idóneo para que la personalidad de uno aflore sin límites. Desde este punto de vista, el arte es una herramienta de transformación social muy importante, tanto para las mujeres como para los hombres, lo mismo en Argelia que en otros lugares.

Sí, pero si le preguntaba por el caso concreto de las mujeres en el contexto de los países del Magreb es porque últimamente parece que haya una generación de directoras emergentes en mucho de estos territorios que, con sus películas, están dando visibilidad a la situación de la mujer en sus respectivos países. ¿A qué atribuye este fenómeno?

Yo creo que aún son muy pocas las mujeres que dirigen cine en los países del Magreb. En Argelia, por ejemplo, apenas son un par, claro que si lo comparamos con lo que ocurría hace unos años cuando no había ninguna mujer que hiciera cine, igual parece que hay un crecimiento exponencial. Lo que sí hay son muchas directoras, como yo, de ascendencia magrebí que, residiendo en Francia, ruedan películas sobre sus países de origen poniendo el foco en la situación de la mujer. Haría falta que los gobiernos de estos países favoreciesen que hubiera más mujeres haciendo cine porque, honestamente, creo que las mujeres ofrecemos una mirada distinta y ponemos mucho énfasis en el escenario social. Ojalá hubiera más mujeres magrebíes haciendo cine.