GARA Euskal Herriko egunkaria
GAURKOA

Sabor a mazapán


Organizado por la sección española del Instituto Internacional de Prensa, ahora hace 41 años, tuvo lugar en Toledo un seminario sobre Información y Terrorismo con el objeto de analizar el tratamiento informativo del terrorismo en Italia, Alemania, Reino Unido y España. Participaban en el evento profesionales de prensa y expertos en «orden público» de los países concernidos. Además de la cúpula militar y policial del momento, estábamos allí los directores de los diarios vascos, y políticos como Rosón, San Juan, Benegas, Bandrés. Lo presidía Jesús de Polanco y lo activaba Juan Luis Cebrián, seguramente en el tiempo en el que “El País” fue más influyente: Felipe González acababa de ganar las elecciones y algo le debía a la pareja su triunfo.

Fueron estos los que insistieron en que el director de “Egin” -o sea, yo- no podía faltar en esa mesa, y tampoco el de “Diario de Navarra”, que todavía padecía las consecuencias de los tiros sufridos en un atentado de ETA del que alguien dijo haber sido realizado por un comando fuera de control. Acepté participar, viajé en auto con Miguel Larrea, director entonces de “El Diario Vasco”, y allí me encontré con Félix García Olano, director a la sazón de “Deia”, además de con Antonio Barrena, director de “El Correo Español”, y también finalmente con José Javier Uranga, director del “Diario de Navarra”, que hizo un amago de retirarse porque decía no sentirse seguro al lado del director de “Egin”, pero que finalmente se quedó a instancias e insistencia especialmente de Barrena. Andaba por allí también sin mayor protagonismo entonces el director de “Diario 16” Pedro J. Ramírez.

Miguel Angel Aguilar tituló sus informaciones y reportajes sobre el seminario “Diálogos de mazapán” y recogió para “El País” ideas de su director como las que sostenían que la democracia amenazada por el terrorismo no puede defenderse con métodos antidemocráticos; que la prensa no puede cumplir el papel de delatora, sino contribuir a la búsqueda de soluciones. Se hacía eco también de lo que Cebrián opinó en contra de la coerción con leyes especiales, jueces y tutores especiales, que vinieran a decir lo que es bueno y no, y a discernir sobre lo que era o no interesante, porque no servirían a su juicio más que para sumar tensión. Trataba de resumir así lo que Aguilar presentó como horizonte de entendimiento entre la prensa y el Gobierno.

Conservo la ponencia que el exministro Juan José Rosón aportó, en la que entre otras cosas alertaba sobre el papel que en ocasiones juegan sin percatarse los periodistas a favor de los objetivos de los terroristas; les pedía a estos un apoyo más firme a los miembros de los Cuerpos de Seguridad, que realizaban el trabajo más arriesgado «sin un mínimo de reconocimiento», y su contribución para el «aislamiento de los terroristas en el entorno de su convivencia». Carlos San Juan, subsecretario socialista del Interior entonces, y ministro fallido del ramo, era más contundente al asegurar que «el terrorismo solo es posible gracias a los efectos multiplicadores de los medios de comunicación», y concluir que en manera alguna puede consentirse que la información se convierta en apoyo consciente o inconsciente del terrorismo, «que busca la sumisión de la prensa».

En la ponencia de Txiki Benegas se podía leer que la publicidad y la propaganda de sus acciones constituyen un elemento esencial para la consecución de los objetivos terroristas, porque el efecto psicológico juega un papel preponderante en la lucha de voluntades, que es el terreno donde se decide la batalla. La organización terrorista, razonaba, no solamente necesita de la publicidad para conseguir sus efectos intimidatorios o desestabilizadores, sino también, para aumentar, conservar o no perder sus adeptos o sus apoyos sociales. Se mostraba partidario de impedir la incitación a la violencia y de llegar a una «clara tipificación del delito de apología del terrorismo cometido a través de los medios de comunicación social», advirtiendo también sobre «una coincidencia objetiva entre los intereses periodísticos de informar y de informar de todo sin ninguna limitación y los de la propia organización terrorista de conseguir una publicidad cada vez mayor de sus acciones, de sus protagonistas, de su proyecto político y de sus intenciones futuras». Los dirigentes socialistas estrenaban Gobierno con una voluntad clara de intervenir en la materia y estaban tejidos ya los primeros mimbres para su materialización en el Plan ZEN. Conservo fotos de aquella mesa. A Benegas le sentaron a mi izquierda y nos ignoramos hasta que se quedó sin cigarrillos y le ofrecí uno de los míos. Dijo entonces algo como que había que hablar, que teníamos que hablar, y yo le respondí que ahí le tenía a su cuñado, que era diagramador en nuestro periódico, para concretar una cita, que nunca se produjo.

Una de las noches fuimos a cenar a un restaurante de la ciudad Juan Mari Bandrés, Miguel Larrea, Félix García Olano y yo. Recuerdo que Bandrés me dijo en algún momento que la versión que yo tenía del abertzalismo le hubiera encantado a su mujer. A él, no tanto, deduje. Le veían tan afectuoso conmigo -lo era con todo el mundo-, que en la sala pensaron que era él mi abogado, que sería él quien me defendería en aquel juicio del que tuve conocimiento in situ y a través de Eduardo Sotillos, portavoz que fue del primer Gobierno de Felipe González y, años después, director de “Tribuna Vasca”, un diario efímero que los socialistas trajeron a Bilbao para hacerse un hueco entre la prensa ex franquista y la nacionalista (vasca).

Estábamos con los postres cuando el camarero nos trajo una botella de champagne no solicitada. Desde una mesa vecina en la que cenaban dos parejas nos hicieron un gesto y comprendimos que eran ellos la explicación de la botella. Terminaron de cenar, se nos acercó uno del grupo, me dio un golpecito en la espalda, y me dijo: ¡Suerte con el juicio! La noticia había aparecido ya en “El País”, que era el periódico de la progresía, y también de los empresarios y las gentes del dinero. Hubo un momento muy incómodo en nuestra mesa: Bandrés había contestado desde la distancia con un gesto de agradecimiento a los del detalle, había dado por supuesto que era por él, y había comentado que en España tenía muchos enemigos, pero también muchos simpatizantes, como esos que nos habían enviado la botella.

Llevo un tiempo haciendo limpieza de papeles viejos. Me he topado con los de este seminario. Era el tiempo de la mayor actividad de las ETAs, y los socialistas estrenaban todo. Lo comparto, antes de echar papeles y recuerdos a la basura.