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JOPUNTUA

¿Identidades asesinas?


Una amiga le cuenta a otra, en el metro de Bilbao, lo que le sucedió a su familia en sus vacaciones de verano. Llegaron a registrarse a la recepción del hotel y, para su sorpresa, el hombre que les atendió vestía «como un árabe». Pero la cosa fue a más cuando se dieron cuenta de que todo el personal del establecimiento era «yihadista». Literal. «Estuvimos un poco alerta el tiempo que pasamos allí.» añadió. Sospecho que la señora no sabía lo que significa exactamente la palabra yihadista, pero que algo bueno no podía ser, estaba meridianamente claro. Y a mí me recordó, al instante, el miedo que sentíamos cuando, yendo de vacaciones por cualquier rincón de España, veíamos un control de la Guardia Civil. Hubo un tiempo en el que la matrícula desvelaba de dónde procedía el coche… y sus ocupantes. Dicho de otra manera, lo que eres, y simplemente porque lo eres, puede tener consecuencias.

Hace ya unos años Amin Maalouf, que se refugió en Francia huyendo de la guerra en Líbano, publicó el libro “Identidades asesinas”, donde plantea, precisamente, que la gran tragedia de las civilizaciones han sido y son las guerras basadas en la identidad: religiosa, étnica, lingüística… Y se queja de lo siguiente: ¿por qué no puedo ser quien quiera sin necesidad de negar al de enfrente? Efectivamente, la tolerancia cultural y la convivencia entre culturas es un valor que deberíamos comprometernos a fortalecer. Ser árabe no significa ser yihadista como ser católico no conlleva justificar la pedofilia. Y, por supuesto, ser musulmán no significa dar por buena la dictadura religiosa iraní. Pero restar importancia a las identidades culturales no soluciona ningún problema. Un ser humano sólo lo es porque pertenece a una determinada cultura; esta le provee de identidad y da sentido a su vida. Y, además, no puede obviarse que han sido sobre todo los Estados nación que conocemos los que han implantado, a veces a sangre y fuego, una única identidad cultural para todos sus habitantes.