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EDITORIALA

Si la tortura tiene premio, es porque fue crucial


El coronel Manuel Sánchez Corbí fue condenado en 1998 por torturas al preso vasco Kepa Urra en una sentencia que, lejos de frenar la carrera de este guardia civil, la catapultó. A partir de ahí subió en el escalafón del instituto armado hasta llegar a coronel jefe de la Unidad Central Operativa (UCO), puesto del que fue destituido por el actual Gobierno, tras lo cual pasó a la empresa privada. Ahora que se clama desde la derecha española contra la posible amnistía a represaliados catalanes, conviene recordar el indulto exprés del Ejecutivo de José María Aznar, que dejó sin efectos aquella condena que el Tribunal Supremo ya había rebajado de cuatro años a uno.

Sánchez Corbí volvió a ser noticia ayer, al hacerse pública la decisión de la Audiencia Nacional española de otorgarle la Cruz de Plata, una condecoración mayor a la concedida inicialmente por el Ministerio de Interior. El color, el material y el nombre del reconocimiento es, en cualquier caso, lo de menos. Lo relevante es el recordatorio: torturar a ciudadanos y ciudadanas vascas ha tenido premio. Es terrible y macabro, pero, al mismo tiempo, no deja de ser un reconocimiento implícito del papel troncal de los tormentos y los malos tratos en la estrategia del Estado contra el activismo vasco. Si hubieran sido casos aislados y manzanas podridas, estas se hubiesen purgado debidamente en nombre de la imagen del Estado. Lejos de ello, que los torturadores hayan sido premiados con ascensos y condecoraciones no hace sino confirmar el esquema de enfrentamiento entre dos partes. Los defensores del relato único sobre el conflicto armado vasco tienen un serio problema con estas condecoraciones.

Pero este, en todo caso, es su problema. Lo que debiera preocupar al conjunto de la sociedad es la normalización de la vulneración de derechos humanos como instrumento de contrainsurgencia válido, así como el mensaje que envía a las víctimas. Quienes sufrieron torturas u otras violencias por parte del Estado merecen lo que cualquier víctima: verdad, justicia y reparación. Esto resulta incompatible con las condecoraciones a quienes fueron sus verdugos.