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Alegre y sin guía


La parte de este ser que es roca, / la parte de este cuerpo que es estrella, / últimamente siento que quieren regresar / y volver a ser lo que eran». A Ursula K. Le Guin (Berkeley, 1929-2018) hay demasiados lectores que no la conocen y otros, pocos, que la adoran. Escribió más de veinte novelas y varios libros de relatos que las librerías colocan en las secciones Literatura Fantástica o Ciencia Ficción, pero lo cierto es que reinventó los géneros. Fascinado en mi tardía adolescencia por “Un mago de Terramar”, pertenezco, claro, a sus adoradores. Luego vinieron “La mano izquierda de la oscuridad”, “Los desposeídos”, “Quienes se marchan de Omelas”, “El día antes de la Revolución” o “El nombre del mundo es Bosque”, novelas en las que el feminismo, el género, el anarquismo o la utopía son ejes esenciales.

Desconocía su poesía y, por eso, he devorado “En busca de mi elegía”, editado aquí este año: 70 poemas espigados de sus seis poemarios y 77 inéditos, escritos ya entrado el siglo XXI. En muchos de estos poemas Le Guin se asoma a la muerte, y lo hace de una forma tan salvajemente terrenal como trascendente. La Plegaria a Jano, dios de los umbrales, termina así: «Abre / mi alma a los vastos / lugares oscuros. Dime, dímelo otra vez, / que nada se nos quita, solo se da»; y en “Salir de la jaula”, ansía hacerlo «como lo hace el pájaro, alegre y sin guía». «Yo elegí cantar, / el papel de la alondra, / del bardo. El ala, la voz. / Crear con la ruina de lo que fue / las alas de lo que es».