2023 URR. 14 GAURKOA El recurso de Albania Iñaki EGAÑA Historiador En la mañana del 4 de diciembre de 1970, los 16 encausados en el Proceso de Burgos escuchaban la farragosa lectura de las principales piezas que componían el sumario. De pronto, una frase del tribunal captó la atención de los imputados: «ETA mantiene relaciones con la socialista Albania. También existen contactos entre ETA y el embajador chino en La Haya». La mayoría de los encausados no había salido de su entorno natural, lo que provocó sus risas, afeadas por el presidente del tribunal que ordenó silencio. Hoy sabemos que la República Popular China no tenía embajada en Holanda. Sin embargo, ahí quedó la andanada y dejó su poso. En los siguientes años, los comunistas españoles continuaron escuchando la sempiterna frase de que estaban financiados por el «oro de Moscú», y el «eje del mal» de la época, antes de ser sustituido por el del iraquí Saddam Hussein y sus aliados. Para los irredentos y pioneros vascos de ETA, y por extensión para la izquierda abertzale que surgió de su embrión, la financiación, según los franquistas, llegaba de Albania. Enver Hohxa había sido primer ministro de Albania hasta 1955 y secretario del Partido del Trabajo hasta 1985. Albania pasaba por ser la quintaesencia de la ortodoxia marxista-leninista. La derecha europea y norteamericana utilizaba a Albania como el referente para denigrar a los partidos revolucionarios y a los grupos de liberación. Con la muerte de Franco, la cosa pudo quedar en una anécdota, pero el PNV que salía de la clandestinidad y de haber apoyado a Washington durante la Guerra Fría, por razones económicas (la financiación a través suyo de la Democracia Cristina europea) y de ideales políticos, cazó la coletilla. Y a esa izquierda abertzale que tuvo que sortear la legalidad con asociaciones electorales para poder entrar en el juego democrático, la apostilló con la financiación mercantil e ideológica albanesa. No fue una vez, ni dos. Sino multitud. Hasta la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989, ETA y su entorno eran, para la dirección del PNV, el demonio rojo cuyo único interés era la implantación de una Albania socialista al borde de los Pirineos. Mi tocayo Anasagasti, que para eso era una fuente de perlas, ya lo dijo en campaña electoral, en un latiguillo contra Herri Batasuna: «¿Quieren trabajar ustedes en un país con instituciones o en uno parecido a aquella Albania de Enver Hohxa en que no haya más que una sola voluntad?». El testigo lo recogió Josean Rekondo, que fue alcalde de Hernani durante la ilegalización de la izquierda abertzale. A su salida, se convirtió en analista político. Y sus artículos no dejaban lugar al respiro: los disidentes compartían la ideología de Hohxa. Los forjadores de opinión de Madrid aprovecharon la ola y acuñaron la expresión para Euskal Herria de la «Albania del Cantábrico». Todavía en 2010, cuando Azpeitia celebraba su fiesta patronal, una pancarta apareció en la plaza con el lema «independencia y socialismo», junto a otras reivindicando los derechos conculcados a los presos. Entonces, el PNV local alumbró un texto bajo el título: “Que no estamos en la Albania de antaño, que estamos en Azpeitia”. Hoy, la nueva élite jeltzale ha vuelto a las andadas. Pero Albania queda ya muy lejos del conocimiento de las nuevas generaciones. Así que, en esta estrategia de demonizar a los nuevos brotes abertzales, las comparaciones se deslizan hacia otras referencias. En estos días, Iñigo Urkullu, lehendakari de la CAV, y Andoni Ortuzar, presidente del EBB, se han puesto a la faena. Dicen que Sortu, EH Bildu, ELA, LAB... son parte de una estrategia perfectamente diseñada para transformar un país «que va bien» en un «escenario gris», de «fomentar una confrontación artificial» de «trasladar una realidad falsa conflictiva», de..., sin ser tan explícitos, los nuevos y ortodoxos albaneses. Hace unos días, en esta línea, Iñaki González, desde “Deia”, llamaba marxista-leninista a Mitxel Lakuntza, secretario general de ELA. Urkullu, que cuando era presidente del BBB apostaba por el diálogo y la conciliación entre abertzales, ahora de lehendakari en campaña autonómica, se ha subido al carro de la derechona hispana para participar de sus gestos y arañar alguno de sus votos. El país, a pesar de datos sobre el PIB o el descenso del paro no va bien. La precariedad laboral se ha asentado, la privatización en Educación, Osakidetza o residencias de mayores, beneficia a numerosos recolocados gracias a las puertas giratorias que tan abundantemente aplica el aparato jeltzale. ¿No hay dinero? ¿Y el de las grandes e inútiles infraestructuras? ¿Fondos europeos tras la pandemia? Para la Torre Bizkaia y el Guggenheim en Urdaibai. Nada para equilibrar la brecha cada vez más notoria. Entre 2020 y 2022, el empobrecimiento vasco ha sido notorio. La cesta de alimentos se ha encarecido un 26%, las hipotecas en 3.000 euros al año, el ahorro de las familias ha bajado del 25% al 12% y 482.720 vecinos de la CAV están en situación de exclusión. Cáritas nos ofrece unos datos inquietantes: el 26,1% de la población vasca vive en una situación precaria, el 7,3% en una situación de exclusión moderada y el 9,0% en una situación de exclusión severa. Mientras, la oquedad en la distribución de la renta se acrecienta. Los bancos aumentaron sus beneficios en el primer trimestre de 2023 en un 22%. Revertir ese estado es, para Urkullu, buscar un «escenario gris», para Ortuzar ser un «radical socialista». Así que mi consejo. No repitan esas frases en los foros de empresarios, sino en los que están pegados al asfalto y a la tierra: en los grupos de pensionistas, en los de la economía circular, entre los que dan ropa y comida a quienes duermen en la calle, entre las trabajadoras de la limpieza con convenio atascado en años, entre las empleadas eventuales de Osakidetza, entre los trabajadores apaleados de Tubacex, en las asambleas de Stop Desahucios... Y échenles en cara que son las hijas de Hohxa. A ver que repuesta reciben. En esta estrategia de demonizar a los nuevos brotes abertzales, las comparaciones se deslizan hacia otras referencias