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Carlota pereda
Directora de ‘‘La ermita’’

«Todos los días entierras un plano o una idea espectacular»

Después del éxito de ‘‘Cerdita’’, la cineasta madrileña actualiza el “fantaterror vasco” con una historia real producida por la catalana Filmax y Bixagu. Siente su estreno en el Festival de Sitges, de la que es mentora en ‘‘Woman in Fan’’ y seguidora ella misma, «como un ‘eres de los nuestros, te aceptamos y te vamos a acompañar en el camino’».

(David HERRANZ)

¿Qué tienen los escenarios naturales de Euskal Herria que los hacían ideales para la película?

La historia original de Laura Fernández pasaba en Edimburgo, pero, por puro desconocimiento, decidí ambientarla en un lugar que a mí me resultara más cercano y me llamara más. Y el País Vasco tenía los paisajes que más me acercaban al ambiente de Edimburgo: por lo gótico, las grandes montañas, la niebla, las ermitas, algunas correspondencias históricas (Pamplona también estuvo sitiada por la peste)... También su sustrato mitológico, que es riquísimo… Simplemente, era el lugar en el que yo me imaginaba que podía desarrollarse una historia como esta, que nunca ubicaría en Extremadura, por ejemplo. [Duda y, risueña, comenta sobre la existencia de La Serrana de la Vera, una numen guardiana extremeña, joven, aguerrida y, cómo no, seductora de hombres: «Pero esa sería otra película»].

Seguimos con mitología: han trabajado con muchos miembros de asociaciones culturales de la zona. ¿Qué imagen tenía y tiene ahora del folklore vasco?

Me dí cuenta de que no tenía ni idea, más allá de las cuatro canciones que cantaba con las amigas vascas al salir de fiesta, sobre la Maritxu y así. Y luego todas las diferencias regionales, sobre todo con el euskara. La riqueza del lenguaje me alucinó. He aprendido un poco y hemos tenido días de rodaje en euskara, pero no sé hablarlo, ni mucho menos escuchar, distinguir acentos e indicar los matices necesarios para dirigir en euskara. Ya no te cuento cuando tuvimos que decidir si el euskara que se hablara sería el de EITB o el de Arrasate… Aunque me parecía que rodar en euskara era inapelable, por puro respeto, nunca tuve la osadía de rodarlo todo así.

¿Cree que, además de por ser una mujer dirigiendo fantástico, se ha sentido con la necesidad de validarse por ser madrileña?

Al contrario. A mí el folklore vasco me entusiasma y, de parte del equipo, que alguien mostrara interés genuino hacía que me apoyaran incluso más. Peio [Villalba, director de arte] me regalaba a cada tanto algún libro sobre mitología y cultura vasca. También hemos querido mezclar lo local con aportaciones nuestras, como los monstruosos hombres pájaro, y con elementos del siglo XXI. ¡Porque en Arrasate también se celebra Halloween! Entonces, hubo un trabajo de mezcla que ya venía de la composición de los equipos de arte (completamente vasco) y de dirección de vestuario y maquillaje (catalán y asturiano) que partía del respeto absoluto. Se trataba de encontrar algo que oliera a real, pero que mantuviera intacta parte de la esencia de la película. Al fin y al cabo todo, tiene que ir al servicio de la historia que queremos contar, que es la niña.

¿Cómo se asegura de mantener el carácter personal de su historia sobre una producción mucho mayor?

Es complicado. Esta es una película con un gancho personal muy potente, sobre algo que me ha pasado a mí [Pereda perdió a su madre de niña], pero al mismo tiempo no es una historia solo mía y tiene que gustarle a la gente que me ha querido para dirigirla. Encontrar este equilibrio es lo más complejo. Mi proceso ha pasado sobre todo por rodearme de un equipo que son familia. Con Sara San Martín Ibáñez, ayudante de dirección, y con Rita Noriega, la directora de fotografía, ambas amigas mías desde la escuela de cine, planificamos todo al detalle ya desde la localización. Queríamos probar cosas nuevas, a pesar de la cantidad de efectos especiales y especialistas, y a pesar de haber rodado de forma súper fragmentada, con dobles de la niña y tratando de que ella [Maia Zaitegi, no profesional] pudiera estar segura, jugando y bien… Teníamos que encontrar el equilibrio entre planificar y no matar el corazón vivo de la película.

Pensaba que quizás no es tan importante, entre tantos engranajes, fijarnos en si una historia es personal o no. Que funcione ya es suficiente.

Cuando tienes una historia personal es más fácil no perder el objetivo. Al final, es tan complejo hacer una película, con tantas cosas que pueden ir mal (desde que llueva o horarios que se tuercen hasta que se caiga la mitad del presupuesto de un día para otro) que la película puede morir en muchas partes del proceso. Todos los días entierras un plano o aquella idea espectacular que querías hacer. Si tienes claro qué quieres rodar y por qué, puedes sacrificar lo que sea porque sabes que estás salvaguardando algo que de verdad te importa. Nunca tiene que ser todo autobiográfico pero, en momentos de cansancio extremo, lo personal te engancha como directora.

Comparte guion con Albert Bertran Bas y Carmelo Viera, cuando antes escribía usted sola. ¿Cómo ha sido la convivencia entre su perspectiva y la de ellos?

La cosa fue así: primero les convencí de que podían situar una historia que venían adaptando desde hacía años -la de Laura Fernández, situada en un callejón real de Edimburgo- en la pequeña ermita de Olite, que por suerte también tenía una historia real escalofriante detrás. Luego, nos pusimos a trabajar los tres sobre una estructura que ya tenían muy armada, pero acercándola a mi mundo y tono. De la segunda versión de guion y las reescrituras en set me encargué yo, porque escribo pensando en lo que voy a rodar. Hemos trabajado muy de la mano pero ha sido un equilibrio complejo, porque llegas de fuera para cambiar algo en lo que dos personas han trabajado durante mucho tiempo.

Debe de ser difícil contestar a alguien que se ha hecho tan suyo un proyecto.

Aparte de lo que pueden funcionarte a ti, en el cine no hay una opinión que valga más que otras. Por mucho que mis ideas no sean objetivamente mejores, como iba a dirigir yo, tenían que funcionarme a mí.