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¿Conservadurismo de izquierdas o partidos de solidaridad?


Cuando Sahra Wagenknecht, exportavoz del grupo parlamentario Die Linke, abandonó su partido hace dos semanas, se sintió un suspiro de alivio entre la militancia. Aunque Wagenknecht es, sin duda, la política más popular del partido de izquierdas alemán, en los últimos 10 años se ha dedicado sobre todo a crear ambiente en contra de su propia formación. Fue invitada constantemente a las tertulias de las principales cadenas de televisión porque proclamaba que la izquierda de hoy era demasiado woke, demasiado alejada de la clase trabajadora, demasiado ecologista, demasiado feminista y... demasiado promigración. La popularidad de Wagenknecht se debe, en buena medida, a que ha hecho impopular a su propio partido.

Esta actitud es particularmente trágica porque ha socavado valores y principios de la izquierda. En realidad, debería ser un lugar común que las demandas de las mujeres o de personas racializadas son tan legítimas como las de los obreros blancos. Desde Marx, la izquierda antagónica siempre se ha caracterizado por propagar la conexión solidaria de diferentes luchas. Un discurso que enfrenta a asalariados, feministas e inmigrantes, en cambio, siempre favorecerá a la derecha.

Pero, ¿cómo surge un fenómeno como el recién fundado Bündnis Sahra Wagenknecht (BSW)? En realidad, no es muy difícil entenderlo. Dado que los partidos de izquierdas, debido a la falta de un movimiento antagónico y a la correlación de fuerzas desfavorable, apenas pueden impulsar transformaciones progresistas, la extrema derecha ejerce el papel de «antisistema». Aunque con su política socioeconómica de menos derechos laborales y menos regulación del mercado en realidad propaga una radicalización del sistema, una parte considerable de los obreros blancos se han dejado atraer por sus propuestas. Donald Trump ganó en 2016 en el Rust Belt de las fábricas de acero abandonadas. En el España, Vox ya no solo tiene éxito en los barrios de militares y de la élite conservadora, sino también en barrios muy populares. En Alemania, la ultraderechista AfD es a menudo la más votada en sectores trabajadores.

Con este telón de fondo, algunos políticos de izquierda -hacia el final de su vida, el exlíder de IU Julio Anguita también se planteó semejante cambio de política- buscan recuperar antiguos votantes acercándose al zeitgeist derechista. Frenar a la derecha adoptando sus posiciones. Si la movilización contra los inmigrantes, el feminismo y la transformación ecológica tiene éxito en la sociedad, habrá que copiarla.

El BSW es un caso de manual. El documento fundacional apuesta por una política social de izquierdas, una política económica de la «razón», tal y como la propaga la CDU, y por medidas contra la inmigración, tal como las exige la AfD. Todo ello se entiende como «conservadurismo de izquierdas». Según las encuestas, el programa es bastante atractivo para los votantes. Alrededor del 18% se plantea el voto por la nueva alianza. Curiosamente, la nueva iniciativa apenas tiene efecto en los índices de intención de voto de Die Linke. De hecho, en la militancia, las nuevas altas superan ampliamente a las bajas. Los que parecen perder por la escisión de Wagenknecht son la AfD, pero también la CDU y el SPD.

Pero, ¿hasta cuándo aguantará esta propuesta de izquierda-derecha? El nuevo partido también tendrá que decidir si está a favor o en contra de la solidaridad. Si quiere oponerse a la crisis ecológica capitalista o, como la mayoría, encubrirla. Incluso la dura -y justificada- crítica a la OTAN ya no basta. Amplios sectores de la extrema derecha global también claman contra la OTAN, pero no por que estén en contra del militarismo.

Estas contradicciones marcarán cualquier proyecto político nuevo. Ya en 2018, Wagenknecht intentó lanzar un nuevo partido. Su movimiento Aufstehen («De pie») se deshizo rápidamente. Simplemente, no era posible formar un programa coherente con base en convicciones de izquierdas y resentimientos de derechas. Muy pronto el nuevo partido tendrá que tomar posición y saldrá perdiendo en una u otra dirección.

Para Die Linke, en cambio, la crisis podría convertirse en oportunidad. El gran problema del partido ha sido que su consenso fundacional -contra el neoliberalismo- ya no es suficiente para los nuevos retos de hoy. ¿Cómo el movimiento sindical puede hacerse más feminista? ¿Por qué las clases populares van a ser los principales afectados por la crisis ecológica? ¿Cómo se pueden integrar a los inmigrantes a organizaciones de luchas y tejidos solidarios? Estas son algunas de las preguntas del momento.

En la última década, Die Linke no pudo aclarar estas cuestiones porque el «conservadurismo de izquierdas» bloqueaba cualquier cambio. En mucho temas, el grupo parlamentario defendió posturas opuestas al partido. Esta ambigüedad ha hecho que el partido bajara al 4% en la intención de voto. Nadie puede predecir si será capaz de recuperarse. Incluso sin los «conservadores de izquierdas», sigue habiendo mucho espacio para el conflicto: las figuras más visibles del partido, como el ministro presidente de Turingia, Bodo Ramelow, lo ven como una especie de socialdemocracia fiable en cuestiones de asilo y derechos humanos. Una gran parte de la militancia más joven, en cambio, quiere un partido ecosocialista que se preocupe por la organización social y sindical.

Es posible que a la izquierda alemana le espere un destino fragmentado como a la italiana. Pero también hay muchos en Die Linke que dan más importancia a los procesos organizativos duraderos que al éxito electoral a corto plazo. Guerras, cambio climático, desigualdad, falta de perspectivas para amplias capas de la sociedad: pocas veces ha sido tan necesario un movimiento contra el potencial destructivo del capital. En los próximos años se necesitarán organizaciones políticas que se opongan a la destrucción, la violencia y la exclusión desenfrenadas. Harán falta los partidos de solidaridad.

Raul Zelik acaba de publicar ‘‘Zombis del Capital’’ (Txalaparta, 2023).