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Una calle para Dora Serrano


Hace diez años, un 1 de noviembre de 2013, falleció, en esta Pamplona y Navarra por la que tanto luchó, Dora Serrano. Una inquebrantable luchadora, de firmes ideas comunistas, que dedicó su larga vida a construir un mundo más justo e igualitario. Ni la guerra, ni la cárcel, ni la clandestinidad, ni los atentados, ni las penurias económicas lograron doblegar sus ideales. Unos ideales emancipadores que, aunque le costaron como a muchas una dura represión, llevó con orgullo sus 96 años de vida.

Hoy, diez años después de su fallecimiento, y gracias a la iniciativa vecinal y a un trabajo iniciado hace ya un tiempo por diferentes colectivos y personas, el Ayuntamiento de Pamplona se ha comprometido a unir su nombre y apellido al del nuevo desarrollo urbanístico de Txantrea, en un proyecto que trata de recuperar la vida de diez mujeres represaliadas por el franquismo.

Dar el nombre de Dora a una de nuestras calles, como de forma popular ya se hizo hace unos meses en Txantrea, es, ante todo, un ejercicio de memoria colectiva. De sacar del ostracismo a aquellas mujeres que el franquismo, pero también parte de la «nueva democracia», invisibilizó. Porque la caída del régimen fascista se produjo, en gran medida, por la lucha silenciosa y constante que desarrollaron en el interior, desde la clandestinidad, mujeres como Dora en aquellos años 40, 50 y 60 del siglo pasado. Mujeres que unieron militancia política, en el caso de Dora Serrano en el PCE, con su trabajo y con sacar adelante una familia.

Este ejercicio de memoria colectiva se lo debemos no solo a los que nos precedieron, sino también a quienes vendrán: a quienes empiezan ahora a vivir en Iruñea y a los que lo harán en un futuro. Comprender nuestra historia, conocer los esfuerzos hechos para llegar a donde estamos, conocer la vida de quienes hicieron esos esfuerzos, nos sirve como colectivo para valorar y defender los derechos adquiridos, y tener claro cuáles deben ser los avances y futuras luchas.

Toledana de nacimiento, el avance de las tropas golpistas hizo que tanto ella como su familia se trasladaran al heroico Madrid del «¡No pasarán!». Allí se afilió al PCE, partido en el que que ya nunca dejaría de militar. Tras la caída de Madrid fue detenida y encarcelada. Recuperada la libertad, decidió irse a vivir a Pamplona, ciudad en la que logra reunir a toda su familia en un pequeño piso alquilado en el Ensanche. También consigue abrir una pequeña tienda de ultramarinos en la calle Descalzos, donde trabajará de dependienta durante muchos años.

Pero esa joven Dora de apenas 25 años, recién asentada en esa Pamplona gris de principios de la década de los años 40, donde casi todo se conseguía mediante ruego al obispo de turno, decidió que no era hora de pasar página, de darse por vencidos, de abrazar el orden impuesto. Su compromiso le hizo buscar y unirse a otros militantes comunistas que, desde la clandestinidad, estaban tratando de organizar el PCE en Navarra. Junto a hombres y mujeres como los hermanos Gil Istúriz, los hermanos Gómez Urrutia, los Rey Ciaurriz, Julia Bea Soto, Ramón Echauri o Emilio Orradre conformó una célula comunista que la fuerza presión policial de la época hizo caer en 1943.

Dora Serano fue detenida en su tienda de ultramarinos, que también servía de escondite para el poco material clandestino que conseguían hacer llegar desde Francia y que desde allí distribuían a Navarra y otras zonas cercanas. Aunque apenas había nada que imputarles, unas leyes hechas expresamente para aniquilar al PCE hicieron que, como el resto de detenidos, Dora volviera a las duras cárceles franquistas, pasando por la de Ventas, Amorebieta y Segovia, para recuperar la libertad definitiva en 1948.

Tuvo que esperar a la década de los 50 para casarse con Fernando Gómez Urrutia, también militante del PCE y que había salido de la cárcel unos años después de Dora. Juntos iniciaron una nueva vida de trabajo y sacrificios que se truncó en 1961 cuando falleció Fernando y Dora se tuvo que dedicar a sacar adelante a sus dos hijos. Pasaron los años y, cuando de nuevo fue posible, volvió a compaginar su vida cotidiana con la política y sindical. En un partido comunista lleno de jóvenes militantes que miraban al futuro y vivían casi ajenos al pasado, ella, como otros hombres y mujeres como Miguel Gil Istúriz o Jacinto Ochoa, supieron echarse a un lado sin renunciar ni a su compromiso ni a su historia. En esos años podemos encontrar a Dora en las listas municipales del PCE, pero también distribuyendo “Mundo Obrero” entre kioscos y militantes, en las muchas manifestaciones del momento, formando parte de la Federación de Jubilados de Comisiones Obreras o acudiendo casi diariamente a la sede de su partido, como ese 13 de septiembre de 1980 que fue herida en el atentado ultraderechista contra esta organización.

Reconocida y querida en vida por los suyos, por su familia y sus camaradas, es hora de que el Ayuntamiento de su ciudad haga lo propio recuperando su nombre y el de las otras mujeres represaliadas. Porque todas ellas, como Dora Serrano, encierran en sí mismas lo mejor de esa generación de mujeres trabajadoras, perseguidas y luchadoras por la libertad que lograron sobrevivir para contarnos con su ejemplo que otro mundo, otra Navarra y otra Pamplona son posibles.