2024 URT. 05 GAURKOA Solidaridad flexible Maitena MONROY Profesora de autodefensa feminista Hace unas semanas, la Unión Europea aprobaba un nuevo Pacto de Migración y Asilo para legitimar que los países miembros puedan, en materia de migración, pasar de una solidaridad obligatoria (que nunca ejercieron como tal) a una flexible que les permite, como la caridad, decidir con quién sí y con quién no, pero con la conciencia de gobierno tranquila al estar avalados por una solidaridad con atribuciones y restricciones al antojo de quien la ejecuta. Bueno, en realidad, previo pago de una sanción por cada migrante rechazada, enésima forma de mercantilizar la vida. Estamos muy acostumbradas a estos juegos de palabras tan corrientes en nuestra modernidad que se nos cuelan de manera sigilosa, sin provocar sobresaltos. Todos ellos buscan el vaciado de significado de aquello que nos convierte en humanas, los valores éticos sobre los que edificar nuestra mutua dependencia. Este fin de año, el Tribunal Supremo absolvía a un hombre acusado de un delito de omisión de socorro cuando abandonó a su pareja en un descampado, encontrándose esta última con mareos y nauseas, porque, según el Tribunal, la falta de solidaridad no es un delito. La mujer presentaba aquello que en medicina todavía se nombra como los «síntomas atípicos» de un infarto, síntomas que el propio Tribunal, ajeno a la morbilidad diferencial entre hombres y mujeres con respecto al infarto agudo de miocardio, analiza como no graves. Finalmente, la mujer murió de un infarto y el Tribunal censura la falta de ética del ahora absuelto, pero no considera que hubiera un delito de «omisión de socorro» y, además, añade que la mujer podía haber llamado a urgencias en el entretiempo entre que el hombre se marchó y ella falleció. En fin, que la culpa es de ella por dejarse morir. El deber ético de atender y cuidar a quien se encuentra en una situación de vulnerabilidad y/o de riesgo, como la propia solidaridad, se vuelve algo flexible. Ejercitarla, en lugar de ser un valor que nos diferencia de lo inhumano, se precipita hacía la deshumanización personal e institucional. Es más, en nuestro contexto, como ya hemos visto con la «ley mordaza», se vuelve una cuestión de delito para quien la ejerce a través de marchas, de denuncias pacíficas e incluso arriesgando la vida para salvar las vidas ajenas, conscientes de que la solidaridad es uno de los recursos que impide la impunidad de quienes quieren flexibilizar incluso el lenguaje para que ya nada tenga sentido. Quizás, en este año que hemos comenzado, no retorcer el lenguaje podría ser uno de nuestros objetivos para recuperar la agenda de lo común, de lo humano. Pero no lo solo eso. Hace unas semanas, Carmen Maura, para muchas con cierto halo de modernidad, al menos en lo que ha sido su carrera como actriz y su rechazo, con un altísimo coste, a la imposición patriarcal que debía marcar su vida, señalaba que no estaba de acuerdo con «este feminismo de ahora», sin plural, para que quede claro el descrédito masivo e indiscriminado, de ahí la fortaleza del genérico singular. Según Maura, este feminismo se dedica a atacar a los hombres. No refiere ningún derecho que se les niegue a los hombres. Cuanto menos se mencione, mejor, porque ahondar en la argumentación podría conllevar a error. Así siembra no solo negacionismo, sino la reafirmación de la necesidad de la reacción patriarcal ante este ataque intolerable a los derechos de los hombres. Lo más rentable para los movimientos reaccionarios son los enunciados sin desarrollo, de eslogan, y mejor si incorpora a las víctimas o a los sujetos a beneficiar. En este caso, el mensaje es mucho más potente al decirlo una mujer que ha sufrido con crudeza los ataques de un machismo dictatorial. El discurso debe incorporar términos que resuenen a valores en los que nos reconoceríamos, como igualdad, injusticia, etc., que no pudiendo ser rebatidos de forma tajante, parecieran verdad absoluta como la de «yo conozco a hombres acusados injustamente». Como en otros delitos, seguro que ha habido hombres acusados injustamente, pero no nos dice cuántos, ni qué consecuencias han tenido para esos hombres tales acusaciones. Los ataques genéricos no necesitan de argumentación, ni de pruebas. Son como los prejuicios, se mantienen sobre la base de su propia existencia que les legitima como verdad incuestionable. No importa la realidad, no habla de las repercusiones del mantenimiento del machismo y de la violencia estructural, eso es insignificante frente al sufrimiento de los hombres cuestionados por un feminismo que les priva de no sé qué derecho. Así se crea realidad, con términos que resuenan a algo ético, pero que no soportan la más mínima confrontación con los hechos. En diciembre, el pensador italiano Toni Negri, en un interesante artículo titulado “Que la eternidad nos abrace” nos invitaba a recuperar el optimismo de la izquierda, a no renunciar a la resistencia al fascismo y para ello nos conminaba a no tener miedo. Más allá del sexismo que acumulan los textos italianos, estoy de acuerdo con gran parte de lo que plantea el texto. Sabemos de la fuerza de la construcción del terror como mecanismo de control social, sin embargo, los movimientos fascistas actuales, vienen de la mano de hábiles directores del marketing, con vídeos en Tiktok, en X, en Instagram, con un lenguaje y una apropiación de unos valores que les son ajenos y con los que, curiosamente, acaban convocándonos al odio, a la individualidad, a la deshumanización. No tener miedo es una ficción masculina frente a la vida. Creo que lo que hemos perdido, en este tiempo de impulso belicista, es el optimismo forjado de ilusión que nos había conducido a pensar que se podía, que la era feminista era más real que sueño. La conciencia clara de sentirnos parte sin ser el todo, pero queriendo que el conjunto pudiera tener lo que cada parte tenía de dignidad, de solidaridad, de igualdad… Parafraseando a la cantante nicaragüense Katya Cardenal, «del otro lado estoy yo como tú estás de este lado», porque la solidaridad flexible es un oxímoron y no ser solidaria debería ser un delito de lesa humanidad. En este año que hemos comenzado, no retorcer el lenguaje podría ser uno de nuestros objetivos para recuperar la agenda de lo común, de lo humano