2024 URT. 27 GAURKOA Caza de brujas Iñaki EGAÑA Historiador Eñaut Zubikarai Goñi era un joven de Ondarroa, apasionado y con facultades para el fútbol. En 2003 fue fichado por la Real Sociedad que lo cedió a su segundo equipo. Jugaba de portero, con buenos reflejos, de esos que adquieren los pelotaris cuando tienen que tomar decisiones en décimas de segundo. Ascendió al primer equipo realista en 2008, completando siete temporadas. El Hércules de Alicante había acordado un precontrato con Zubikarai, para incorporarlo a sus filas. Pero una infame campaña mediática frustró el traspaso. Eñaut era hijo de Kandido, un expreso político vasco que llevaba ya cuatro años en libertad, y acababa de firmar, junto a otros ocho jugadores de la Real Sociedad, un manifiesto pidiendo, en plena dispersión, la repatriación de los presos vascos a Euskal Herria y la reintegración de sus derechos conculcados. Europa Press apuntó que el fichaje por el Hércules fracasó por la «ideología abertzale del jugador y su apoyo reiterado a los presos de la banda terrorista». Kandido, el padre de Eñaut, era hermano de Jesús Mari Zubikarai, a quien el terrorismo de Estado, a través de su entonces marca Batallón Vasco Español, había segado su vida, en 1980. Pero la noticia se hurtó a la biografía del futbolista, al igual que las torturas a su madre Iñake y a su padre Kandido. Al parecer, y para ser un buen español, lo que debería haber hecho Zubikarai es seguir los consejos de Freud, matar al padre y rematar a su tío para «madurar», así como añadir un ejercicio de lealtad patria y leer las obras completas de Manuel Aznar Zubigaray (ex Imanol reconvertido al fascismo y abuelo del que fuera presidente hispano) para dejar de tener una «ideología abertzale», un estigma insalvable. Eñaut hizo las maletas y marchó a las antípodas, a Nueva Zelanda, donde a sus 39 años se ha convertido en formador de jugadores del Auckland FC. Lejos del barro mediático de la caverna. El macartismo, la persecución a los disidentes que se hizo hegemónica en EEUU en la década de 1950 con aquellos tildados de desleales, comunistas o traidores a la patria, provocó la proliferación de «listas negras» que mandaron al ostracismo a miles de ciudadanos. Algunos, como el matrimonio Ethel y Julius Rosenberg, fueron ejecutados. Otros, como el donostiarra Mario Salegi, huido tras la derrota republicana en 1939, fue expulsado a México junto a su pareja Miriam Nurnberg, que había perdido a su familia en la Shoah. Bertolt Brecht y Charles Chaplin huyeron para no ser encarcelados. La obsesión paranoide de McCarthy cavó su tumba, después de acusar al presidente Eisenhower y a la cúpula militar yankee de «comunistoides». Murió alcoholizado al poco de su caída política. Entre nosotros, el macartismo ha tenido asociado un sinónimo diverso: «caza de brujas». Quizás porque las listas negras que nos bloquean nuestra naturaleza ya eran notorias en tiempo de la quema de sorgiñas y herboleras en Zugarramurdi o en Donibane Lohizune. Inquisidores nefastos y medievales como Tomás Torquemada o Pierre de Lancre, se habrían reencarnado en Joseph McCarthy y, en tiempos modernos, en esos que crucifican a Itziar Ituño por su participación en la manifestación de Bilbo en defensa de la aplicación de la legislación penitenciaria ordinaria, en lugar de la excepcional, a los presos vascos. Ya con motivo del estreno en Antena 3 de “La casa de papel” en 2017, en la que Ituño cobraba el papel de la inspectora Murillo, la caverna alimentó el hashtag #BoicotCasadePapel. Los macartianos lograron su objetivo y la serie migró a un servicio de streaming, donde, por cierto, logró un éxito de espectadores. En esta ocasión, la criminalización hizo recular a BMW e Iberia, donde la actriz había participado en su promoción, retirando el patrocinio. El retroceso ha envalentonado a los torquemadas, que han ampliado su radio de acción: boicot a Zinemaldi (que prestó su apoyo a Ituño) y a decenas de actores y marcas comerciales. Otra obsesión paranoide. La caza de brujas, la misma que obligó a emigrar a Eñaut Zubikarai, ha tenido y tiene un recorrido extenso. Las campañas se han sucedido unas detrás de otras y han afectado a numerosos artistas, deportistas, políticos y firmas comerciales. Algunas, como La Caixa en Cataluña, focalizada cuando el referéndum por la independencia de 2017, salvó los muebles patrocinando a la selección española de fútbol. Otras, menos poderosas, sufrieron las consecuencias y aguantaron el chaparrón, reculando o rebajando su perfil. En la cercanía, las listas negras ya afectaron a decenas de miles de ciudadanos a partir de la ilegalización de Herri Batasuna que fueron «contaminados» electoralmente por razones ideológicas. Fermín Muguruza, Berri Txarrak, Julio Médem, Evaristo, Mikel Albisu, Alfonso Sastre, Soziedad Alkoholika... sufrieron también la caza de brujas. Como durante estos días pasados, la representación de la obra “Altsasu” en Madrid. La cadena Warner tuvo que retirar el cartel de la promoción de su serie “Patria” porque en el mismo aparecía implícitamente una escena de tortura. La entonces alcaldesa de Iruñea, Yolanda Barcina, prohibió un libro sobre la tortura para las bibliotecas municipales. La fijación con Pirritx, Porrotx y Marimotots, viene de lejos. Ya en 2009, el entonces alcalde Iñaki Azkuna los vetó para actuar en Bilbao. En 2024, 15 años después, la prensa madrileña dominante embarra su actividad con frases como esta: «los payasos proetarras más famosos de País Vasco y Navarra insisten en emplear su popularidad para adoctrinar a los más pequeños». Estos hechos sostenidos hacen prever que la hoguera seguirá encendida y que la caza de brujas continuará en el tiempo. Para la caverna será una segunda hoguera, la de las vanidades, aquella que relató Tom Wolfe. La de la vanagloria de los seguidores de aquellos textos de historia que precisamente nos adoctrinaban en la escuela: «España es la misma ahora que antes y será la misma siempre. España es eterna». Y ello implica que estamos estigmatizados de por vida. Las campañas se han sucedido unas detrás de otras y han afectado a numerosos artistas, deportistas, políticos y firmas comerciales