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DE REOJO

Fronteras móviles


Al amparo de la poética más sicológica y de la pragmática más política en el mejor sentido del término, colocarse en un lugar donde la frontera es difusa, movible y puede abrazar o desprender adioses perfumados, ayuda a ver que hoy, día 8M, las calles se van a llenar de viejas vindicaciones y a la vez nuevas y profundas realidades ya conseguidas pero que deben ser defendidas con la misma contundencia. Con todas las contradicciones activadas, con todas las dudas y certezas puestas en valor, la mujer está logrando acceder a una normalidad en muchos órdenes de la vida, pero hay que estar vigilantes porque todo se puede estancar o volver para atrás.

Una experta habla de la dificultad de saber cuándo se enfrenta a la salud mental, dónde empieza la enfermedad y termina la persona. O sea, existe una frontera invisible, flexible, que hace que la persona se escinda de sus componentes de normalidad y entre en un territorio diagnosticado como de enfermedad, por lo que desde el exterior se puede actuar para convertir esa situación en un campo de batalla, en un esfuerzo para que, por conductismo o farmacología, esa persona vuelva a un supuesto redil de comportamientos. Me da mucho miedo aceptar esto que estoy escribiendo.

Desconfío de todo o casi todo. Cada vez que escucho o leo la palabra «terrorismo» no sé en que frontera me coloco. Unos intentan llamar terroristas a políticos independentistas y la Guardia Civil detiene a un caballero con un arsenal de explosivos en Burgos y asegura que es un amante de la pirotecnia, no un terrorista. Algo no cuadra.