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VINCENT DEBE MORIR

Una inquietante radiografía social


La ópera prima del cineasta Stéphan Castang se revela como un original thriller de ritmo trepidante y que logra su objetivo de perturbar al espectador, sobre todo gracias a una premisa argumental muy singular.

El protagonista es un hombre común que se convierte en víctima de una inexplicable “pandemia” que provoca que la gente a su alrededor lo ataque sin razón.

Stéphan Castang parte de esta premisa original para crear una sátira mordaz sobre las enfermedades de la sociedad moderna, explorando temas como la creciente deshumanización, la paranoia social, la pérdida de empatía y la crisis de las instituciones. “Vincent debe morir” nos mantiene en vilo con su ritmo y atmósfera angustiosa en secuencias como los brutales ataques en la oficina y su frenético epílogo.

IRREALIDAD VEROSÍMIL

Más allá de la metáfora social, la película destaca por su buen manejo del suspense y lo siniestro, jugando en todo momento con la incertidumbre que genera el origen del fenómeno que atormenta a Vincent, encarnado con gran solvencia por Karim Leklou. Su rostro refleja la indefensión, el agobio y la desolación de un hombre perseguido por sus semejantes. A su lado, el personaje encarnado por Vimala Pons aporta calidez y humanidad dentro de un contexto desquiciado, siendo la única persona que parece no sucumbir a la locura colectiva.

En su apartado técnico y formal, la película también destaca cuando la cámara nos envuelve en la incomodidad, mediante secuencias fotografiadas en tonalidades frías, que emana de su atmósfera opresiva.

La película juega con los límites del género, mezclando elementos cómicos con escenas de horror muy inquietantes, y nos recuerda que la violencia, la desconfianza y el odio no son fenómenos lejanos, sino que están presentes en nuestro día a día.