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LAS COSAS SENCILLAS

¡Qué bello es vivir... en un lugar como los Alpes!


La gran baza de “Las cosas sencillas” radica en el peso interpretativo de dos actores de la talla de Lambert Wilson y Gregory Gadebois. Su entramado argumental nos revela dos mundos en apariencia inconexos que, por casualidad, convergen y se ven obligados a comprenderse mutuamente. El director Eric Besnard nos cuenta la historia de un influyente empresario y multimillonario, encarnado por Wilson, quien es el icono de la industria tecnológica en París. Un día, mientras viaja por una carretera de los Alpes, su vehículo sufre una avería. En un lugar apartado, aparece un motorista que, tras titubear, decide ayudarlo. Aquí es donde entra en juego el personaje interpretado por Gadebois, un hombre rudo que vive en las montañas, ajeno a los avances tecnológicos y que acojerá al urbanita en su modesta cabaña mientras reparan su coche.

CHOQUE DE IDENTIDADES

La historia trata sobre la concepción de la felicidad, presentando dos modelos muy opuestos. Uno personifica la cultura del éxito, el culto al ego, la imagen pública y el capitalismo desenfrenado y el otro personifica un estilo de vida marcado por el trabajo manual, el silencio y la conexión directa con la naturaleza. Pero la película quiere ir más allá, al colocar en el centro las relaciones personales, el encuentro humano y la necesidad de amor y amistad. Y es en este apartado dondel el filme comienza a flojear, optando por un estilo demasiado evidente y sensiblero. El autor de películas como “Delicioso” vuelve a demostrarnos que se excede en su empeño por rodar comedias costumbristas que resultan demasiado luminosas. El filme vuelve a poner de manifiesto lo difícil que es hacer películas que quieren emular el estilo de Frank Capra.