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ELECCIONES EN CATALUNYA

La victoria del PSC y el batacazo independentista abren un nuevo ciclo

Con el triunfo del PSC en las elecciones al Parlament de Catalunya, el escenario más plausible pasa por un tripartito de fuerzas progresistas, aunque los buenos resultados de Junts han impulsado a Carles Puigdemont a proponer un ejecutivo de «concentración soberanista». Mientras tanto, en ERC las facturas no han tardado en llegar: Pere Aragonès abandona la primera línea política.

(Lluis GENE | AFP)

Los resultados de los comicios arrojan muchas lecturas. Una es incontestable: Pedro Sánchez ha conseguido la cuadratura del círculo con una triple victoria. Es decir, que el PSC haya ganado, que lo haya hecho con cierta comodidad y que, de pasada, el independentismo no sume la mayoría necesaria para gobernar en solitario el Palau de la Generalitat. Tres logros en uno que permitirán al PSOE mantenerse en la Moncloa y resistir próximas turbulencias.

EL ORDEN SOCIALDEMÓCRATA

La victoria de Salvador Illa, tan evidente como grave, ha sido el retroceso del independentismo, gestado a medida que el soberanismo se instalaba en un mar de confusión y luchas cainitas. No solo por la falta de una estrategia compartida con la que frenar la represión y recoser la unidad tras el referéndum de 2017, también por la incapacidad de ERC -principal damnificada, con la pérdida de 13 escaños- de gestionar en solitario las secuelas derivadas de la pandemia, la inflación y la sequía. Un estadio complejo que, sumado a los obstáculos para abrir la carpeta de la autodeterminación en Madrid, ha beneficiado al PSC.

Con un candidato errático, pero que ha hecho del orden la receta para superar el actual clima de inestabilidad, el PSC ha ganado sin ofrecer nada a cambio. Solo aquella España de corte federal a la que nos tiene acostumbrados; el resto han sido apelaciones vacías al diálogo, al entendimiento y a hacer de Catalunya una torre de Babel admirada por los turistas y donde quepan megaproyectos tan depredadores como el complejo de ocio Hard-Rock, la ampliación del aeropuerto de Barcelona o los Juegos Olímpicos de Invierno. Una agenda que ha contado con el aliento de viejos reformistas de CiU, representados por Miquel Roca, Santi Vila y Ramon Espadaler, aparte de la patronal Foment del Treball, presidida por el exdirigente de la extinta Unió Democràtica Josep Sánchez Llibre y el tándem sindical UGT-CCOO.

Este giro a la moderación, que con el uso recurrente del castellano ha buscado al electorado españolista, ha permitido a Illa rematar la faena, a la que también ha contribuido la carga emocional que Pedro Sánchez supo poner con su espantada de cinco días. La presencia del secretario general del PSOE en Catalunya en los principales actos ha sido la guinda para que tengan al alcance presidir la Generalitat los próximos cuatro años.

SOBERANISMO: «DIVIDE ET IMPERA»

En el terreno soberanista, la ilusión de retener la mayoría absoluta se fue desvaneciendo en todas las encuestas publicadas durante la campaña. Aún peor, el descalabro ha superado las más pesimistas, pues de los 74 escaños cosechados en 2021 entre las tres fuerzas políticas (ERC, Junts y la CUP), se ha pasado a los 59 escaños; lo que, en términos de sufragios, supone caer de 2,1 millones a 1,2 millones, y en porcentaje, pasar de representar el 51,2% del electorado a únicamente el 43,3%, trece puntos menos respecto a los anteriores comicios.

Si Junts ha podido mantener la posición, ha sido gracias a la fuerza intacta de Carles Puigdemont, mientras que en el caso de ERC, su gestión a fuego lento y los logros tan escasos obtenidos en la mesa de negociación, le han llevado a un retroceso histórico (de 35 a 20 diputados). Una derrama que la CUP, aún sumergida en su proceso de renovación, no ha sabido captar pese a ofrecerse como la fuerza útil que necesita el soberanismo.

En su amplia mayoría, esta sangría de votos ha ido a engrosar la ya abultada abstención, mientras que en una cantidad nada menospreciable han ayudado a catapular a Aliança Catalana, la nueva formación ultra de la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols, y, en menor medida, a Alhora, el partido creado por la eurodiputada de Junts Clara Ponsatí, que, pese a intentar recabar el descontento de las bases independentistas, ha quedado fuera del Parlament.

EXTREMA DERECHA, EL TERCER ESPACIO

La irrupción de Aliança Catalana, alimentada por la caverna mediática y un independentismo de raíz etnicista que buscaba sus propios referentes, puede sacudir el movimiento soberanista y, en general, la vida de una Cámara legislativa que empezó a contaminarse con la aparición de Ciudadanos -hoy desaparecido del mapa- hace hoy una década. Un proceso que la última legislatura se ha agravado por medio de Vox, cuya dinámica ha consistido en inocular el populismo y la antiinmigración en el hemiciclo, que el resto de la bancada ha intentado combatir sin demasiado éxito.

Lejos de ello, el partido de Santiago Abascal ha conseguido consolidarse como un actor disruptivo del panorama político, junto a un Partido Popular que también ha mejorado sus resultados, heredando buena parte del anticatalanismo con el cual Ciudadanos logró imponerse en 2017 con un millón de votos y 36 diputados.

Visto el actual escenario, únicamente el PSC tiene posibilidades de encontrar en la geometría variable la vía para presidir la Generalitat. Hay varias combinaciones posibles, pero todo apunta a que los socialdemócratass pondrán el máximo empeño en recuperar la vieja fórmula del tripartito progresista -sumando a ERC y a los Comuns, alcanzarían los 68 escaños necesarios-, pues las otras dos alternativas se antojan prácticamente inviables: Illa y Puigdemont, que sumarían 77 diputados, ya se han autodescartado para hacer un Ejecutivo de coalición, y también parece una quimera que el PSC pacte con el Partido Popular y Vox con el fin de alcanzar los 68 escaños que les daría la mayoría. Sobre todo, después de que los socialdemócratas hayan suscrito el cordón sanitario que les compromete a no llegar a ningún acuerdo con el partido ultra que dirige Ignacio Garriga.

JUEGO DE EQUILIBRIOS O REPETICIÓN ELECTORAL

Llegados a este punto y si finalmente ERC se resiste a conformar un tripartito, como descartó ayer Pere Aragonès, el PSC podría encontrar en los Comuns la solución para superar la segunda vuelta y gobernar en solitario.

Fuera de ello, solo una jugada maestra de Puigdemont haría que el PSC no gobernara. Se trataría de convencer a ERC y a la CUP de estructurar un Gobierno de obediencia catalana. «Si hablamos de Gobiernos coherentes, el del señor Illa descansaría sobre una suma de tan solo 48 escaños [sus 42 y los 6 de los Comuns], mientras que el nuestro lo haría con un mínimo de 55 y un máximo de 59 (los 35 de Junts, más los 20 de ERC y los 4 que ha obtenido la CUP)», planteó.

De momento, el reloj ya ha empezado a correr. El Parlament de Catalunya tiene un plazo de veinte días hábiles para constituirse, pues el 10 de junio, pasada la constitución de la Mesa, se prevé abrir una ronda de contactos con los grupos parlamentarios para proponer un candidato a la investidura, que con toda probabilidad será Salvador Illa.

Si en primera votación no sale escogido con mayoría absoluta del Parlament (68 diputados), Illa puede enfrentarse a una segunda votación en la que solo necesitará una mayoría simple, pero de no obtenerla, se abriría un escenario de consecuencias imprevisibles.

Así pues, nada está escrito. Aunque presumiblemente la ecuación del tripartito parece la más factible, Carles Puigdemont confía en su habilidad para dar la campanada y recibir los votos de ERC y la CUP. De otra manera, el Parlament se disolvería y habría nuevos comicios en octubre. Un escenario que nadie desea, pero que, según algunos analistas, puede ser la oportunidad para que, siete años después del 1-O, el independentismo aproveche la parálisis y recupere el empuje social que le hizo ser ganador en Catalunya.