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KOLABORAZIOA

Gaza: ¿cómo podría romper tu coraza de hielo?


Querría dirigirme a quienes permanecen indiferentes al sufrimiento del pueblo palestino. Pero cómo intentarlo si una imagen vale más que mil palabras. Las palabras me parecen importantes. Amparo Sánchez, nacida en Catalunya en 1938, hija de una madre sobreviviente de la Desbandá (Málaga-Almería), se preguntaba qué podíamos hacer para resistir al caos en que está sumido el mundo, y nos proponía formar «un océano de palabras».

Utilizaré solo unas pocas. No voy a extenderme en los paralelismos entre las ocupaciones de Ucrania y Gaza y las contradictorias respuestas. Solo quiero señalar la diferencia en el final buscado a estas ocupaciones. En Ucrania se terminará negociando. En Palestina Israel busca la solución final, la desaparición del pueblo palestino de Palestina por genocidio y expulsión (la Nakba definitiva).

Sobre el cuento del derecho a la autodefensa −eufemismo que se está utilizando para justificar una venganza despiadada que ha asesinado a más de 35.000 civiles en respuesta a las mil víctimas del 7 de octubre−, me quedo con las palabras de la periodista Teresa Aranguren: «El derecho a la autodefensa está claramente delimitado a la defensa frente a un ataque externo en territorio propio, no a ataques preventivos, represalias posteriores y desde luego no rige en territorio ocupado. Lo que rige en un territorio bajo ocupación militar es el derecho a la resistencia frente al ocupante».

En esta ocasión, querría conmover a las corazas de hielo, a las personas indiferentes o neutrales, sin palabras, apelando a los sentimientos mediante los versos del poeta José Hierro (1922-2002, Premio Cervantes 1998), que son los que me han animado a hacerlo (todo el entrecomillado que sigue lo he tomado prestado de distintos poemas suyos, cortando e hilando como mejor convenía a mi propósito. Espero que desde su reposo perdone este atrevimiento).

«Quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras. Sin palabras hablarte... ¿Cómo entrar en tu alma rompiendo sus hielos? (...) ¿Cómo ahondar en tu invierno, llevar a tu noche la luna...? (...) Sin palabras, amigo; tenía que ser sin palabras como tú me entendieses».

«¿Acaso no te preguntas? ¿Qué hago yo aquí? Estoy, por dentro, llorando. Como si, ante mí, pasaran, mudos, los desenterrados. Como si solicitaran todos los muertos mi llanto».

«¿No sabes que vivimos y morimos muertes y vidas de otros, que sobre nuestras espaldas pesan mucho los muertos? Su hondo grito nos pide que muramos un poco, como murieron todos ellos».

«No hagas como el soldado ocupante que no escucha cuando le preguntan ‘por qué vas ciego, rompes, quemas, pisas, ignoras cielos, manos, piedras, risas. (...) Por qué no apresas el dolor errante’».

«¿No te das por aludido ante la súplica que nos dirigen bajo las bombas? Perdóname si considero importante mi vida: es todo lo que tengo».

«Conocemos el panorama de muerte y destrucción... Nada en orden. Todo roto, a punto de ya no ser. Hemos visto... Arder, fundirse el monte en llamaradas crepusculares, trágico y sangriento. (...) el río transcurría desangrándose, el padre río con arrugas en la frente, con sus brazos de fango que acunaban a los muertos. (...) Todo es una imagen muerta en el fondo de mi río».

«Conocemos el número de criaturas asesinadas en Gaza, esos números en miles no nos dejan ver que cada una de ellas era aquel niño que azota la mar con su mano inocente. O que, si no ha muerto, es ahora un niño que está serio, que Perdió la risa y no la encuentra».

«Las hojas se estremecen... En cada hojilla de la primavera una menuda y verde daga».

«Con sus pestañas, lo único vivo entre tanta muerte, rozó el mundo de piedra. El prodigio debía realizarse. La vida estallaría ahora, libertaría seres, aguas, nubes, de piedra. Esperó como un árbol su primavera, como un corazón su amor. Allí sigue esperando. Fue imposible acercarse a la espuma de piedra, a los cuerpos de piedra helada. Fue imposible darles calor y amor».

«Un panorama desolador que no debería dejarnos dormir. (...) desde el fondo de las noches hay pesadumbre que me acecha. Vino el ángel de las sombras; me tentó tres veces. (...) Toda la noche me estuvo llenando de muerte. Separaba con un mar las orillas verdes. Entre una y otra orilla no dejaba puentes. (...) sentí incontenibles ganas de llorar».

«La noche me rodea, me va robando la memoria, me acuna para que me duerma. Pero no quiero dormir. Serenidad, tú para el muerto, que yo estoy vivo y pido lucha. Serenidad que se nos vende por librarnos de la tortura, por llenarnos de sueño el alma y rodeárnosla de bruma».

«Si asistimos callados, indiferentes, a la solución final, no queda[rá] nadie ya que pueda perdonarte, que pueda perdonarme, perdonarnos».