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Trafkintu o la revolución mapuche de las semillas

En el siglo XXI, la rebelión es mirar al pasado. En la pampa de Koz Koz, la comunidad mapuche organiza un trueque para compartir su conocimiento, o «kimun», y preservar las semillas autóctonas. Con estas iniciativas, quieren recuperar las tradiciones que el capitalismo les arrebató.

A la derecha, un grupo de personas mapuche camina por la pampa Koz Koz, en Panguipulli. A la izquierda, Trafkintu celebrado en la pampa de Koz Koz. (MIGUEL FERNÁNDEZ IBÁÑEZ)

Son las 10 de la mañana en la pampa de Koz Koz, en Panguipulli, en la región de Los Ríos, y Jorge Weke apremia a comenzar el ritual en el que se pide a la madre tierra, o «ñuke mapu», que proteja las semillas y los cultivos de quienes asisten al trafkintu, una ceremonia en la que los y las mapuche intercambian semillas y plantas autóctonas. Ante un árbol joven, espigado y sin apenas ramas, frágil aún, los asistentes forman varias filas. Es Weke el anfitrión, y quienes están a su lado con unas hojas pequeñas y cuencos de madera empiezan a esparcir en la tierra gotas de «mushay», una bebida hecha a base de trigo o maíz, y luego dan unos sorbos. Después, mientras Camilo toca de forma intermitente la «trutruka», esos cuencos pasan de mano en mano y todas las personas repiten la escena: dan unos sorbos y esparcen unas gotas en la tierra. Con este ritual, «ñuke mapu» se siente respetada y preparada para bendecir el trafkintu.

El trafkintu es una tradición mapuche que recuerda los tiempos en los que no existía el dinero: los agricultores locales cambiaban sus productos por pescado o carne. Marisol Patiño Trui Trui recuerda que antes venían desde Lafkenche con pescado y productos ajenos a esta región. «Esperamos hacerlo porque ya lo hicimos», apremia. «Solo hay que tener las ganas de mantener esto vivo», añade. De momento, este trafkintu parece incipiente, aunque algún día aspira a asemejarse al que hacían los ancestros mapuche. Además, más allá del aporte material, quieren ampliar la comunidad. «Si no hay producto, podemos ayudar con la mano de obra. Luego, la mano viene de vuelta, hay reciprocidad, cariño. Antes, cuando se intercambiaban animales, los mapuche quedaban hermanados», recuerda Weke.

Este trafkintu tiene dos objetivos principales: impulsar un sistema alimentario alternativo al capitalista que permita la autosuficiencia y preservar las semillas y plantas autóctonas de Wallmapu. Además, apunta Marisol Patiño Trui Trui, coordinadora del programa de «la huerta» en la organización mapuche Parlamento Koz Koz, aquí se comparte el conocimiento o «kimun»: «La huerta mapuche consiste en recoger toda la sabiduría que, sin ir tan lejos, tenían nuestras mamás y abuelas. Hoy en día todos los programas están enfocados en usar químicos y la idea es volver a cultivar la tierra como se hacía antes».

Bajo una carpa blanca que protege de la lluvia, unas 40 personas, incluidos dos pequeños grupos de escolares infantiles, explican quiénes son, por qué acuden y qué semillas, plantas o flores traen para intercambiar. Algunas personas hablan en mapudungu, otras en castellano. No falta el mate, tampoco el café y el té, y hay tortas de trigo, castañas y piñones enormes. María Elsa trae laurel, romero, menta y un orégano que «desde siempre» está en manos de su familia, y cultiva unos hongos que, cree, apenas conoce la comunidad mapuche. Por su parte, Blanca muestra flores, perejil, zanahorias blancas y espinacas rojas. Otras personas traen rábanos, tomates o amapolas.

«Soy una artesana mapuche y también soy una sembradora de semillas antiguas. Conservo las semillas de mi madre y les hago su bolsita para guardarlas», dice María. «De enero a abril las preparo y proceso, tengo una cocina especial para secarlas y guardarlas correctamente. A todas les hago un proceso especial para conservarlas», cuenta, y nombra sus semillas, procedentes de su huerto en Pucura, cerca del lago Calafquen: el «üwe» o maíz en dos variedades, de grano rojo y amarillo, para hacer locro y chuchoca; la «poñi» o patata morada, cilantro blanco, acelga, lechuga y «poroto» rojo.

«Trato de tener mi patio con flores; dan una armonía distinta. Mucha gente dice erróneamente que son para las mujeres: yo también he escuchado opiniones machistas», dice Guido Haiquil, quien ha participado en otros trafkintu organizados por otras comunidades en Wallmapu. «Gracias a las plantas, podemos respirar el aire puro que nos queda. Hay que rescatarlas. Al ritmo al que va la sociedad, en 20 o 30 años muchas de estas especies no van a existir, y eso significa que tampoco lo harán los mapuche, los animales, las aves. Es una cadena, se muere una especie y entra en peligro otra», considera, y pone como ejemplo el «puye», un pez que se ha extinguido en su hogar, en Puyehue, que significa el «lugar del puye».

La comunidad mapuche trata de rescatar y trazar las semillas antiguas y autóctonas. Temen perderlas, sobre todo porque el Estado chileno tiene en mente estandarizar las semillas y la producción agrícola: la resolución número 162 sobre las semillas tradicionales aprobada por el Gobierno restringe su uso e intercambio; sin embargo, el mayo pasado el Ministerio de Agricultura dejó temporalmente sin efecto la resolución para analizar si las autoridades están obligadas a consultar a las comunidades nativas.

RECUPERACIÓN DE LA TIERRA

Además de intercambiar semillas, en el trafkintu se expande la comunidad: las personas se conocen y explican sus puntos de vista sobre los problemas que afronta Wallmapu. Los temas centrales son la crisis climática y el derecho a controlar su territorio para impedir el avance de las grandes empresas extractoras de recursos naturales.

Es Francisco Kakilpan quien mejor ensambla estas dos causas, y deja claro que está en Wallmapu y no en Chile. «El contexto que vivimos exige que los mapuche nos organicemos. El cambio climático está ahí: en 30 años no vamos a tener glaciares y en 50 no va a haber agua aquí. La ventaja es que los mapuche estamos acá, y tenemos la responsabilidad de contribuir a este país, que es Wallmapu, el país mapuche», dice Kakilpan. «Para combatir el cambio climático solo hay una solución: que Wallmapu vuelva a ser una selva. La única manera de mantener el clima que tenemos es plantando millones de árboles», insiste. Para ello, sin embargo, antes deben recuperar las tierras que les fueron arrebatadas.

La recuperación de tierras es la punta de lanza de la lucha mapuche, pero no avanza al ritmo esperado: el Estado permite a las empresas la explotación de madera de eucalipto o la construcción de plantas hidroeléctricas, mientras que a los mapuche rara vez les concede las tierras productivas. Tierras que el Estado, a través de la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (CONADI), negocia con los terratenientes, que no las ceden o piden un valor elevado que los mapuche no pueden pagar. Falta financiación, tal vez voluntad. Como resultado, según refleja el medio de comunicación 'Ciper', entre 1997 y 2015 las hectáreas en manos de las empresas forestales pasaron de 2 a 3 millones, mientras que los particulares mapuche apenas consiguieron 209.000 en el mismo periodo.

«La industria forestal ha generado desigualdad y ha transformado el ecosistema, con una migración de trabajadores asociados al mundo forestal y la llegada de iglesias evangélicas. Hay una transformación del territorio, un nuevo tipo de colonialismo a raíz de estas plantaciones», subraya Fernando Pairican, doctor en Historia de la Universidad Católica. «Otra transformación tiene que ver con la incorporación de los mapuche a la producción, ya sea como trabajadores o como arrendadores de las plantaciones; una especie de miniproductores. Y esto está generando una fisura dentro del pueblo mapuche: algunos trabajan para las forestales y otros están en contra y consideran que estarían traicionando a la comunidad», explica, y subraya que, en el presente, los mapuche son minoría en Wallmapu.

El pueblo mapuche vive en los territorios reconocidos a Chile y Argentina y lucha por sus derechos a través de grupos armados, civiles y políticos. En Chile, suma alrededor del 10% de la población y, además de en las grandes ciudades, se asienta en las regiones centrales y sureñas del país. Jorge Weke, portavoz o «werken» del Parlamento Koz Koz, organización cuyo nombre recuerda el encuentro histórico mapuche de 1907 en la región de Los Ríos, apuesta por el diálogo con el Estado chileno, aunque sepa que probablemente no funcione. «Nosotros siempre aspiramos a llegar a un acuerdo, pero el Estado no lo quiere entender: las empresas siguen entrando a los territorios con el acompañamiento policial», explica. «Las luchas se dan porque la gente necesita el territorio que le fue arrebatado por el propio Estado», añade, y apunta que nuevos colonos alteran la balanza demográfica y apuestan por una economía basada en la extracción de recursos naturales. Quienes se oponen, dice Weke, son asesinados o demonizados por un Estado que, en el siglo XXI, no niega la identidad de la comunidad mapuche, siempre y cuando esta se despoje de su relación vital con la tierra.