Craig Ehlo jugó en la NBA entre los años 1983 y 1997, concretamente en Houston, Cleveland, Atlanta y Seattle. Como otros muchos, su buen hacer quedó eclipsado por el fulgor de las estrellas, en su caso el de Michael Jordan. El 7 de mayo de 1989, jugando para los Cavs ante los Bulls, Ehlo estuvo a punto de eliminar a Chicago en el desempate de la primera ronda de play offs, anotando 15 puntos en el último cuarto, incluyendo una canasta a tres segundos que adelantaba a Cleveland 100-99. Pero Michael Jordan remontaría sobre la bocina, con un lanzamiento certero que pasaría a la historia conocido como The Shot.

En la temporada 1994/95, como lo recuerda Máximo José Tobías en su libro «Michael Jordan. El rey del juego» -2010, Ediciones JC, Madrid-, Ehlo defendía los colores de los Atlanta Hawks cuando Michael Jordan regresó de su primera retirada. Ehlo estaba lesionado y en vano suplicó que le dieran de alta para jugar aquel encuentro. «Es la revancha, no puede volver sin mí. No podrá meter sus 60 puntos si no estoy yo», dijo.

Otro tanto podrían decir desde el seno de Laboral Kutxa Baskonia respecto a la Copa que se pone en marcha mañana, ya que la de esta edición será la primera ausencia de los gasteiztarras desde 1997. ¡No pueden jugar sin ellos! ¡Mucho menos si participa Bilbao Basket! Desde 2008, los hombres de negro siempre se han cruzado -y perdido- ante la escuadra baskonista, o en su defecto, los partidos que no ha enfrentado a la escuadra bilbaina con el Baskonia -frente a Barcelona y Gran Canaria respectivamente-, se han jugado en Gasteiz. ¡No pueden volver sin ellos!

Bueno, en realidad aún podría cruzarse la Copa 2015 en el camino de Bilbao Basket y Laboral Kutxa Baskonia. El próximo 1 de marzo, a partir de las 18.00, se disputará el derbi de la Liga ACB entre bilbainos y gasteiztarras en Miribilla, el primero después del parón copero -el segundo para el Baskonia, que dos días antes jugará un vital partido de Euroliga-. Si los hombres de negro se llevaran el «torneo del KO», dice la regla no escrita que el primer rival tras celebrar el triunfo le hace el pasillo al conjunto ganador, de forma que los de Ibon Navarro podrían tener una actuación simbólica incluso en esta edición copera, aunque por ahora la idea del pasillo baskonista queda solo en las más perversas mentes de los aficionados de los hombres de negro.

Conectados unos con otros

Todo está conectado. En la última edición copera sin presencia baskonista, la de 1997, el Joventut se alzó con el título tras una histórica remontada ante el CB Cáceres en la finalísima. Fue un 3 de febrero de 1997, en el que los 21 puntos de Andy Toolson y los 20 del «pequeño general» André Turner -y los tres triples que encadenó un gris alero que respondía al nombre de Xavier Crespo- los que dieron la victoria a la escuadra verdinegra por 71-79, un triunfo que supondría el último éxito de la Penya en el Siglo XX, mientras vivía numerosas convulsiones a nivel económico. Por contra, Saski Baskonia confirmaba las buenas maneras que fue apuntando en los años 90 y se asentaba definitivamente en la élite, siendo la Copa su mejor torneo en la próxima década: las ediciones de 1999, 2002, 2004, 2006 y 2009 se quedarían en sus vitrinas, mientras que en 2003 y 2008 se alcanzaría la finalísima.

En aquella edición de 2008 se volvía a jugar en Gasteiz, como en 2000 y 2002, y se perdía por 80-82 en la final ante el Joventut que alcanzó un fugaz esplendor con Rudy Fernández y Ricky Rubio -el famoso «R&R»- como principales estrellas en la pista y una bien avenida pareja formada por Aíto García Reneses y Sito Alonso en la banda. Ya para entonces el de Monzón tenía club de fans entre los seguidores verdinegros -«Sito, queremos un hijo tuyo», rezaba una de las pancartas más guasonas que se podían leer en Zurbano-, aunque quizás los aficionados de Bilbao Basket que animaron a la Penya en aquella final -que los hubo a puñados- no hubieran imaginado que, años después -y tras pasar ante el pelotón de fusilamiento- aquel joven desgarbado con traje se convertiría en su entrenador y gurú. «Si somos muy positivos y muy competitivos, vamos a ganar», valoraba Sito ayer, antes de salir hoy hacia Las Palmas, sus opciones de ganar a Unicaja en su vuelta a la Copa.

En aquel 2008, Txus Vidorreta consiguió una comunión parecida con sus muchachos. El 7 de febrero derrotaba al Barcelona por 70-69, con 18 puntos de un Marcelinho Huertas cedido por la Penya, y que pocos años después aparecería primero vestido con el azulgrana baskonista y el blaugrana culé después. «Estamos satisfechos porque fuimos mejores que el Barcelona y ganamos con merecimiento. Este resultado viene a refrendar nuestra campaña y rompiendo esquemas», declararía Vidorreta, algo que se parece sospechosamente a las palabras de Sito Alonso de ayer cuando dijo que «hemos pasado de un período de ser negativos por la situación creada en el entorno y la inseguridad que teníamos al principio con la plantilla, a una situación en la que todo el mundo cree que el equipo puede ganar a cualquiera. Eso es porque la afición nos ha empujado a ello. Tenemos que ser realistas, pero debemos aprovechar cada oportunidad».

Dos días más tarde de eliminar al Barça, a pesar de la bajas de Recker y la lesión de Rancik, pero con Salgado y Quincy Lewis desatados, los bilbainos caían por 68-66 -«Adiós a la Copa, adiós», les cantó la grada-, incapaces de frenar a Rakocevic y Mickeal, aunque Huertas pudo haber cambiado la historia de haber anotado su último tiro.

En perspectiva, aquella derrota definiría el sino de Bilbao Basket en el «torneo del KO», ya que caería eliminado a las primeras de cambio en todas sus posteriores participaciones: 2010 en Barakaldo -62-75- y Madrid 2011 -76-74- ante Saski Baskonia y en 2013 frente a Gran Canaria en Gasteiz, 74-62, con la afición gasteiztarra animando a la grancanaria, coreando su archiconocido «¡pío!, ¡pío!» a modo de grito de guerra.

Ahora los hombres de negro tienen a su principal bestia fuera de circulación, así que Unicaja, aunque parta como favorito, tal vez sea un rival que los haga reencontrarse con la victoria en la Copa.

Espartanos sin Leónidas

Si hay algo claro en el torneo copero es que nadie está solo. Bueno, tal vez los aficionados que se quedan sin equipo porque el suyo ha caído eliminado. O porque no se ha clasificado, como le pasa a Laboral Kutxa Baskonia. El conjunto gasteiztarra no podrá tributar ninguna actuación memorable a los 300 valientes que, a pesar de que los suyos no podrán ganar nada, pondrán su nota de color en el graderío.

«Me gustaría estar dándole vueltas a la cabeza pensando en el jueves o el viernes, pero no ha podido ser», se lamentaba el entrenador baskonista Ibon Navarro en la rueda de prensa posterior al último partido de la Liga ACB antes del parón de la Copa. Una semana de tanto trajín habitualmente, se quedará en dos días de descanso y entrenamientos intensivos para llegar bien a los partidos de Euroliga del día 27 y al derbi liguero del 1 de marzo, haya que hacerle el pasillo o no a Bilbao Basket. El presidente baskonista Josean Kerejeta calificaba de «fracaso» el no poder colarse entre los ocho primeros al final de la primera vuelta. De hecho, solo al final de la primera jornada estuvo este Laboral Kutxa Baskonia en posiciones coperas. Es lo que pasa si un equipo, para su desgracia, necesita de 21 jornadas para ganar fuera de casa.

Pero esos 300 «espartanos», aunque su Leónidas no esté, han decidido acudir a Las Palmas de Gran Canaria -y así alargar un poco más el carnaval y alejarse, de paso, de las frías temperaturas- y animar. Como aquel 20 de febrero de 2010 en el Bizkaia Arena del BEC de Barakaldo, en el que al grito de «¡Campeones!, ¡Campeones!», hicieron salir a los suyos a saludar a los aficionados, que se pasaron más de una hora saltando y cantando pese a caer por un estrepitoso 50-78 ante el Real Madrid entrenado por Etore Messina -y el regocijo de buena parte de la afición bilbaina-. En los años posteriores se pudo ver que las derrotas se «celebran» solo una vez, porque la distancia entre el último triunfo copero de los gasteiztarras, Madrid, 22 de febrero de 2009, se está volviendo cada vez más grande, hasta el punto de ser insoportable, por mucho que el ambiente copero ayude a disimular las penas.