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Reflexiones desde la diáspora argentina


A través de una furiosa e implacable campaña desplegada durante los últimos cuarenta y cinco días, los multimedios Prisa, Clarín y las demás corporaciones mediáticas nacionales e internacionales, los partidos de derecha, el sector sionista de la comunidad judía y muchas entidades empresarias han intentado mostrar al Gobierno argentino como culpable de la muerte del fiscal Alberto Nisman. Este montaje alcanzó su culminación en la importante marcha efectuada el 19 de febrero.

Como es público, el mencionado fiscal apareció muerto en su domicilio pocos días después de formular una temeraria denuncia sobre encubrimiento a favor de funcionarios iraníes, contra la presidenta de la República, Cristina Fernández de Kirchner, el canciller Héctor Timerman y otros ciudadanos argentinos. Al desestimar la misma, el juez Daniel Rafecas comenzó a poner en orden la escena política de nuestro país.

La marcha del 19F fue convocada por un grupo de fiscales y jueces que jamás levantaron la voz contra la impunidad de los autores de muchísimos crímenes. Ellos han sido responsables de criminalizar la protesta social, de perseguir penalmente a los trabajadores que luchan por mejores condiciones de vida y de trabajo, de empantanar y frenar la investigación del atentado contra la AMIA, en franca complicidad con el Estado argentino de entonces y la así llamada «Conexión Local». Junto con ellos desfilaron los partidos de la derecha y de la oposición carroñera, más toda la dirigencia golpista y genocida de este país, impulsora del Golpe Cívico Militar del 76 y cómplice de la desaparición forzada y la muerte de decenas de miles de personas. También estuvieron los sindicatos cómplices de la patronal, la mencionada cúpula sionista, la fracción más reaccionaria de la Iglesia católica y la Sociedad Rural, representante de la oligarquía terrateniente. Las calles fueron desbordadas por una multitud procedente de la pequeña burguesía conservadora o fascista, enfurecida y asustada por algunos giros populistas del Gobierno.

Aún en vida, el fiscal Nisman había manifestado a quien quisiese oírlo que su investigación estaba dirigida por los servicios de espionaje de Estados Unidos e Israel. Sobraban razones para haberlo denunciado y enjuiciado a él, tan encubridor como el destituido juez Galeano y sus funcionarios cómplices (empezando por el expresidente y ahora senador impune Carlos Menem). El finado funcionario dejó de lado verosímiles hipótesis de investigación, que apuntaban a la participación de la República Árabe Siria, de ciertos coautores argentinos y de la existencia de un posible entramado con la venta de armas por parte de la República Argentina a naciones en conflicto. Apoyó en cambio la hipótesis, sostenida por israelíes y estadounidenses pero jamás probada, que responsabilizaba a la República Islámica de Irán por el atentado. Una demostración más de que la supuesta soberanía nacional es en realidad un vergonzoso vasallaje, con un Poder Judicial colonizado y con los servicios argentinos de inteligencia dirigidos por la CIA.

El patético sujeto resultó protagonista de una pantomima diseñada por los servicios de inteligencia. Participó de esa fábula hasta descubrir que su delirante denuncia contra el Gobierno nacional por el encubrimiento de los funcionarios iraníes no podía ya sostenerse. En ese momento devino su muerte en un eslabón imprescindible para sostener la maniobra golpista, que no ha cesado aún. «Suicidado» en cualquiera de sus variantes, el doble agente de inteligencia (muy ajeno al héroe que la derecha argentina invocó en la marcha) devino en el cadáver que finalmente le «tiraron» al Gobierno nacional para «embarrar la cancha», como decimos aquí. El objetivo de esa maniobra, por una parte, fue montar un escenario que instalara la idea de que nos enfrentamos a un crimen de estado, y por la otra, y quizás la más importante desde el punto de vista geopolítico, meter a la Argentina en la guerra antiislámica a solo dos semanas de los atentados de París, teniendo en cuenta además la molestia que han mostrado la derecha sionista argentina, los EEUU e Israel ante el reconocimiento por parte de nuestro país del Estado Palestino.

No soy oficialista, soy crítica del Gobierno kirchnerista, cuyo relato pleno en consignas épicas no ha encontrado correlato en materia de transformaciones estructurales del esquema de poder que rige la vida de los argentinos, pero por la triste experiencia y el camino transitado como sobreviviente de los 70, puedo distinguir claramente los intentos golpistas y las intervenciones y conspiraciones de los EEUU y su club de socios en nuestros países.

Soy una activa militante de la diáspora vasca en Argentina. Mi solidaridad y compromiso con los presos y luchadores y con el proceso de autodeterminación del pueblo vasco, del que me considero parte, es inquebrantable. Me duele mi patria Euskal Herria y me duele mi patria Argentina. Una vez más los poderes locales e internacionales están moviendo sus jugadores en América del Sur. No es el primero, ni tampoco será el último intento de desestabilización. La resistencia de nuestros pueblos necesita entonces más que nunca que seamos capaces de construir solidaridades inquebrantables, y estas solo pueden anudarse compartiendo nuestras realidades. Es mi deseo que la presente nota aporte alguna claridad en este camino.