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GAURKOA

Historietas de la hora sexta


Las maneras como han sido contados y homenajeados a su muerte Patxo, y antes Atxur, ambos casi coetáneos, me han dado qué pensar. También me dio la ausencia de homenajes en la de Jose Mari Eskubi, seguramente porque había elegido muy tempranamente distanciarse de lo que fue, pero sin dejarse usar contra los que seguían siendo como él fue. Nadie contará de Patxo Unzueta que cuando murió Juanita Txikerra envió una carta a “Deia” agradeciendo su cobijo y protección en momentos difíciles, cuando Guardia Civil y Policía le tenían en el punto de mira. Juanita vivió y murió en Gernika, y su casa, como buena cristiana, como la de Blankita e Iñaki, que también lo eran, estuvo siempre abierta a los que sufrían persecución por la Justicia, o sea, por defenderla y por padecerla. La carta de Patxo, entonces jefe de opinión de “El País” y hombre de confianza de Pradera, (me) venía con una nota que decía que sabía que nosotros se la publicaríamos, como así fue. La entendí como un guiño cómplice con una parte de su historia a la que no quería renunciar. De Juanita Txikerra conservo, así mismo, una deliciosa anécdota: la conducían presa camino de Bilbao, le preguntaban insistentemente por su militancia, y terminó confesando que sí, que era terciaria franciscana. Decían en el pueblo que había puesto a los polis a rezar el rosario en el camino...

De Unzueta tampoco se recordará ahora seguramente que fue quien contactó en París con Jean Paul Sartre y le proporcionó los materiales para comprender a ETA, y el filósofo, lejos de deducir de ellos un diagnóstico favorable para la corriente que Patxo y Petxo comandaban entonces, terminó haciendo el prólogo a “El Proceso de Burgos” de Gisèle Halimi del que sus adversarios en la organización, no sobrados de argumentos dialécticos, terminaron haciendo manifiesto. Por cierto, los derechos para la publicación del libro en castellano fueron adquiridos por Monte Ávila de Caracas, que lo puso a la venta, se agotó prontamente y rehusó luego reeditarlo: algo tuvo que ver en ello la gestión y las presiones de la Embajada de España. No sé si habrá hoy modo de hacerse con algún ejemplar de esa edición que, gracias a la amistad con quien entonces gerenciaba la imprenta, tuve ocasión de revisar antes de que pasara a impresión.

De Atxur, Mikel Azurmendi, con el que no tuve relación personal pero sí información cercana de quienes sí la tuvieron mientras vivió en París, solo recordaré un episodio, contado siempre con cautela, que pone de manifiesto que las diferencias entre facciones no se saldaban entonces con muerte, pero sí a porrazos. La pareja que visitó a Mikel en su apartamento parisino y le sometió a un interrogatorio digamos que intenso andaba detrás, según una versión, de la maleta de Eskubi y su botín, y según otra, de los cuadros que internacionalmente afamados pintores habían donado para la causa vasca. Que yo sepa, han sido Gregorio Morán y Rodríguez Aizpeolea los únicos que se han referido a este oscuro pasaje, sobre el que quien lo padeció tampoco fue muy explícito.

Para mí, José Mari era Labrit más que Bruno. Era también quien me había abierto a una Nafarroa euskaldun que desconocía, y a una manera de ser abertzale radical que tenía muy presentes los modos y maneras del carlismo insurrecto, personalizados por él en la familia Baleztena. He dicho de él que su muerte fue poco glosada, porque así parecía haberlo querido él, y tal vez también porque su personalidad no se prestaba a la manipulación fácil. Del Labrit que conocí podría decir mucho. Del que se echó encima la carga de la creación del «monstruo» solo recuerdo lo que Patxi Zabaleta, de vez en cuando, me iba trasladando y me reafirmaba en quedarme con Labrit y en olvidar a Bruno. Solo le volví a ver, pasados años y décadas, en el cementerio de Gernika, cuando se depositaban en el panteón familiar las cenizas de Jabi Bareño, y no le reconocí. Fue Antxon López, otro histórico, al comprobar que no me acercaba a saludarle, el que me dijo: «no le has reconocido, ¿verdad?». Así fue, así era. Me pareció descuidado, pero eso ya lo tenía cuando era Labrit; calzaba boina, y eso podía ser homenaje a Jabi, que la llevaba siempre y siempre con la gracia que debió aprender de su tío Julio; no me recordó a aquel joven que bailaba y hacía bailar a todos y todas a su alrededor, cautivador, encantador. Hace unos días he leído las confesiones de un exetarra, arrepentido de sus culpas y de las de los demás, que él se metió en el lío por la admiración que le produjo Jose Mari.

Recordar a Eskubi es recordar a Mikel Etxebarria. Dio muestras el primero de hablar en serio cuando decía que a él no le cogían vivo una vez más, como aquella que le llevó a pasar por las manos de Melitón. Dio muestras Mikel de que tampoco él estaba dispuesto a dejarse atrapar. Eran vecinos cuando uno estaba en Leitza, en «la casa de la palmera», y el otro no había salido aún de la vecina Berastegi. Fue captado, cautivado, por Jose Mari; fue él quien le ayudó luego a llegar a Cuba por caminos inescrutables, inimaginables poco antes, que me llevan a recordar a Manuel Irujo, y a Federico Krutwig, y a Carrillo y su PC: a aquellos breves ensayos comunistas que dirigieron Eskubi y Azurmendi.

Andaba por Roma Federico cuando le escribía a Manuel Irujo, a requerimiento suyo para informarle sobre los grupos de ETA que sobrevivían mientras los héroes de Burgos asombraban al mundo. La ETA-A era, en su clasificación, la de Etxabe; ETA-B era la de Sexta Asamblea, «con dos facciones, las dos españolistas, con distintos matices»; «los B-a piden integrarse en un partido español, tienen al castellano como idioma común, alimentan una estrategia de clase: al parecer, están guiados por Azurmendi. Y, aunque a usted le parezca mentira, Eskubi se ha convertido en un lacayo del PC. Yo tampoco me lo creía. El José Mª Eskubi que Vd. Conoció hace años ya no es el de hoy». Le contestará presto Irujo: «Define usted como españolista a Eskubi. Yo hace que no le veo un par de años. Pero ya ha tenido que cambiar para que aquel Jose Mari que yo conocí se haya hecho humilde servidor del comunismo español».