Algunos apuntes sobre la reforma fiscal
El economista Isidro Esnaola analiza en este texto la evolución de la fiscalidad durante los últimos años de crisis en Euskal Herria y en el Estado español, al tiempo que destaca la importancia vital de una reforma fiscal que cargue los costos de la crisis sobre las espaldas de aquellos que más tienen.
Se ha dado el pistoletazo de salida a la campaña electoral de las elecciones autonómicas en Vascongadas y las primeras declaraciones apuntan a que la cuestión de los impuestos va a ser uno de los temas estrella de esa campaña. Así las cosas, he aquí unos breves apuntes con el ánimo de que ayuden a situar la cuestión.
La crisis que estamos viviendo ahora tuvo un periodo de auge que coincidió con el Gobierno de Aznar, en el que Rodrigo Rato fue ministro de Economía. En aquella época, el lema con el que enfocaron la cuestión fiscal fue siguiente: bajar impuestos no significa disminuir recaudación. Es más, Aznar y sus secuaces se vanagloriaron de que habían bajado los impuestos y subido la recaudación, ocultando que bajaron algunos impuestos muy llamativos y subieron otros menos conocidos. En cualquier caso, si esto fuera así, en buena lógica lo que tendrían que hacer ahora es bajar los impuestos y no subirlos como están haciendo cada seis meses.
A esa moda de bajar los impuestos, se apunto el Gobierno de Zapatero que por boca del director de la Oficina Económica Miguel Sebastián dijo aquello de que bajar impuestos también es de izquierdas. Para entonces el periodo de auge económico se había convertido en una burbuja, con lo que más que hablar de crecimiento habría que hablar de metástasis. Era tal el movimiento de dinero inducido por la burbuja inmobiliaria que la recaudación del Estado superaba toda las previsiones. En esta época el Gobierno busca como gastar la ingente cantidad de recursos que tenía y se inventan el cheque-bebe, los grandes planes de infraestructuras, etc.
Resulta interesante tener en cuenta estas dos referencias porque en los territorios forales se ha seguido a pies juntillas lo que se ha hecho en el Estado, a pesar de tener margen de maniobra para hacer otra política fiscal en los impuestos directos, no así en los indirectos, aunque los recauden las haciendas forales, y mucho menos en las cotizaciones sociales, ya que estas últimas ni siquiera las recaudan las instituciones forales o autonómicas.
Tras la borrachera suele venir la resaca y lo que entonces no valía resulta que ahora si vale, pero la explicación cambia. Ya no hay teoría económica, ni principios, ni nada. Mariano Rajoy lo explica perfectamente “la subida del IVA es la única vía para asegurar el sostenimiento de los servicios esenciales”. La tesis es que no se puede hacer otra cosa. Si esto realmente fuera así, los políticos estarían de más; con los funcionarios nos arreglaríamos perfectamente. Si no hay alternativas, no hay nada que decidir y los políticos sobran y estorban.
Siempre hay alternativas y siempre se pueden elegir entre caminos alternativos y por eso es pertinente el debate político sobre la reforma fiscal. Y aunque no lo parezca, este debate trata sobre las respuestas que se planteen a dos simples preguntas: ¿Para qué? ¿Para quién? Los impuestos se recaudan para mantener un modelo de sociedad, una organización social, unos servicios públicos, etc. En función de cómo sea el modelo que se propone, se necesitará recaudar más o menos recursos. La derecha propone un estado mínimo en el que sus actuaciones se centren fundamentalmente en mantener el orden público, es decir, justicia, interior y defensa, en sostener las infraestructuras básicas y en proporcionar unos servicios mínimos a aquellas personas que no tienen nada, esto es, que las pensiones, la enseñanza pública y la sanidad sean para aquellas personas sin recursos y el que quiera algo decente que lo busque en el sector privado y lo pague. Ese es su ideal y para construirlo no necesitan recaudar mucho, es más, están utilizando la actual crisis para destruir los escasos servicios públicos con los que contamos y avanzar a marchas forzadas hacia ese modelo.
La izquierda ha solido proponer una organización social con unos amplios servicios públicos y prestaciones sociales que además de mejorar la calidad de vida de la gente, crean empleo y sobre todo, permiten a las mujeres emanciparse al existir servicios públicos que se encargan de las tareas de cuidado de niños y personas mayores que suelen recaer fundamentalmente sobre ellas. Este modelo necesita de una aportación mayor de recursos que el Estado tiene que conseguir vía impuestos, pero al mismo tiempo, este modelo crea más empleo y es mucho más estable en los tiempos de crisis. No hay más que ver los índices de paro de los países escandinavos en la actual crisis económica. No importa que los países estén fuera de la UE, en la UE o en el euro, ha sido el amplio sector público con el que cuentan el que les ha permitido soportar mejor la crisis y mantener el desempleo a raya.
Una vez definido para qué se quiere el dinero de los impuestos, toca definir quién va a aportar más y quien menos. La derecha suele tener querencia por los impuestos indirectos, esos que pagamos todas las personas igual independientemente de nuestros ingresos, como son el IVA y los impuestos especiales (sobre el tabaco, alcohol, carburantes). Estos impuestos son todavía más injustos si consideramos que las personas con pocos recursos gastan casi todos sus ingresos mientras que los que más ganan gastan solamente una pequeña proporción de los mismos. Así pues, las personas con pocos recursos pagan en proporción a lo que ganan bastante más que aquellas personas que pueden ahorrar parte de sus ingresos. Es por eso que la subida del IVA es terriblemente injusta.
La izquierda tradicionalmente ha hecho hincapié en los impuestos directos, aquellos que gravan la propiedad o las ganancias, y además ha planteado que estos impuestos tenían que ser progresivos, es decir, que a mayor riqueza, mayor proporción habría de dedicarse al pago de impuestos. A fin de cuentas, una sociedad en la que los que más tengan aporten más, será más justa, tendrá menos desigualdades y también menos conflictos. La derecha ha peleado contra esta filosofía diciendo que mayores impuestos frenan las inversiones de mañana que a su vez traerán nuevos puestos de trabajo de pasado mañana. Sin embargo, algo ocurre entre el hoy y el mañana que los puestos de trabajo de pasado mañana nunca llegan.
El creciente peso de la ideología de la derecha estos últimos años ha hecho que los impuestos indirectos hayan ido ganado peso en detrimento de los directos, de modo que en la actualidad ya representan más de la mitad de los ingresos de las haciendas forales. Los ricos han sido los que se han beneficiado enormemente de esta deriva hacia los impuestos indirectos, además también han sacado mucho partido a los agujeros que se han abierto en los impuestos directos para que se “ahorren” el pago de importantes cantidades de dinero.
En la actual coyuntura de crisis, la subida de impuestos responde en general a la necesidad de devolver las deudas comprometidas en la época de los pelotazos urbanísticos y de la burbuja inmobiliaria más que al modelo de país. En cualquier caso, la subida general de impuestos cuando la actividad económica cae, lo único que proporciona es un impulso mayor a la caída de la economía, alimentando una espiral que trae como consecuencia menos recaudación y más paro.
La subida de los impuestos indirectos como el IVA en una coyuntura de crisis, además de deprimir todavía más el consumo, resulta terriblemente injusto porque hace recaer la mayor parte del peso de la subida sobre las rentas más bajas. Sin embargo, una subida de los impuestos directos, especialmente en los tramos más altos de la escala, es decir, a los más ricos, además de ser más justa porque redistribuye la carga sobre los que más tienen, resulta menos deprimente para la actividad económica, a fin de cuentas, los pobres gastan prácticamente todos sus ingresos y si pagan menos impuestos la actividad económica se beneficiará de ese gasto extra. Después de la bajada general de los últimos años, en esta dirección hay todavía mucho margen.