Colonialismo del S. XXI
Acuerdos desiguales, argucias legales o, simple y llanamente, la pesca ilegal, permiten a la gran industria pesquera europea abusar de los recursos marinos de los países africanos, condenando a la desaparición la pesca artesanal de supervivencia y comprometiendo gravemente los stocks pesqueros. Todo bajo la protección de la Unión Europea.
La pesca mundial supera anualmente dos veces y media el máximo aceptable para la conservación de las especies marinas. Así, un equipo de la Universidad Dalhousie de Canadá calcula que las especies más pescadas actualmente podrían haber desaparecido a mediados del siglo XXI, es decir, en las próximas cuatro décadas. Las causas no son otras que la sobrepesca, la destrucción del medio marino y la contaminación. Para acabar de redondear el drama, más de una tonelada de pescado muerto es devuelto anualmente al mar solo en Europa. Uno de los pocos estudios sobre el tema indica que, entre 2002 y 2005, dos de cada tres pescados capturados por barcos británicos eran devueltos sin vida al mar.
Pero no acaba aquí la tragedia. Al drama ecológico cabe sumarle el drama humano. Con los stocks europeos bajo mínimos, los buques pesqueros del viejo continente saquean los recursos marinos del resto del mundo, en especial de los países africanos. Unos países en los que, en casos como Gambia, Senegal o Somalia, el pescado supone el 50% de la ración proteica animal. Sobra decir que no es el mismo caso el de Europa. Sin embargo, los europeos consumimos 22,3 kilos anuales de pescado por persona, frente a los 16 kilos de media en el mundo.
Pero pese a ello y pese a la alerta emitida el pasado 29 de octubre por el relator especial de la ONU sobre el Derecho a la Alimentación, Olivier De Schutter, que denunció el «acaparamiento de los océanos» de las grandes industrias pesqueras en detrimento de la pesca artesanal de supervivencia, la Unión Europea decidió mantener ese mismo mes de octubre las líneas maestras de su Política Pesquera Común. Una política que permite y alienta el saqueo de los recursos marinos de los países del sur, dando un golpe de muerte a la maltrecha soberanía alimentaria de muchos países africanos y condenando a sus ciudadanos a reconvertir sus cayucos pesqueros en barcas migratorias hacia un incierto futuro.
Este saqueo de los recursos pesqueros africanos toma diferentes formas dependiendo del país en cuestión; unas fórmulas a las que nos intentamos acercar en los textos que completan este reportaje. Por un lado están los acuerdos entre la UE y países africanos como Mauritania, Guinea Bissau o Costa de Marfil, según los cuales, los buques europeos pueden entrar en sus aguas a cambio de varios cientos o miles de millones de euros y, a cambio también, de ayuda humanitaria. Estas ayudas, sin embargo, no se traducen en planes de reconversión del tejido pesquero artesanal de dichos países, sino que, en demasiadas ocasiones, alimenta a las élites sociales y a las corruptas autoridades locales.
Otro caso es la llamada «senegalización» de la pesca, consistente en que industrias pesqueras matriculan sus barcos en el país de turno para poder pescar sin necesidad de acuerdo alguno, como si fuesen parte de la flota pesquera nacional. Ese pescado, sin embargo, jamás llega a las costas de dicho país, ya que rápidamente pone rumbo a la Unión Europea. El nombre de «senegalización» se explica porque ese país africano fue el primero en padecer esta estrategia, después de que en 2006 se negara a negociar un nuevo acuerdo pesquero con la UE.
El último ejemplo es el más extremo: Somalia. Ni acuerdos ni formalidades como la «senegalización»; la flota pesquera europea aprovecha la debilidad estatal del país para esquilmar sus aguas territoriales. Lejos de perseguir o intentar regular dicha pesca ilegal, la UE no duda en enviar buques de guerra para proteger el expolio cuando los llamados «piratas del siglo XXI» se deciden a atacar alguno de estos barcos. En el aire queda siempre la inevitable pregunta: ¿Quién es el pirata?