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Qué hacer mientras el mundo se acaba

No hay que ser ningún experto para entender que el fin del petróleo, al que tan íntimamente ligado está el modelo de economía capitalista, cambiará muchas cosas del mundo que hoy en día conocemos. Los más catastrofistas auguran ya el fin de la humanidad, mientras que los más optimistas confían en un cambio de modelo que asegure la sostenibilidad.

Plataforma petrolera de BP, que derramó toneladas de crudo al Golfo de México. (HO/AFP PHOTO)

Cuando algún organismo de la naturaleza crece exponencialmente, en forma de plaga, el final suele pasar siempre por el colapso, que se traduce en el agotamiento del alimento y la muerte en masa de la especie, hasta volver a niveles soportables para el ecosistema. ¿Acabaremos así? «Prefiero pensar que somos más inteligentes que una hormiga o una langosta», responde Antonio Turiel, matemático, físico e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Pero como Turiel, todos los expertos insisten en que muchas cosas deberán cambiar. Este cambio puede comenzar a una escala personal y comunitaria, que tienda a hacer, de alguna manera, el mundo más pequeño. Es decir, a reciclar todos los materiales que se pueda y buscar soluciones más locales a las necesidades diarias, como lo es, sin ir más lejos, la alimentación.

Se calcula que, como media, un alimento consumido por un estadounidense recorre 2.400 kilómetros antes de ser digerido. Esto supone que, solo para alimentarse, cada persona pone en marcha un ingente consumo energético. Se trata, por lo tanto, de producir localmente, garantizando el abastecimiento sin depender de las grandes redes globales, basadas en el transporte de hidrocarburos. Algo que pasa, irremediablemente por el comercio de proximidad y la soberanía alimentaria. Y como la alimentación, otras tantas cosas.

¿Y a nivel macro?

Pero desde luego, los especialistas coinciden en que el problema no se solucionará con que cada ciudadano plante un huerto en su terraza. El principal problema radica en la macroeconomía y en un sistema capitalista que necesita un crecimiento exponencial y una expansión constante, algo que para el planeta Tierra, redondo y finito por definición, es imposible de soportar.

Si tan grave es el asunto, ¿cómo es que apenas se habla? Y, sobre todo, ¿cómo es que no se aplican medidas para resolverlo? El problema está en las agendas de todos los gobiernos, como indican los informes de la Agencia Internacional de Energía o de países como EEUU y Alemania. Sin embargo, igual que con el cambio climático –estrechamente relacionado–, será difícil que los poderes capaces de tomar medidas efectivas se pongan de acuerdo. Demasiados intereses, tanto nacionales como privados, son los que están en juego.

De momento, se centran en buscar fuentes de energía alternativas, anunciando de tanto en tanto, y a bombo y platillo, el descubrimiento que resolverá todos los problemas. «En realidad, estamos intentando resolver el problema equivocado», explica Turiel, para quien la clave es que «no nos paramos a ver la incongruencia mayor, que es la de nuestro sistema económico y productivo». De hecho, Turiel se lleva las manos a la cabeza cuando escucha que la salida a la crisis económica debe ser más crecimiento y sentencia: «La única manera de escapar de este círculo vicioso no es con parches como el ahorro o la eficiencia, sino cambiando radicalmente de modelo productivo y financiero».