A Garzón se le paró el reloj, pero a Europa no
A Baltasar Garzón el reloj de hacer justicia se le paró el 20 de noviembre de 1975 -por no decir el 1 de abril de 1939, de lo que ciertamente hace mucho tiempo-, pero después el mundo ha seguido rodando.
Entre escrache y escrache, eso sí, pero Baltasar Garzón anda crecido por la decisión de la juez Servini, que vende como un triunfo personal indirecto. Dice y repite estos días en Argentina que se demuestra que «el principio de jurisdicción universal es un reducto contra la impunidad», aunque en el caso del franquismo «no sé si vamos a llegar a tiempo». Y esa es precisamente la cuestión. Que a Garzón el reloj de hacer justicia se le paró el 20 de noviembre de 1975 -por no decir el 1 de abril de 1939, de lo que ciertamente hace mucho tiempo-, pero después el mundo ha seguido rodando. Y en Euskal Herria han pasado cosas que están en tribunales europeos o la ONU, aunque no sea bajo la etiqueta de «delitos de lesa humanidad».
Estrasburgo ha condenado ya tres veces al Estado español por no investigar torturas, y en dos de esos casos -Mikel San Argimiro y Aritz Beristain- aparece (o mejor dicho, desaparece) el juez Garzón. Ha dado un primer toque a la brutalidad carcelaria en el caso de la doctrina 197/2006. Un día quizás cercano le tocará revisar casos de persecución política tan flagrantes como Bateragune, «garzonada» de la que hasta él mismo se dice arrepentido. ¿Y qué decir del cierre de medios como ‘Egin’, nada homologable en esta parte de Europa y que a día de hoy todavía deja secuelas como el inhumano trato dispensado a Pablo Gorostiaga? Lo reivindicó Aznar, pero lo ejecutó él, Garzón.
Nada de esto pasó en el franquismo, así que haría mejor en taparse un poco, o en callarse al menos.