Tras una pausa para recomponer fuerzas, vuelven, aún más reforzadas, las hostilidades
Estaba cantado. Las dos semanas de tensa tranquilidad en el centro de Kiev respondían a una tregua temporal. Y ya entonces advertíamos de que las circuns- tancias de la batalla nacional y geoestratégica que se dirime en Ucrania no permitían presagiar que la tregua pudiera irse consolidando con unas negociaciones que, a su vez, fueran encauzando la crisis hacia una salida no violenta.
La amnistía general para los imputados en los disturbios y la puesta en libertad de los últimos detenidos fue respondida el lunes con la retirada de la ocupación del ayuntamiento de Kiev por los grupos de choque de la oposición. Pero lo hicieron a regañadientes. A estas alturas, estos grupos han hecho de la no negociación su único credo, por lo que la negativa de los grupos parlamentarios que apoyan al Gobierno de Viktor Yanukovich a incluir en el orden del día la propuesta de reforma constitucional para volver a limitar los poderes del presidente fue acogida por los grupos opositores como una afrenta, por lo que instaron a sus avanzadillas ultras con cascos y uniformes militares a lanzarse al asalto del Parlamento.
La simultánea quema de la sede en Kiev del gubernamental Partido de las Regiones fue la gota que colmó el vaso y Yanukovich sacó a la Policía y a los temidos Berkut (fuerzas especiales) a arramblar de una vez por todas con la protesta. El balance y la filiación de las víctimas (al menos 10 de los 26 muertos son policías) da idea de la saña (y de las armas) con las que se emplean unos y otros.
Mientras Rusia sigue dosificando la entrega de su multimillonaria ayuda a las exhaustas arcas públicas ucranianas, Yanukovich ha optado por la mano dura, pero mantiene una oferta a los partidos opositores «homologados» para negociar una salida. Con la condición de que se desmarquen de los grupos de choque.
Todo un dilema. Los líderes opositores tienen cada vez menos predicamento entre aquellos, pero saben a la vez que sin ellos no son nada. O casi. Y en este escenario de «guerra de baja intensidad», la UE actúa como pirómana y amenaza con sanciones que entregarían a Ucrania a los brazos de Moscú. El premier británico Cameron insta a Yanukovich a que «retire sus tropas». Un lenguaje beligerante que va más allá incluso del propio de una guerra civil. Un lenguaje de guerra geoestratégica. Que es de lo que se trata.