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Neguri y Falange, 42 años en la alcaldía

Aunque el término moderno de alcalde está relacionado con su elección democrática, no fue siempre así. La definición española (RAE), al contrario que la británica, no alude a las condiciones para su nombramiento. De 1937 a 1979, el alcalde de Bilbao fue elegido directamente por el gobernador civil de Bizkaia, hasta la Ley Local de 1945, y luego por el ministro de Gobernación.

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Dichos «alcaldes», en función de su descripción, serían técnicamente «corregidores», representantes señalados por el rey (en este caso Interior) y no intendentes de una ciudad, «conquistada y humillada» militarmente como dijo su primer alcalde fascista, José María Areilza, al referirse a Bilbao.

Durante esos 42 años de dictadura, partido único y ausencia de cualquier tipo de libertades, con decenas de miles de detenidos por razones políticas y varios miles de ejecutados judicial y extrajudicialmente en Bizkaia, Bilbao tuvo diez corregidores (alcaldes en terminología franquista) y tres interinos. Por orden cronológico: José María Areilza (8 meses de mandato), José María González de Careaga (6 meses), Félix Lequerica (8 meses), José María Oriol (22 meses), Tomás Perosanz (22 meses), Joaquín Zuazagoitia (198 meses), Lorenzo Hurtado de Saracho (54 meses), Javier Ybarra (67 meses), Pilar Careaga (72 meses) y José Luis Berasategui (45 meses). Los interinos fueron José María Amann (1939), cuando Lequerica saltó de Bilbao a París para ser embajador de España en Francia, José María Espinosa (1959) y Roberto García-Salazar (1975).

Todos ellos pertenecían al partido Falange y juraron los llamados Principios del Movimiento, una especie de Constitución franquista. La mayoría procedían de la elite de Neguri, sostén bancario y económico de la dictadura. Areilza fue consejero del diario ``El Correo Español'', Celulosas del Nervión, Nitratos de Castilla e Industrial Resinera, y presidente de Central Siderúrgica y Sociedad Española de Amiantos. González de Careaga había sido directivo de CEPSA y trabajó en negocios petrolíferos en Venezuela y EEUU. Lequerica, destacado dirigente de la Liga de Patronos de Bilbao, fue consejero de numerosas empresas: La Basconia, Banco Urquijo, Vidrieras Españolas, Tubos Forjados...

José María Oriol y Urquijo fue el paradigma de la participación del clan de Neguri en el Ayuntamiento. Fue consejero y presidente de cerca de 40 empresas, entre ellas algunas estratégicas para el franquismo como Babcock Wilcox, Fenosa, Banesto, Talgo, Hidroeléctrica Española (6.000 millones de beneficios anuales) o Unesa (80% de la energía eléctrica del Estado español). Su empresa dedicada a la energía atómica construyó las primeras centrales nucleares en España y promovió las de la costa vasca, en Lemoiz, Deba... En 1960 tramitó el desembarco de tres cajas procedentes de Nueva York con 69 kilos de hexafluoruro de uranio con destino a la Junta de Energía Nuclear de Madrid. Hitler le otorgó la Encomienda del Águila del III Reich.

Perosanz se dedicó a la actividad naviera. Zuazagoitia, boticario antes que corregidor, fue director de ``El Correo Español'' de 1939 a 1950. Hurtado de Saracho, consejero en empresas como Firestone y otras relativas a la información (propaganda según los grupos clandestinos proscritos por el régimen) como ``El Diario Vasco'' e ``Informaciones''.

Javier Ybarra, de Neguri por nacimiento y matrimonio, tenía una larga tradición familiar, tanto empresarial como política. Fundador de Falange, fue uno de los artífices del golpe de Estado en Bizkaia en 1936. Sustituyó a su padre Gabriel, fundador del Banco de Vizcaya, en el consejo y fue director del mismo, Iberduero, Babcok Wilcox, Constructora Estraunza... así como presidente de Diputación de Bizkaia, nombrado en 1947. Fue secuestrado y muerto por ETA-pm en 1977.

Pilar Careaga, como su predecesor González de Careaga, heredó el apellido de su padre, conde de Cadagua, que había eliminado del mismo el término González. Su hermano Pedro fue presidente del Banco de Vizcaya, Iberduero y General Eléctrica, y consejero de Babcock, Firestone, Sefanitro y Altos Hornos. Ella se casó con el hermano del antiguo alcalde Lequerica, Enrique, empresario papelero y jefe de Puertos de Bizkaia. Pilar recibió en 1958 la cruz Pro Ecclesia et Pontifice del Vaticano.

Corrupción y chabolismo

Los intereses económicos de estos alcaldes-corregidores prevalecieron. El Ayuntamiento de Bilbao fue uno de los más corruptos del Estado, reconocido incluso por el propio régimen franquista. En octubre de 1948, más de 30 funcionarios tenían abiertos expedientes por malversación de fondos. Incluso uno de ellos, el falangista Fidel Castilla, fue internado en la cárcel de Larrinaga por un desfalco en el Ayuntamiento. Aquel año, otros dos funcionarios fueron imputados por falsificar 3.000 cartillas de racionamiento y enriquecerse con el estraperlo en connivencia con policías.

La promoción de la Alcaldía como negocio antes que como servicio llevó a la capital vizcaina a convertirse, paradójicamente, en uno de los puntales económicos del régimen franquista y, asimismo, en una de las ciudades más depauperadas del Estado. En la década de 1950, una de cada cinco muertes en Bilbao lo era a causa de la tuberculosis. En octubre de 1947, fallecía por esa causa Garbiñe Unanue. Sus familiares no pudieron publicar en ``El Correo'' -dirigido entonces, como la Alcaldía, por Zuazagotia- la esquela correspondiente porque les negaron insertar el nombre de la difunta.

En ese mismo año de 1950, según la prensa, un millar de personas dormían a la intemperie en Bilbao, en las calles de San Francisco, Cortés, Miravilla y Zabala. La prensa señalaba que, en el invierno de ese año, dos indigentes habían muerto de hambre; uno no tenía siquiera nombre, el otro se apellidaba Retana.

La especulación urbanística fue otro icono del Bilbao franquista. Tenía 17.923 habitantes en 1857 y en 1960 pasaba ya de 300.000; es decir, en un siglo su población se había multiplicado por 17. De ellos, 142.000, menos de la mitad, habían nacido en su término municipal. En diciembre de 1965, ``La Gaceta del Norte'' decía que en Bilbao había nada menos que 17.000 niños sin escolarizar. La explosión demográfica fue más rápida que la urbanística y erigió un cinturón de miseria en torno a Bilbao, con miles de chabolas que, con el tiempo, se convirtieron en barrios. La propia prensa franquista calculaba que en esos años entre 25.000 y 40.000 personas vivían en chabolas construidas en la periferia, en unas condiciones infrahumanas. Semejantes restricciones, en especial sanitarias, originaron situaciones «tercermundistas», como la epidemia de tifus que se declaró en 1958 en el barrio de La Peña. En agosto de 1957 Zuazagoitia ordenó quemar todas las chabolas y carromatos que un grupo de gitanos había establecido en las cercanías de San Mamés.

La higiene brilló por su ausencia. En 1969, la prensa contaba que la cantidad de ratas en la capital era de 750.000, dos por cada habitante. En enero de 1972 se calculaba que eran ya dos millones las ratas que deambulaban por Bilbao. Durante 15 años, el suministro de agua estuvo cortado durante diez horas, por la noche, hasta que se restableció en 1960.

Como delegados gubernativos, los alcaldes falangistas fueron protagonistas de la dictadura y sus efectos, en actividades puntuales y generales que jamás ocultaron y, a veces, notificaron a bombo y platillo. Desde Areilza hasta Lequerica, las ejecuciones de Derio eran anunciadas diariamente en la prensa. Abrieron cárceles provisionales en el Carmelo, Escolapios, Universidad de Deusto y Tabacalera, a sumar a la provincial de Larrinaga. En 1937 (Areilza) y 1973 (Careaga) cedieron la plaza de toros de Vista Alegre (junto a Zabalburu) para internar a los detenidos. La de 1973, con cerca de 400 arrestados en un estado de excepción, provocó un escándalo aireado por la prensa internacional. Varios de los detenidos hasta 1960 murieron por torturas en dependencias policiales o penitenciarias. Pilar Careaga, por su parte, despreció los sucesos de Erandio, donde murieron dos vecinos que protestaban por la contaminación: Anton Fernández y Josu Murueta.

Areilza cambió el nombre a decenas de calles, integrando en el nomenclátor terminología fascista y lanzando un discurso que pasó a la historia: «Se ha jugado la existencia de España en el tablero de las armas. Se ha luchado. Se ha vencido. Que lo entiendan bien todos. Para siempre». Lequerica, que después de alcalde fue embajador español en la Francia nazi, fue responsable de la detención de más de mil refugiados, la mayoría del PNV. Intentó la detención del lehendakari Aguirre y no lo consiguió. Sí, en cambio, la de Lluis Companys, presidente de la Generalitat, y la de Julián Zugazagoitia, concejal en el Ayuntamiento de Bilbao en 1931, dirigente del PSOE y director de ``El Liberal''. Ambos fueron ejecutados por Franco. En 1964, 27 años después de la caída de Bilbao en poder de los sublevados, el alcalde Ybarra organizó la mayor parada militar registrada en la capital vizcaina en el siglo XX. En esa fecha, el Ejército, con Franco a la cabeza, se apoderó de las calles de Bilbao, en un dispositivo militar inédito, incluso en tiempos de guerra, por su número.

La simpatía y militancia fascista de los intendentes convirtió a Bilbao en punto estratégico para la huida de los dirigentes nazis acabada la Segunda Guerra Mundial. De su puerto partieron para América centenares de genocidas a través de la red Odessa, dirigida por Otto Skorzeny. En Bilbao tuvieron pisos francos en las calles General Concha, Aguirre, Alameda Mazarredo, Ledesma, Colón de Larreategui, Licenciado Pozas... Friedrerich Lipperheide, miembro de las SS nazis, cuyo hermano fue secuestrado por ETA en 1982, fue uno de los contactos con los ediles municipales.

Tal y como había relatado Areilza, Bilbao fue «conquistada para España» con vehemencia. La Virgen del Rocío (Sevilla) fue paseada por la Gran Vía en sustitución de la de Begoña. Decenas de vecinos fueron multados por hablar en euskara en mercados, tranvías... En 1960, aquellos anuncios repartidos por el Ayuntamiento aún podía leerse en algunos bares: «Por orden de la autoridad gubernativa se prohíbe blasfemar, cantar y hablar de política».

En 1965, el alcalde de Bilbao, Javier Ybarra Bergé, escribió con motivo del cumpleaños del dictador: «En nombre de la villa de Bilbao, este Ayuntamiento y mío propio, ruégole elévele a S. E. el Generalísimo la más sincera felicitación en el día de su cumpleaños y su mejor deseo de que el Señor conserve su vida largos años en bien de la Patria y para que continúe estructurando el futuro tan acertadamente como lo va haciendo.

En otros términos, casi medio siglo después, en 2008, el alcalde de la villa, Iñaki Azkuna, en una presentación sobre la biografía de los alcaldes de Bilbao realizada por la UPV, decía: «La época de la dictadura nos repele a los demócratas. Fue un régimen conservador, de extrema derecha, con un poder omnímodo. Fue la España más ultramontana e integrista la que apoyó a Franco, amén del Ejército. Estos apoyos, además de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, elevaron al poder al general Franco que supo mantenerse durante 40 eternos años, hasta su muerte. En el libro podemos ver una época llena de penalidades para Bilbao». Unos años después, la honorabilidad o la indecencia de aquellos alcaldes, y la reflexión de Azkuna en 2008 o su presunta revocación en 2014, han recobrado actualidad. El relato de la verdad y el reconocimiento de la época más terrible de Bilbao en tiempos recientes siguen siendo asignatura municipal.