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Chernobyl y Euskal Herria

Tras la explosión de la central nuclear de Chernobyl el 26 de abril de 1986, la ONU reclamó ayuda internacional para que los niños y las niñas afectados pudieran abandonar el área contaminada al menos siete semanas al año y recobraran, lo más posible, la salud perdida por la radiación. Más de doscientas familias vascas se hicieron eco del llamamiento y comenzaron a recibir a los niños ucranianos año tras año. También este verano están entre nosotros y NAIZ se ha reunido con la familia donostiarra-ucraniana Olaizola-Etxeberria-Vladichenko para conocer de cerca su experiencia.

Juanjo Olaizola, Shenia y Snizhana Vladichenko, y Arantxa Etxeberria, en Benta Berri. (Gotzon ARANBURU)

No son una familia de derecho, pero desde luego sí de hecho. Juanjo Olaizola y Arantxa Etxeberria supieron por los medios de comunicación de la problemática de los niños de Chernobyl y no lo dudaron, se apuntaron al programa de acogida veraniega. El primer año –era 2010– llegó Snizhana Vladichenko, que contaba entonces con seis años, y al siguiente su hermano, Shenia, un año mayor. Los comienzos, la adaptación mutua, no fueron fáciles, pero Juanjo y Arantxa estaban decididos a que la acogida funcionara, no cejaron en su empeño, y cinco años más tarde la pareja donostiarra y los niños ucranianos forman un equipo inseparable durante el verano, una verdadera familia.

Asociación Chernobil Elkartea es una ONG que agrupa a cerca de 250 familias vascas que acogen niños ucranianos. Desde el principio, a cada familia que se acerca interesada en participar en el proyecto se le deja claro el punto principal: los niños de Chernobyl no viajan por hacer turismo, ni para aprender idiomas o conocer lugares nuevos. Ni es un programa de adopción. El objetivo central del programa es ayudar a que estos niños recobren la salud, y todo lo demás es accesorio, aunque sin duda ayuda a lograr el objetivo principal. Además, supone un desembolso económico considerable, pues a cuenta de la familia receptora corren el viaje en avión, la alimentación, el vestido… todos los gastos generados por los niños durante dos meses. Y algo más: no vale acoger a los niños un año y luego olvidarse de ellos. Apuntarse al proyecto significa permanecer en él, de no mediar causas de fuerza mayor, hasta que el chico o chica cumplan 18 años.

Juanjo y Arantxa viven en Benta Berri y en este barrio donostiarra nos han contado su experiencia personal. Desde mucho antes habían sentido interés por el problema de los niños de Chernobyl, pero fue hace cinco años cuando decidieron dar el paso definitivo y se apuntaron a la Asociación Chernobil Elkartea. Aficionados al deporte, especialmente a la montaña, y sin hijos propios, sus vacaciones estivales hasta 2010 y las actuales se parecen muy poco entre sí. Ahora, desde finales de junio hasta finales de agosto, son «padres» de Snizhana y Shenia, a los que alimentan, llevan al médico, ayudan a hacer los deberes –cuadernos Rubio de caligrafía incluidos…–, o compran ropa, además de jugar con ellos, llevarles a la playa, el monte o el cine… en definitiva, cuidan y educan a los dos hermanos con una dedicación total.

Viven en la zona afectada por la radiación

«En lo que se refiere a su vida en Ucrania, Snizhana y Shenia son de los más afortunados entre los niños que vienen a Euskal Herria. Viven en una casa en el campo, una especie de caserío, en un pueblo de 300 habitantes, y disponen de huerta y animales domésticos, por lo que al menos se alimentan bastante bien. De salud también están relativamente bien, si los comparamos con otros niños que sufren problemas digestivos o inmunológicos serios producto de la radiación recibida» explica Arantxa. De hecho, los niños con enfermedades graves no vienen a Euskal Herria, pues el objetivo del proyecto no es que pasen dos meses en el hospital. De cualquier manera, casos como el de Iván, un niño que venía a otra familia donostiarra y que empezó a mostrar síntomas de una grave enfermedad en el verano de 2011, cuando ya estaba aquí, obligan a recordar que todos estos niños han recibido una dosis mayor o menor de radiación y siguen viviendo en la zona afectada.

Lo cierto es que la buena alimentación, el ejercicio físico y los cuidados recibidos redundan en una mejoría a ojos vista del estado de los niños ucranianos acogidos. Ganan peso, fuerza… y alegría. En el caso de Snizhana y Shenia, su jornada cotidiana se divide en dos partes bien diferenciadas: durante la mañana, juegan y conviven con otros niños en el grupo de tiempo libre del barrio, mientras que las tardes son para ir a la playa, la piscina, el paintball, andar en bicicleta… con Iñaki y Arantxa. Casi todos los fines de semana la pareja de hermanos se reune con los demás niños ucranianos acogidos en otras familias cercanas y con monitoras nativas, ocasión que se aprovecha para hacer una puesta en común y solucionar los posibles problemas de adaptación o comunicación que hayan podido surgir.

Solidaridad con hechos, no con eslóganes

La actual situación política de Ucrania repercute también en estos niños, más concretamente en sus padres. En el caso de los hermanos Vladichenko, acaban de saber que su padre ha sido llamado a filas, en situación de reservista, como el resto de hombres de entre 18 y 45 años. Ha sido acantonado en la frontera rusa, donde ya han perdido la vida dos hombres procedentes de la misma localidad que los Vladichenko.

La relación entre las familias de acogida y los niños se mantiene, aunque lógicamente con menor intensidad, más allá del verano. El contacto telefónico es frecuente y es habitual el envío de paquetes en fechas como Navidad. La vida en Ucrania, al menos en la zona de la que proceden los niños que viajan a Euskal Herria, es dura en comparación con la nuestra, al menos en lo que se refiere al consumo. En su día a día no existen los hipermercados abastecidos a rebosar con que se encuentran en nuestras ciudades, ni tampoco servicios higiénicos en cada casa, por ejemplo. Tampoco la sanidad y las escuelas se acercan a los estándares habituales entre nosotros. La proporción de familias desestructuradas, por otra parte, es apreciable. Lógicamente, todo ello repercute en los niños, de ahí la importancia de que «carguen pilas» durante su estancia fuera de Ucrania. Ahí radica el mérito de estas doscientas familias vascas, en compartir y practicar la solidaridad con hechos, no con eslóganes.