Hizbulah protege el oasis cristiano
En Al Qaa, a 300 metros de la frontera siria, se observa con temor una posible ofensiva yihadista desde las montañas. Este pequeño municipio cristiano se sabe en primera línea y confía en Hizbulah como garantía de seguridad. Mientras, su sacerdote lidera la acogida de miles de refugiados.
«Si no fuese por Hizbulah acabaríamos todos muertos», asegura María haciendo el gesto de cortarse el cuello. Madre de cuatro hijos, dos de los cuales forman parte de las Fuerzas de Seguridad libanesas, no oculta la intranquilidad que siente cuando levanta la vista y mira hacia las montañas que separan su aldea, Al Qaa, de la vecina Siria. Sabe que al otro lado, entre las siete colinas que forman una frontera natural, se mueven grupos armados, principalmente compuestos por miembros del Estado Islámico y el Frente Al Nusra, que actúan coordinados en este caso. Si uno de ellos bajase desde el valle y pillase desprevenido al Ejército, podría plantarse en Qaa, donde todos profesan la fe greco-católica (una rama del cristianismo), en 20 minutos. No es alentador.
Por eso, cuando el ambiente se tensa, son los propios vecinos quienes se organizan en patrullas callejeras y se mantienen alerta. Por si acaso. Como ocurrió la víspera, cuando, según indica María, unas extrañas luces en el monte encendieron las alarmas. Uno de sus hijos se encargó de las comprobaciones: era Hizbulah controlando la zona. «Ahora estamos más seguros», afirma. «¿Miedo? Claro que tenemos miedo. Pero, ¿qué vamos a hacer?», argumenta. Algunos habitantes se marcharon con los ecos de los choques de Arsal. Volverán, aunque siempre mirando hacia la carretera hacia Baalbek (principal ciudad del área y que enlaza con Beirut) con el rabillo del ojo.
«Si la guerra se extiende a Líbano, empezará por aquí». Elías Nasrallah, sacerdote del municipio, señala hacia el cortado entre dos montes que desemboca directamente en Al Qaa. También afirma sentirse más seguro ante la certeza de que la milicia dirigida por Hassan Nasrallah vigila el terreno. Cuando habla de «la guerra» hace referencia a una nueva escalada. Los enfrentamientos de Arsal han sido como una réplica, como un recordatorio, aunque el sacerdote, que de esto sabe, se niega a ubicarlos en términos religiosos.
Siempre Kissinger
«No es una cuestión de sunís, chiís y cristianos. Esa gente, los extremistas, son enemigos de la religión, de la vida y de la libertad», afirma. En su opinión, la existencia de Qaa y su convivencia en territorio chií, así como la buena relación que mantiene, por ejemplo, con el muftí de Arsal (suní, a quien tenía previsto visitar para mostrar su solidaridad por la matanza de la semana pasada), constituyen un ejemplo. En clave más militar, considera que la fuerza de Hizbulah aporta un «contrapeso» al difícil equilibrio de Líbano, donde sunís, chiís y cristianos se reparten los principales cargos institucionales desde el acuerdo de Taif, que puso fin a la guerra civil.
En opinión del religioso, para encontrar el origen de la inestabilidad en la región hay que buscar en las teorías del exsecretario de Estado de EEUU Henry Kissinger. Según Nasrallah, «la división de los países árabes formaban parte de una estrategia diseñada hace 40 años». «Así logra un Oriente débil, que Israel se sienta cómodo y que se puedan beneficiar del gas y el petróleo», sentencia.
En realidad, un ataque desde las montañas tendría pocas posibilidades de prosperar ya que, de traspasar Qaa, los yihadistas se encontrarían de frente con Hermel, una ciudad chií de 70.000 habitantes completamente hostil en la que ya han colocado algún coche bomba en los últimos meses. Por eso, los quebraderos de cabeza de Abuna (padre, en árabe) van por otros derroteros, aunque también tienen que ver con la cercanía con Siria. A 300 metros de la gran parroquia y el centro médico edificado por la comunidad se encuentra la frontera. Detrás, cuatro kilómetros de tierra de nadie en los que, progresivamente, fueron instalándose refugiados procedentes de Homs o Al Qusair, localidades sirias arrasadas por los combates. Ellos son la preocupación de Nasrallah, que se dirige una de las principales redes de atención a los desplazados.
En el precario dispensario de Al Qaa pasan diariamente decenas de familias que huyeron con lo puesto. En teoría, Líbano no permite que se levanten campos de refugiados y la mayoría de ellos (se calcula que el total supera el millón de personas) malvive como ilegal por todo el país. Sin embargo, aquí sí que hay tiendas. A la atención médica se le suma una escuela, pagada casi en su totalidad por la parroquia. Un agujero económico al que la cooperación internacional no ha hecho frente. Y también están las suspicacias. Como dice una vecina, «los yihadistas seguro que han huido. Se habrán camuflado entre los refugiados que entraron en Líbano, cubriéndose con el velo o afeitándose la barba».