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Muros del siglo XXI

A la caída del Muro de Berlín, había una quincena de murallas o vallados de separación en el mundo. Una década más tarde, la cifra superó la veintena. Y en este siglo XXI, especialmente tras los atentados del 11-S, se desató la fiebre de los estados por su seguridad: en 2014 existen medio centenar.

Muro de Isarel en los territorios ocupados de Cisjordania. Si se llega a terminar, más de 25.000 personas quedarán separadas. (Ahmad GHARABLI)

Dicen que la única construcción humana que se aprecia desde el espacio es la gran muralla china. Lo cierto es que entre los amantes de la cartografía, siempre ha existido el deseo de saber qué se esconde más allá de los límites, de las fronteras, de las diferentes líneas en los mapas, y cómo serán aquellos territorios mostrados con un color distinto al lugar en el que vivimos. Es evidente que, una vez alcanzado los confines conocidos, sencillamente llegamos a otros lugares nuevos, habitados por otras personas, con paisajes iguales o diferentes a los nuestros, y apenas un río, un monte o una raya imaginaria separando ambos ámbitos. Pero desde China hasta Berlín, la Historia está llena de ejemplos de gobernantes que intentaron proteger o dividir estas tierras por medio de muros y otras construcciones similares. La mayoría desaparecieron, pero no todos. Y en los últimos años, se vuelven a construir más y más muros.

Existen muros que fueron construidos tras una detallada planificación sobre sus objetivos: proteger una zona, separar poblaciones, impedir el paso a determinadas personas, etc. Otras veces, las murallas fueron más improvisadas, especialmente en las contiendas bélicas, donde frecuentemente se instalan vallas o alambres de espino para responder a una situación concreta. Y ocurre que aquella medida momentánea se convierte en algo permanente, y que el vallado no termina por ser retirado, sino que se refuerza con bloques de hormigón. De los muros que dividían países, ejércitos y enemigos potenciales, a los más modernos, a aquellos que en los últimos años construyen los países ricos para impedir el tránsito de personas de lugares más pobres –casi siempre del sur–. Puede ocurrir en los límites de los estados, pero también en ámbitos más locales, como sucede especialmente en algunas ciudades latinoamericanas, cuyas zonas más pudientes están totalmente fortificadas para evitar el contacto con los barrios empobrecidos.

Podría pensarse que, con todas sus miserias y tragedias, el mundo actual está un poco más unido que hace un cuarto de siglo. Al fin y al cabo, al igual que el Muro de Berlín, de cuya caída se cumplen ahora 25 años, el Telón de Acero recorrió durante la Guerra Fría todo el centro de Europa, separando el Oeste capitalista de los países socialistas tutelados por la Unión Soviética. Hoy uno puede viajar desde Portugal hasta Polonia sin pararse en ninguna frontera. Y sin embargo, basta mirar los mapas para darse cuenta de que, si bien han desaparecido las murallas más importantes que existían entonces, otras perduran. Y lo que es peor, cada vez se construyen más y se presentan más planes de levantar nuevos muros entre países.


Muros del siglo XXI | Conflictos políticos: 1.- Corea Norte / Corea Sur; 2.- Belfast; 3.- Nicosia; 4.- Marruecos / Sáhara Occidental; 5.- Israel / Gaza y Cisjordania; 6.- Uzbekistán / Kirguizistán; 7.- Kazajistán / Uzbekistán; 8.- Irak / Kuwait; 9.- Irán / Pakistán; 10.- India / Kashmir; 11.- Turquía / Siria; 12.- Marruecos / Argelia. Barreras contra la inmigración: 13.- Ceuta y Melilla / Marruecos; 14.- Grecia / Turquía; 15.- Estados Unidos / México; 16.- Sudáfrica / Zinbawe; 17.- Botswana / Zinbawe; 18.- Arabia Saudí / Yemen; 19.- Arabia Saudí / Emiratos Árabes / Omán; 20.- Brunei / Malasia; 21.- China / Corea del Norte; 22.- India / Bangladesh / Myanmar. 

 

Un dato: a la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989, había una quincena de murallas o vallados de separación en el mundo. Una década más tarde, la cifra superó la veintena. Y en este siglo XXI, especialmente tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, se desató la fiebre de los estados por su seguridad: en 2014 existen medio centenar de muros por todo el mundo, muchos de ellos en construcción. Sin contar los que aún solo existen en el papel, ya que cada vez se proyectan más vallados para controlar las fronteras.

Los viejos muros olvidados. Si bien la mayoría de muros que actualmente dividen países e incluso ciudades se han construido en los últimos años, todavía perduran algunas construcciones levantadas durante los conflictos que se vivieron mayormente durante el siglo XX. El más antiguo de los que siguen en uso es la Zona Desmilitarizada de Corea, creada tras el Acuerdo de Alto el Fuego de 1953. Se trata de una franja de 250 kilómetros de largo y cuatro de ancho alrededor del paralelo 38, que divide la península de Corea. Pese a su nombre, es la zona más militarizada del mundo.

En Europa, dos de las islas de su periferia aún mantienen este triste honor: Irlanda y Chipre. Belfast vio las primeras Peace Line o Muros de la Paz en 1969, al comienzo de las Troubles (Problemas), como medida temporal para terminar con los ataques sectarios por parte de grupos lealistas probritánicos contra los barrios católicos. Lo paradójico es que su número no ha parado de crecer desde entonces, incluso tras la firma de los Acuerdos de Paz de 1998. Todavía en 2012, siete de cada diez ciudadanos abogaba por mantener estas Peace Line para evitar explosiones de violencia. Con todo, el Gobierno norirlandés se ha comprometido a su retirada total para 2023, siempre que haya consenso entre las comunidades.


La Línea Verde, una franja de 180 kilómetros que divide Chipre en dos. (Miguel FERNÁNDEZ)

Pero si hay una ciudad realmente dividida por un muro, esa es Nicosia. Tras el golpe de Estado de los coroneles en Grecia y la posterior invasión turca de Chipre en julio de 1974, la población griega del norte de la isla fue expulsada al sur. La ONU estableció una zona desmilitarizada de este a oeste, que en el caso de la capital supuso la construcción de muros de separación de ambas zonas (aunque ambas comunidades ya llevaban algunos años con alambradas de espino para separar diferentes barrios) y un único paso en la calle Ledra. Desde el fallido proceso de reunificación impulsado por Kofi Annan antes de la entrada de Chipre en la Unión Europea en 2004, se han ido abriendo diversos pasos ‘fronterizos’ (la República Turca de Chipre del Norte se considera un estado independiente desde su proclamación en 1983, solo reconocida por Turquía). Desde la apertura total de la calle Ledra en 2008, se han llevado a cabo varios proyectos artísticos y de protesta en esta zona, como ‘Occupy Buffer Zone’ en 2011 y 2012, o la cadena humana desarrollada el pasado 2 de septiembre entre la parte griega y la turca, pasando por el puesto de control de la ONU, para pedir la reunificación de Chipre.

Sáhara y Palestina. El mundo árabe, desde el Magreb hasta Oriente Medio (incluso más al este, en países musulmanes no árabes de Asia Central) es protagonista de algunos de los conflictos más sangrientos de nuestros tiempos. Marruecos e Israel no han dudado en construir centenares de kilómetros de muros para afianzar el control de sus países ocupados e impedir la insurgencia.

Rabat comenzó la construcción de su muro en el Sáhara Occidental en 1980, apenas tres años después de la invasión, y lo culminó en 1987, cuando quedaba tan poco para la caída del Telón de Acero. Se trata de uno de los muros más largos del mundo, con 2.700 kilómetros y, según la Minurso, en algunos tramos se adentra en territorio mauritano. El resultado es que Marruecos ocupa toda el territorio costero, pero a su vez el Frente Polisario mantiene el control de un vasto territorio al este de la valla, desde los campos de refugiados de Tindouf hasta cerca de Nouadhibou en Mauritania.

Y si hay un muro que haya creado controversia, ese está en Palestina. La barrera que construyó –y sigue construyendo– el Estado de Israel en los territorios ocupados de Cisjordania alcanza los ocho metros de altura, con una mezcla de vallados, alambrado de espino, zanjas y los bloques de cemento que constituyen el muro en sí. Tel Aviv comenzó la construcción en 2012, en parte siguiendo la Línea Verde (frontera desde 1948 entre Israel y Cisjordania), pero frecuentemente adentrándose en territorio palestino, aun a costa de dividir pueblos y hogares. Si se llega a terminar, más del diez por ciento del territorio cisjordano y alrededor de 25.000 personas quedarán al oeste del muro, esto es, separados del resto de Cisjordania.

Pero lo cierto es que este muro no es el único ni el primero que ha construido Israel. Gaza ya llevaba más de diez años cercada cuando se comenzó a levantar el muro en Cisjordania. En 2005 Tel Aviv culminó el cerco instalando más planchas de hormigón en la frontera de Egipto con Gaza, siempre con la colaboración de las autoridades en El Cairo. Sin llegar a construir muros físicos como en Gaza o Cisjordania, Israel ha reforzado desde 2010 también la frontera del país con el Sinaí egipcio (en principio, la valla estaba pensada contra la inmigración africana), y otro tanto ha ocurrido en el norte, especialmente en los Altos del Golán y la zona de Quneitra.

Nuevos conflictos, más muros. Como hemos dicho, la desaparición del bloque soviético hizo caer el Telón de Acero, pero los nuevos países que surgieron lo hicieron frecuentemente en medio del caos y de numerosos conflictos que terminaron con un alto el fuego y la construcción de vallas divisorias. El valle de Fergana, en Asia Central, había sido dividido por Stalin entre diferentes repúblicas soviéticas y hoy es un conglomerado de complicados enclaves. El autoritario régimen de Uzbekistán inició la construcción de varios muros en la frontera de Kirguizistán tras un atentado en 1999. La guerra de Afganistán le llevó a reforzar su frontera meridional a su vez. Y al norte, Kazajistán levantaba otro muro en 2006 para separar las poblaciones cercanas a la capital uzbeka Tashkent, y así «impedir el narcotráfico».

Desatada la obsesión por la seguridad y los muros, la mítica Samarcanda no se libró de sus vallas de separación. En este caso, para que los turistas que visitan la histórica Registán (‘el centro del Mundo’) no tengan la visión de otros barrios más depauperados. Algo que ocurre también en América Latina: Río de Janeiro también ha ‘escondido’ así algunas de sus favelas, y el barrio acomodado de La Molina en la capital peruana de Lima cerró igualmente el paso al distrito vecino de Ate argumentando que así se frenaría la delincuencia. El mismo argumento siempre: la seguridad. Bagdad vio así cómo necesitaba crear una Zona Verde cercada por bloques de hormigón para que las autoridades iraquíes pudieran gobernar durante los ataques sectarios que desangraron el país desde 2004. Al sur de Irak, otro muro recorre la frontera de Kuwait desde 1991, tras la invasión de Saddam Hussein y posterior expulsión durante la primera Guerra del Golfo.

Levantar barreras, dividir poblaciones e intentar aplastar a la insurgencia; desde el Mediterráneo hasta la India, ha sido una de las estrategias utilizadas por diferentes regímenes. Irán comenzó a construir ‘su’ muro en 2007 en la frontera de 700 kilómetros de Pakistán, la excusa del narcotráfico servía para separar un poco más Baluchistán y hacer frente a la insurgencia.

Del Baluchistán ocupado por Pakistán a la Cachemira disputada con la India, lo cierto es que solo existe un paso (Wagah) en los miles de kilómetros de frontera entre estos países creados tras su separación mutua hace 65 años. En el caso de kashmir, la India inició la construcción de una valla electrificada de más de 500 kilómetros en los 90, que no completó hasta 2004.


Ceuta y Melilla, los dos enclaves que España posee en el norte de África, son dos poblaciones cercadas para impedir la entrada de migrantes. (Alexander KOERNER)

Vallas contra personas. Ocurra en ciudades o a escala continental, en Europa o Estados Unidos, el principio es el mismo: la ilusión de un ámbito de lujo y bienestar, de un espacio libre y democrático, pero siempre protegido del resto del mundo, como si de una fortaleza medieval se tratara. El Tratado de Schengen supuso la desaparición de los controles y fronteras interiores en la mayoría de países de Europa. Se trata de un ámbito internacional sin parangón en ningún otro lugar del mundo, que permite viajar miles de kilómetros sin pasaporte. Sin embargo, retirar estas fronteras intraeuropeas tuvo un coste: fue una medida basada en la confianza recíproca entre los países de Schengen, que supone extremar el celo en las fronteras exteriores. Los Balcanes, Turquía y el antiguo espacio soviético son, a primera vista, y si observamos los mapas, los ámbitos que la Unión Europea más debería vigilar. Al fin y al cabo, Europa no es un continente sino el extremo occidental de Eurasia, la masa de tierra más grande del planeta, y apenas hay ningún accidente geográfico insalvable en los miles de kilómetros de estepa y llanura que hay entre Holanda y Mongolia, por poner dos extremos.

Paradójicamente, aunque Polonia, por ejemplo, haya tenido que reforzar su larga frontera oriental con Bielorrusia, Ucrania y Rusia (en el enclave Kaliningrado), han sido las dos ciudades que España posee en el norte de África las que han atraído la atención mundial. Ceuta y Melilla son actualmente dos poblaciones cercadas por altos vallados y cuchillas para impedir la entrada de migrantes. Europa levanta muros para evitar que africanos entren en ciudades de África. Caprichos del colonialismo, que hacen que Europa tenga dos plazas al sur del Mediterráneo.

Grecia también acaba de levantar un muro en su frontera con Turquía. Aunque sin ser tan explícito como el Mediterráneo, el límite de ambos países está también delimitado por un río ancho, el Evros. Ocurre sin embargo que en un pequeño tramo, cerca de la ciudad turca de Edirne, la soberanía turca sobrepasa este río. Los agricultores griegos y turcos que trabajaban los campos y se saludaban día a día han visto cómo un muro de diez kilómetros separa ahora sus cosechas. Su construcción sí consiguió detener el flujo de migrantes que entraban en la UE por tierra, pero solo a costa de aumentar el número de personas que intentan llegar a algunas de las islas griegas situadas a pocos kilómetros de Turquía.

Algo parecido ocurre con Estados Unidos; un país fundado y construido por inmigrantes se refuerza para impedir que nuevos migrantes lleguen a su territorio. A pesar de reconocer que necesita –como Europa– mano de obra de países latinoamericanos. George W. Bush firmó en 2006 la ley para iniciar la construcción de diferentes tramos de muros en la frontera, a pesar de las protestas de organizaciones de derechos humanos, ecologistas, indígenas, e incluso de los países latinoamericanos. Una operación costosa que fue paralizada por Barack Obama en 2010. De los más de 3.000 kilómetros de frontera, el muro en sí tiene medio millar de kilómetros, especialmente al Oeste, de California a Arizona, mientras existen otros vallados en Texas.


Un voluntario del grupo Border Angels, con botellas de agua para audar a los inmigrantes que cruzan la frontera entre México y EEUU.

Frenar la inmigración ha sido la excusa para construir otros muchos muros que no son tan conocidos como los de Estados Unidos o la Unión Europea. Así, en África del sur los países más ricos intentan frenar que ciudadanos de países vecinos entren en su territorio: ya en 1975, tras la Revolución de los Claveles y la independencia y posterior guerra civil de Mozambique, el régimen racista de Sudáfrica construyó una valla de 120 kilómetros en el parque nacional de Kruger. Desaparecido el apartheid y ya en el siglo XXI, en 2002 ambos países, junto a Zimbabwe, firmaron un acuerdo para retirar la valla y volver a impulsar las grandes migraciones de elefantes en el Kruger. Sin embargo, esta retirada apenas se ha llevado a cabo en unos pocos tramos. De hecho, ha sido la frontera de Zimbabwe la que ha sido reforzada para impedir la migración. En 2003, otro país de la región, Botswana, también construyó una valla de 500 kilómetros en la frontera de Zimbabwe con este mismo motivo.

Si los países africanos instalan vallas en los límites con los vecinos más pobres, en Asia ocurre otro tanto, especialmente con los estados enriquecidos con el petróleo. Así, Arabia Saudí construyó un primer muro de 75 kilómetros en 2004 en su frontera con Yemen. Las protestas del Gobierno yemení y de las tribus locales forzaron a su paralización, pero en 2008 se reanudaron las obras en otro tramo de la frontera. Nuevamente, volvieron las protestas para recordar que los acuerdos entre ambos países permiten el tránsito de las tribus con sus ganados a los lugares de pastoreo que se hallan a lo largo del desierto.

El desierto arábigo es testigo de otros muros, siempre construidos por monarquías petrolíferas, mientras sigue el paso libre entre los diferentes países del Golfo y Arabia Saudí, todas ellas nadando en la opulencia gracias al petróleo. Así, dos oasis vecinos como Al Ain, en los Emiratos Árabes, y Buraimi, en Omán, en los que incluso la noción de frontera era desconocida hasta el siglo XXI y sus moradores se trasladaban libremente de un lugar a otro del desierto, han visto cómo un muro les recuerda que oficialmente son dos países distintos.

Del desierto a la jungla, Brunei es un país independiente situado en la isla de Borneo, cuyo sultán copó durante años las listas de las personas más ricas del mundo gracias al petróleo. Ocurre, sin embargo, que el sultanato consta de dos ámbitos territoriales separados por una estrecha franja, Limbang, que pertenece a Malasia. Aunque esté escasamente poblada y no tenga ninguna conexión por tierra con el resto del Borneo malasio, Brunei construyó en 2005 una valla de veinte kilómetros para impedir la inmigración a su territorio.

Inmigración y contrabando o narcotráfico son los argumentos esgrimidos para otros muchos muros y vallas fronterizas, en algunos casos con miles de kilómetros: la India está vallando prácticamente toda su frontera con Bangladesh y Myanmar, a lo largo de casi cinco mil kilómetros. Otro tanto está haciendo China en los 1.500 kilómetros de frontera con Corea del Norte.

Nuevos muros en 2014. A mediados de octubre le preguntaron a Mijaíl Gorbachov sobre los planes del Gobierno de Ucrania de construir un muro en la frontera de Rusia. «La respuesta a esa pregunta es muy sencilla: estoy en contra de todos los muros. Esperemos que aquellos que planean esa construcción entren en razón. No creo que nuestros pueblos se vayan a separar, estamos demasiado cerca en todos los sentidos».

Y sin embargo, se siguen construyendo muros, muchas veces para separar el mismo pueblo o vecinos que han convivido durante siglos. Es lo que ocurrió en Berlín. Es lo que sucedió en el Kurdistán tras la I Guerra Mundial, después de que Francia y Gran Bretaña se hicieran con Siria e Irak, hasta entonces bajo poder otomano. La larga línea que sigue las vías del tren Estambul-Bagdad se convirtió en la frontera turcosiria, separando familias kurdas durante décadas. La guerra con el PKK fue la excusa para que Ankara cercara y minase toda la zona. En algunos casos, el mismo pueblo quedó dividido. Este mismo año el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan inició la construcción de varios muros en algunas de estas localidades, como en el pueblo Kuşaklı en la provincia de Hatay. Unos meses antes, la alcaldesa kurda de Nusaybin Ayşe Gökkan protagonizó una huelga de hambre contra otro muro. Oficialmente, el objetivo es luchar «contra el contrabando y las violaciones de la frontera», aunque los kurdos denuncian que Turquía intenta separar a un mismo pueblo.

Ciudadanos kurdos tratan de derribar la valla fronteriza entre Turquía y Siria.

Este pasado verano otros dos países unidos históricamente, Argelia y Marruecos, han levantado bloques de hormigón para reforzar su frontera, cerrada desde 1994 por Argel como respuesta a la decisión de Rabat de exigir visados a los argelinos tras un atentado ocurrido en Casablanca. Dos décadas sin comercio ni contacto han facilitado que ambos países vivan de espaldas el uno al otro. Si Argelia comenzó con una alambrada en la provincia de Tlemcen, el reino alauí respondió en agosto con la orden de construir un muro de 140 kilómetros con sensores electrónicos entre Saidis y Jerada. A pesar de que el Rey Mohamed VI subrayara un mes antes que mantener la frontera cerrada era contraria a los intereses de ambos países, el ministro del Interior marroquí lo justificó «por la seria amenaza terrorista».

Amenaza ‘terrorista’, inmigración, contrabando... lo cierto es que cada vez más países levantan muros contra posibles enemigos externos. Unos muros pensados para dar seguridad, y que muestran un mundo en el que, la imagen que se da es la de unas poblaciones cercadas y aisladas por temor a los peligros exteriores.