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TPP, FRENO PARA CHINA E IMPULSO DEL MODELO PARA EL TTIP

EEUU y once países ribereños del Pacífico han llegado a un acuerdo de libre comercio, TPP por sus siglas en inglés. Pero no tienen asegurado que los parlamentos lo aprueben. Las implicaciones son enormes para China y para una Europa que negocia con EEUU el TTIP.


El Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, también conocido como TPP por sus siglas en inglés, es un tratado de libre comercio multilateral promovido por EEUU, negociado en secreto y que involucra a otros 11 países ribereños del Pacífico. Sus defensores, con Obama a la cabeza, lo han presentado como una oportunidad única de crear un mercado integrado que engloba al 11% de la población mundial y que representa casi el 40% del PIB global.

Tras casi siete años de negociaciones y prácticamente en el último sprint del Gobierno de Obama, los doce países llegaron a un acuerdo final. Todavía debe ser aprobado por los respectivos parlamentos, que en muchos casos no podrán enmendar el texto ni votarlo por partes. Solo será posible un «sí» o un «no» a la totalidad. Y en el caso de EEUU, lanzada ya la campaña electoral, conseguir en cuatro meses esa aprobación será la mayor batalla de Obama en su último año de mandato. No puede anticiparse, además, que lograr el visto bueno parlamentario sea solo una cuestión de procedimiento. Las informaciones que llegan desde EEUU hablan de una creciente oposición bipartidista, numerosos republicanos y demócratas –especialmente Bernie Sanders– ya han anunciado su voto negativo. Aunque es de esperar que las maniobras de los poderosos lobbies corporativos puedan cambiar el sentido de ciertos votos y facilitar la aprobación.

Sus apologetas plantean una ecuación simplista: a más comercio libre y competitivo, más riqueza, más innovación, más crecimiento y prosperidad. Y aun reconociendo que el comercio, entendido como reparto equitativo de productos, habilidades y creatividad entre países con cultura y ecología diferentes es algo bueno y necesario, el problema llega cuando más que en un intercambio de bienes y conocimientos se convierte en algo que elimina las salvaguardas sociales o medioambientales en la búsqueda de la maximización de los beneficios corporativos. Entonces, el llamado «comercio libre», el desregulado comercio sin control, se convierte en un sistema de dominación de los poderosos que promueve intereses específicos de una minoría. La democracia se mercantiliza, la política pierde margen de maniobra y solo responde a los accionistas, a los privilegios que demandan los inversores, a las compensaciones que buscan los mismos que provocaron la crisis.

¿Una puerta entreabierta a China?

Contrapeso a los intentos de China de expandir su influencia, más independencia de los países asiáticos respecto a una economía china que crece por debajo de las expectativas, dar forma a la región asiática mediante un papel más ambicioso y más a largo plazo de EEUU, un escudo contra China, establecer los estándares del comercio mundial antes de que lo haga China... son algunos de los argumentos en los que más inciden los partidarios del TPP. No cabe duda de que este acuerdo tiene por objetivo frenar a una China que, aunque todavía no puede rivalizar de tú a tú con EEUU en capacidades estratégicas, sí se ha convertido en el mayor acreedor en aquella región. De hecho, el Banco de Desarrollo de China proporciona allí más crédito que el Banco Mundial.

Resulta evidente que el TPP, en tanto que gigantesco mercado de inversión y consumo integrado, tiene una finalidad geopolítica clara: retrasar la transferencia del viejo poder hegemónico estadounidense en Asia al nuevo poder emergente. Se explotan las rivalidades regionales, especialmente los conflictos de soberanía en el Mar de China, mientras que de facto se quieren imponer las reglas del juego a las potencias recién llegadas al casino del comercio global.

El propio secretario de Defensa de EEUU, Ashton Carter, dijo que «el TPP es para mí como otro portaaviones gigante». Esas declaraciones fueron interpretadas como la constatación de que la apuesta estratégica de Obama por pivotar su política hacia Asia es en realidad un proyecto predominantemente militar, como una imagen que exacerba la carrera armamentística de China.

Sin embargo, no hay que obviar que el gigante asiático tiene acuerdos de comercio bilaterales con la mayoría de los países firmantes del TPP. En términos competitivos no está tan claro hasta qué punto aventajará a las firmas de EEUU frente a las de China. Los firmantes asiáticos no quieren tener que decidir entre Washington y Pekín, no ven al TPP como una alternativa a China. En definitiva, EEUU y China son ambos importantes y de alguna manera tendrán que interactuar simultáneamente. Sencillamente, porque China es un factor económico tan colosal que el TPP no puede, ni siquiera pretender, borrarlo.

En efecto, China parece haber moderado mucho su hostilidad hacia un TPP al que no quita ojo y al que no cierra la puerta mientras intenta cimentar sus lazos comerciales con sus vecinos asiáticos mediante otros medios. Y paralelamente, acelera el que es una de sus megaproyectos estrellas: la Nueva Ruta de la Seda, el gigantesco corredor que a través de Asia Central va a acercarla a Europa.

¿Del Pacífico al Atlántico?

El TTP tiene un hermano gemelo: el TTIP (siglas en inglés del Acuerdo Trasatlántico de Comercio e Inversiones). Ambos comparten la misma genética y responden a la misma lógica. Son los caballos de Troya de un afán de conquista global, del apetito insaciable de las corporaciones trasnacionales por tener un mundo a sus pies, bajo su total dominación. El comercio, aunque sea presentado sin trabas y aranceles, como palabra ha sido usurpada, no es solo un vehículo para la penetración en los mercados, para la absorción de los recursos naturales y para la creación de un control político sobre los países que lo acogen. Es una construcción gigante del monopolio capitalista, de la protección y expansión sin frenos de su sistema de negocio.

Lo que parece claro es que el acuerdo del TPP establece un modelo y unos códigos (de silencio y secretismo) de cara a la negociación del TTIP. La conocida activista estadounidense Susan George propuso en su día utilizar la estrategia del vampiro para derrotar estos asaltos de las corporaciones. Tenía en mente sacar las negociaciones al escrutinio público, arrojar luz sobre lo que se está tramando para que, como le ocurre al vampiro con la luz, pierdan su momento y sean rechazados por la gente.

Y es que esa versión del «aprueba el tratado y luego podrás leer y ver de lo que trata», clasificar como secreto de seguridad nacional los contenidos de un tratado que debe ser votado para que se convierta en ley, es una situación única que lo dice todo. Porque una cosa es que un científico no pueda publicar o dar a conocer detalles de cómo se hace una bomba nuclear, pero que los representantes electos no puedan revelar a sus electores lo que están votando, que puedan ver con condiciones algo (algunos documentos) para que no puedan decir nada, es una auténtica farsa. Pero eso es lo que hay, el modelo validado para el TPP y el TTIP.

Desde el Pacífico hasta el Atlántico, el gobierno de las grandes multinacionales se va haciendo supranacional. Las compañías podrán demandar a los gobiernos y tendrán a su alcance compensaciones de dinero público si sus «expectativas de beneficio» no se cumplen «por culpa» de decisiones soberanas o cambios normativos de los países. Se incrementará la extorsión legalizada, el ataque corporativo a los fondos públicos. Aseguradoras, gigantes farmacéuticos, de la alimentación, del transporte, de las nuevas tecnologías, las grandes corporaciones del petróleo, tendrán protegidas sus «expectativas legítimas de negocio» y dispondrán de cláusulas para «un trato justo y equitativo» por parte de los estados.

Empleo, propiedad intelectual, clima, finanzas, medicamentos, agua, toxinas, alimentos, minería, desarrollo..., no hay temas que estos acuerdos dejen fuera de su alcance. Qué comemos, cómo vivimos, quién nos gobierna... su influencia en el día a día de las personas será cada vez más determinante. Se comprarán gobiernos sin margen de maniobra en temas como el control del movimiento de capitales, su volumen, la naturaleza y el origen de los productos financieros.

En otras palabras, cogerán el volante de las políticas públicas y ya avisan de que no podrá hacerse nada hasta que haya sido discutido con ellas. Poca broma.

Articular una respuesta ciudadana, sacar a la luz al «vampiro» es un gran reto. Exigir a los representantes que los rechacen puede ser útil, pero la revolución es la solución.