El salto de «saber estar callada y quieta» al «me encanta mandar»
Arantza Quiroga deja la política tras un movimiento audaz en materia de convivencia, del que asegura seguir estando convencida, que podía haber movido el tablero político vasco, pero que se ha ido al traste porque no lo ha sabido gestionar dentro de su propio partido.
Arantza Quiroga Cía combina la dulzura que trasmite su imagen con la determinación que manifiesta cuando lo estima oportuno. Empezó joven: en las primeras elecciones en las que pudo votar, su madre le dio una papeleta del PNV y ella le respondió que prefería el PP. Cuando llegó a la Presidencia del Parlamento, cesó al letrado mayor que años antes había defendido la autonomía de la Cámara frente a las exigencias de la Fiscalía del Gobierno de Aznar y del Tribunal Supremo de disolver el grupo Sozialista Abertzaleak. Al mando del PP de la CAV optó por desbancar a Iñaki Oyarzábal de la Secretaría General, un movimiento que nunca le ha perdonado el sector alavés, muy bien situado ahora en las inmediaciones de Mariano Rajoy.
La puso al frente del PP el dedazo de Antonio Basagoiti, que huía a México tras el batacazo de las últimas autonómicas. La Junta Directiva bendijo el relevo exprés el 14 de mayo de 2013. En la foto, Alfonso Alonso, Antón Damborenea, Iñaki Oyarzábal y Borja Sémper aplauden con cara poco sincera, mientras en el centro sonríe la nueva presidenta (con aire de corderita entre lobos) y el saliente Basagoiti parece estar cantando por soleares esa de «yo me largo y ahí os las compongáis». Basagoiti, cabe suponer que con el beneplácito de Rajoy, optó por la ex presidenta del Parlamento como regente más o menos neutral, evitando pronunciarse por ningún otro barón/varón por no romper los difíciles equilibrios entre territorios y egos.
El punto flaco de este dedazo residía en que Arantza Quiroga era una figura institucional que, pese a su fulgurante ascenso hasta la presidencia del Parlamento autonómico, arrastraba tres lastres importantes. Para empezar, nunca había sido elegida en votación nominal por la base del partido para ninguno de los cargos a los que accedió. Tampoco se le conoce producción teórica alguna en el PP: no había redactado ni ponencias ni comunicaciones para ningún congreso. Y por último –y ahora se revela como lo más importante– dos confesiones propias: «Saber estar callado y quieto es importante en política» y «me encanta mandar».
La combinación ha resultado explosiva y a las pruebas nos remitimos. Arantza Quiroga supo estar callada y quieta hasta llegar al poder, y después la cosa se le fue de las manos. En la preparación del Congreso que la tenía que reafirmar, tropezó a cada paso que dio, demostrando que el gusto por mandar no lo supo atemperar con la obligación de seducir, negociar, consensuar y, sobre todo, saber bien el suelo que se pisa para no patinar ni tropezar. Y salió con más heridas que con las que entró. Es la presidenta con menor apoyo y hay dudas de si de verdad alcanzó el 72,8% oficial.
Ahora se ve obligada a dimitir por otro movimiento (probablemente tan bien intencionado como) mal calculado, a cuyo desenlace no ha sido ajeno Alfonso Alonso ni lo ocurrido en aquel Congreso.
Reconoce Arantza Quiroga que no ha sabido unir al partido. Tal vez el problema sea que el PP, al menos en la CAV, no es un partido, sino una suma de camarillas de interés.