San Fermín como triste testigo de la exaltación fascista del 20N en Madrid
Decenas de fascistas brazo en alto cerraban ayer la misa que conmemoraba el aniversario de la muerte del dictador Francisco Franco así como la de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange. El oficio tuvo lugar en San Fermín de los Navarros, parroquia vinculada a la derecha foral.
Gritos de «Franco, Franco, Franco» acompañan desde el exterior la entrada en la iglesia de Carmen Franco, hija del dictador fascista muerto hace ahora 40 años. Sobre el altar, como triste testigo de una ceremonia de exaltación ultraderechista, una imagen de San Fermín. La capilla dedicada al santo navarro, históricamente vinculada a la derecha foral, acogió ayer la misa que los nostálgicos celebran cada 20 de diciembre. Fuentes del Arzobispado de Madrid argumentaban por la mañana que no estaba en sus manos vetar el oficio. Que únicamente esperaban que no se convirtiese en un «acto político». La realidad, como estaba previsto, fue otra. Desde la parafernalia fascista que portaban muchos de los asistentes hasta la homilía del sacerdote, capellán en Paracuellos del Jarama, pasando por el inevitable «Cara al sol» entonado tras la misa, el acto fue una exaltación fascista que se desarrolló con total impunidad en el centro de Madrid.
Vídeo del acto
«Viva el fascio», saluda, alzando tímidamente el brazo, uno de los hombres que acude puntual a la misa. En el exterior, varias decenas de franquistas aguardan el inicio de la misa. No solo hay ancianos coetáneos del dictador, también hay familias. Es evidente que en el núcleo duro del fascismo los valores de «por Dios y por España» se pasan de padres a hijos. Chavales jóvenes, cuatro de ellos enfundados en el uniforme de la Acción Juvenil Española, aguardan con banderas. Otros limitan su atuendo al traje y al brazalete con la bandera española y el águila franquista. También se reparten panfletos de «Volvemos», un movimiento que aboga por retornar al régimen impuesto por las armas en 1939.
Apología del fascismo
Con la entrada de Carmen Franco en el templo da comienzo la celebración religiosa. Es evidente que los presentes, al menos en apariencia, son fervientes devotos. Rodilla al suelo, muchos de ellos acceden santiguándose y buscan su espacio en un templo que se ha quedado pequeño. En un primer momento parece que el cura está molesto por el posible revuelo de su acto de exaltación fascista. Da la impresión de que intentará colar el mensaje de un modo discreto. Es un espejismo. La homilía deriva en un mitin contra el «relativismo» en el que llega a compararse a Primo de Rivera con Jesucristo y clama por defender los «principios irrenunciables» que ya tenían claro en 1936.
La parroquia había amanecido con pintadas de «Franco asesino, Iglesia fascista». Por eso, una dotación de la Policía española custodió los aledaños. No para intervenir ante un acto de apología del fascismo, sino para que todo se desarrollase con normalidad. Mientras los agentes esperaban tranquilamente, en el interior de la iglesia, el cura argumentaba que la muerte de Primo de Rivera, fusilado por el Gobierno de la República por su participación en la sublevación militar, fue un «martirio». Llegados al turno de Franco, el sacerdote celebró su deseo de «vivir y morir como católico» y estableció un paralelismo tanto con los macabeos como con la parábola de Jesucristo expulsando del templo a los mercaderes. Claro que, en este caso, quienes deben ser expulsados son los «hijos del relativismo».
Homenajes habituales
Este tipo de celebraciones de brazo en alto y homenaje a Franco son habituales cada 20 de noviembre. Las denuncias de las víctimas no han evitado que la Iglesia siga cediendo sus templos para que los nostálgicos del fascismo conmemoren la muerte de su líder. Hasta 2009 tenían que hacer kilómetros, ya que se desplazaban hasta el Valle de los Caídos, el mausoleo donde todavía yacen los restos de Franco, Primo de Rivera, combatientes fascistas y represaliados republicanos. Desde entonces, van con la misa a cuestas.
El año pasado, por ejemplo, tuvo lugar en Los Jerónimos, parroquia madrileña conocida por las tendencias ultras de alguno de su sacerdotes. No hace falta hacer mucha historia para descubrirlo. Por ejemplo, este mismo verano, «La Marea» desveló cómo uno de sus curas ensalzaba el golpe de Estado fascista. «Un 18 de julio de 1936, las emisoras de radio anunciaban un levantamiento en África. Al frente de este alzamiento estaba un joven general, Francisco Franco Bahamonde. El alzamiento fue necesario, España estaba en peligro, una ideología procedente del infierno quería estrangular a la patria: el comunismo», clamó el sacerdote en la celebración que recordó el aniversario del golpe de Estado.
Entre UPN y el PP
Quizás sea el foco mediático lo que explica que este año la Fundación Francisco Franco haya optado por otro templo. En este caso, la elección es una parroquia con fuertes vínculos con la derecha navarra. Entre los miembros de la junta de Real Congregación de San Fermín de los Navarros, que data de 1683 y que es la propietaria de la parroquia, se encuentran nombres ilustres del unionismo conservador foral. La placa en el exterior, que recuerda a «mártires» de 1936 deja clara la tendencia.
Su viceprefecto es Fernando Aizpún Viñés, hijo de Jesús Aizpún, fundador de UPN y una de las principales figuras históricas del denominado «navarrismo». Entre los miembros de la dirección se encuentra también Pedro María Tanco, navarro pero incluido como número 21 en la lista del PP por Madrid. Como curiosidad, otro de los integrantes de la cofradía es Amelio de Marichalar y Sáenz de Tejada, hermano de Jaime Marichalar, exmarido de Elena de Borbón. Ya, para cerrar el círculo, el prefecto vitalicio es aquel que ostenta el trono español desde tiempos de Carlos II, el último de los Austrias que reinó en el Estado. Ahora es Felipe VI quien está al frente. Ninguno de ellos fue visto en la celebración.
Antes de la misa, y preguntados sobre la razón por la que permitían un acto de exaltación fascista, tanto la parroquia como el Arzobispado se pasaban la pelota. Argumentaban que no podían negarse a una oración. El «cara al Sol» que cerró el acto en el exterior demostró que ayer de lo que se trataba era de levantar el brazo con impunidad.